Hola, soy Víctor y soy un
suitlover. Me han pedido mi ahijado y su amigo que les cuente algo sobre mí, aunque muchas cosas seguramente ya las saben, aquí va algo que no les he platicado aún.
Para mí todo empezó cuando apenas
era un adolescente. Eran días diferentes a los de hoy, no se hablaba en lo
absoluto de sexo con la libertad que tenemos hoy, todo lo que sabía, lo había
aprendido escuchando entre mis amigos, leyendo mensajes grotescos en las
paredes de los baños de la escuela, y hojeando revistas pornográficas que
alguien contrabandeaba en la escuela.
Sin embargo, había algo que no
cuadraba con mi perfil, y era que desde siempre, me había fascinado la ropa
formal, algo había en un traje, una camisa y una corbata que me dejaba como
hipnotizado. En mis tiempos todas las familias solían ir a misa los domingos;
mis padres, mis 4 hermanos y yo no éramos la excepción. Ir a misa en familia,
implicaba tener que levantarse temprano y vestirse con la ropa de domingo, que
aunque a mí me encantaba, me hacía sentir muy apenado, pues imaginaba que todos
a mi alrededor se iban a dar cuenta de que traer el cuello apretado y corbata
me hacía disfrutar enormemente, y creía que por el hecho de tener que
ocultarlo, era algo malo.
Fue así que siempre que íbamos a salir, yo era el
último en ponerse la chaqueta y la corbata y el primero en quitarse todo al
regresar a casa. A mis hermanos parecía darles lo mismo, cierto es que no era
su ropa favorita pero no manifestaban la franca y abierta hostilidad que
yo sí mostraba como una forma de ocultarlo y negarlo. Pocas fueron las veces que
pude quedarme solo en casa, y eran las que aprovechaba para sacar esa ropa y
vestirme con lentitud, disfrutando con cada prenda que me ponía. Por lo general
no era por mucho tiempo que me quedaba solo, a lo mucho una hora, pero me era
suficiente para pasearme por mi casa vestido así, sentarme en cada sillón y mirarme
en cada espejo que se me atravesaba, ajustándome la corbata por cada torcedura
imaginaria que veía y remataba masturbándome en el lavamanos del baño, frente
al espejo, después a guardarlo todo de nuevo.
Estas cosas que hacía no se las
platiqué ni a mi mejor amigo, Marco, que
vivía cruzando la calle. Con mis hermanos siempre tuve cierta rivalidad que
creo permanece incluso hasta estos días, así que no me llevaba particularmente
bien con ellos, y mucho menos les iba a contar de mis cosas.
Marco iba a un colegio para varones, de esos del
Opus Dei aunque no porque en su familia fueran muy creyentes, de hecho creo que
su padre era algo entre ateo y masón; él iba a esa escuela porque era la que
el señor consideraba como la mejor de la ciudad. A mí lo que me fascinaba era el uniforme.
Cada vez que lo veía por las mañanas sentía como
la envidia me carcomía por dentro, verlo vestido con sus pantalones grises, su
camisa blanca de vestir de manga larga, un chaleco gris de cuello en ‘V’ con
vivos en color guinda al igual que la corbata que era del mismo color, un
blazer azul marino y por supuesto, zapatos de vestir, causaba en mí una
excitación que la mayoría de las veces se traducía en una potente erección, que
yo siempre tenía que disimular poniéndome la mochila a la altura de la cintura.
En algunas ocasión que llegué a
ir a su casa y lo encontraba todavía con el uniforme puesto, simplemente se me
cerraba la garganta y se me quebraba la voz porque no alcanzaba a hilar un solo
pensamiento coherente, por suerte él estaba casi siempre entretenido haciendo
los deberes y no me prestaba demasiada atención.
Yo lo observaba con todo detalle,
imaginando qué estaría sintiendo él al vestir ese uniforme. Esas noches,
esperaba a que se durmiera mi hermano con quien compartía la habitación, y en
cuanto escuchaba el primer ronquido, comenzaba a masturbarme recordando la
imagen de Marco sentado en ese escritorio, con la camisa arremangada, su
chaleco gris, la corbata floja y sus zapatos lustrosos que asomaban por debajo
del escritorio me daban los mejores orgasmos que recuerdo de mi adolescencia.
En alguna otra ocasión que fui a
visitar a Marco y que de nuevo lo encontré con el uniforme puesto, me atreví a
preguntarle porqué aún no se había cambiado.
-No sé, no me había dado