Todo había comenzado unos años
atrás, cuando el Rojo tenía unos 10 años y le llegó el tiempo de hacer la
primera comunión. Sus padres no eran particularmente devotos de la religión,
pero había cosas que socialmente no se podían evitar, y la primera comunión era
una de esas cosas, y ya por lo menos era una excusa para hacer una fiesta.
Naturalmente, su tío se ofreció
de nueva cuenta para ser su padrino, ahora ya no solo sería de bautizo sino de
primera comunión.
Y así empezaron los 3 meses
obligatorios de ir al catecismo los sábados en la mañana, bastante aburrido la
verdad pero era algo inevitable.
Conforme se acercó la fecha, su
mamá comentó que tenían que ir buscándole el traje para ese día. Al Rojo no le
agradó la idea en lo más mínimo, decía que todos le iban a hacer burla y que no
quería usar traje, sus padres obviamente, le dijeron que era una tontería, y
que el fin de semana siguiente se irían de compras.
-Porqué no lo llevas con Víctor?-
le dijo su mamá a su papá.
El tío Víctor, hace algunos años había
tenido la idea de abrir una tienda de trajes en un centro comercial bastante
pijo, donde le iba muy bien. Con el tiempo se hizo de una base de clientes muy
fieles, y se le ocurrió entonces abrir una tintorería, el resultado había sido
un negocio redondo porque después a sus clientes les lavaba la misma ropa que
les vendía.
Fue así como un jueves después de
salir de la escuela, su papá lo llevó a la tienda de su tío a buscar su primer
traje.
El Rojo me dijo que en esos
tiempos no sentía ningún tipo de atracción por los trajes, se le figuraban ropa
para gente grande; en realidad su mayor preocupación era que sus amigos le
fueran a hacer burla por andar tan formal, ya saben cómo los niños son crueles
a veces.
Su papá pensaba que el típico
trajecito blanco de primera comunión no le serviría más que para esa ocasión,
así que mejor optaron por uno de color gris carbón de tres piezas, una camisa
blanca y una corbata discreta en azul marino. Hubo que hacerle algunos ajustes
en el largo del pantalón y de las mangas, pero en la tienda se encargarían de
hacer los arreglos, de modo que lo único que se llevó ese día fueron la camisa,
la corbata, unos calcetines y los zapatos.
Pasaron todavía otras dos semanas y el Rojo terminó de aprenderse el Credo, el Salve y un montón de oraciones que en la vida volvería a utilizar, en su casa ni siquiera iban a misa los domingos.
Finalmente fue su primera confesión, aunque seguía sin entender muy bien porqué tenía que decirle sus pecados a un completo extraño para recibir un perdón que hasta hacía 3 meses ni siquiera sabía que necesitaba.
El gran día por fin llegó, y a la
hora de ponerse el traje, lo hizo sin mucho entusiasmo, le parecía que sería
algo muy incómodo y que le daría calor, pero no había manera de evitarlo, era
ahora o tener que volver al catecismo otros 3 meses.
Se puso el pantalón, los
calcetines, los zapatos, la camisa, el chaleco y el saco; la corbata no sabía
anudársela, así que fue con su papá para que le hiciera el nudo.
Su papá estaba también terminando
de vestirse, el Rojo había visto muchas veces de traje a su papá, pero ésta vez
cuando se vio al espejo junto a él, comenzó a tener una sensación extraña en la
boca del estómago, como si trajera mariposas revoloteándole por dentro, se
sentía de repente mas grande, mas crecido, mas adulto pese a tener apenas 10
años. Cuando su papá le terminó de anudar la corbata, se sentía como todo un señor,
y esa sensación le gustó.
Llegaron a la iglesia y su tío Víctor
los estaba esperando allí, y vaya que iba elegante también, un traje gris
oscuro como el suyo, de tres piezas por supuesto, una corbata azul metálico, una camisa
blanca de gemelos y sus zapatos muy bien
lustrados, además, cuando lo abrazó, notó el olor de su loción, que olía entre
limón o pomelo, no supo qué pero le encantó.
Su tío iba acompañado de ‘una
amiga’; ahora que lo recordaba, su tío había tenido muchas ‘amigas’ a lo largo
de los años, aunque nunca hubo nada serio con ninguna de ellas. Se había casado
muy joven, se divorció también muy pronto y jamás se volvió a casar. Alguna
vez le había preguntado a su tío porqué y éste le había contestado que el
matrimonio era una piedra con la que no se volvería a tropezar. Candidatas no
le faltaban, pero su tío simplemente no daba su brazo a torcer.
Cuando terminó el circo de la
ceremonia, se tomaron fotos y se quitó el moño que le habían puesto en el brazo
y la vela, bueno, no recordaba ni donde la había dejado.
Su tío en su calidad de padrino,
había insistido en organizar una pequeña fiesta para la familia en su casa, ya
que tenía el jardín un poco más amplio. Algo sencillo, con algunas carpas,
servicio de catering y buen vino para los grandes; pizzas y hamburguesas para
los más chicos.
El Rojo se entretuvo jugando y
correteando con sus primos, que tal y como lo había temido, se pasaron buena
parte de la tarde bromeándole por su atuendo tan formal, aunque la mera verdad,
no le importaba tanto, le había gustado sentirse parte de los mayores y más
junto a su papá y su tío que iban tan bien arreglados. Conforme fue avanzando
la noche, los invitados se fueron yendo, sus papás se quedaron hasta más tarde
platicando con su tío y su ‘amiga’ entre que los del servicio recogían las
sillas, los manteles, las mesas, etc. Al Rojo le dio sueño y pensó en echar una
siesta a la recámara de su tío.
Había entrado a esa habitación
muchas veces, pero un olor flotaba en el aire, el de la loción que su tío traía
y que le había gustado tanto. Se fue siguiendo el olor hasta que llegó a los
cajones del closet y ahí se encontró con varios frascos con nombres que no
conocía, A-R-M-A-N-I, B-U-R-B-E-R-R-Y, D-I-O-R y varios más que no recordaba
cuando me contó. Después se vio en el espejo de cuerpo entero que tenía su tío
en la habitación, sí, se veía muy guapo, todo un galán.
Hizo el intento de
ajustarse su corbata cuando sintió que su cosita se le ponía dura. La sensación
la conocía bien, le pasaba todas las mañanas cuando tenía ganas de orinar, pero esta
vez era diferente, sentía como cosquillitas. No le dio mucha importancia,
aunque no se le bajaba. Sobre el respaldo de una silla, vio el saco del traje
que su tío traía puesto esa tarde, seguramente había entrado antes y lo había
dejado ahí. No pudo contener las ganas y se lo puso, le quedaba ENORME, pero el
saco olía delicioso y el forro que tenía era muy resbaloso y calientito. Sin quitárselo, siguió curioseando por el closet de su
tío, y se encontró con la colección de gemelos de todos tipos, colores, formas, trató de ponerse unos, pero su camisa no era para mancuernillas y mejor los regresó a su lugar.
De ahí su vista se posó en una de
las orillas del closet donde su tío tenía las corbatas, eran muchísimas! Las
veces que había visto en el closet de su papá a lo mucho había 20; su tío por otro
lado, tenía por lo menos 200, todas acomodadas por color y todas olían muy
rico, seguramente de pasar todo el día pegadas a su pecho con esa loción tan
rica.
De repente escuchó pasos
acercándose, y rápidamente se quitó el saco de su tío.
-Ah, aquí estás- le dijo su papá
-Es que vine al baño-
-Pero no debes entrar aquí, para
eso está el baño de visitas -
-Es que estaba ocupado.
-Bueno, ya vámonos.
El trayecto de regreso a su casa
fue silencioso, ya todos traían sueño y cuando llegaron le dijeron que se fuera
directamente a la cama porque era muy tarde.
El Rojo llegó a su cuarto, pero
no se quitó el traje, su cosita seguía dura y le gustaba la comezoncita que
sentía, y sabía que era por la ropa que traía puesta.
Se echó en cama y en lo único que
pensaba era en acariciar el cuello de su camisa, de su corbata que no se había
aflojado desde la tarde que se la puso su papá y en oler su saco al que le
había puesto un poquito del perfume de su tío, sí, era un momento muy agradable
el que estaba pasando, y fue así como se quedó dormido.
A la mañana siguiente se despertó
en medio de una sensación totalmente desconocida pero muy placentera, traía
todavía su pene duro, pero ahora sentía como si le palpitara, y la comezón y
las cosquillas que sentía el día de ayer las seguía sintiendo pero multiplicadas
por mil. No supo que era lo que pasaba, pero sin duda no le molestaba. Esperó quiero hasta que la sensación pasó, deseaba con todas sus fuerzas que volviera a repetirse, pero ya no
volvió.
Se levantó al baño todavía con la
corbata puesta, y vio que en su bóxer estaba mojado, como si se hubiera orinado
un poco, por suerte el pantalón no se le había mojado, y se quitó todo y lo
arrojó sobre la cama, después se puso a ver las caricaturas del domingo.
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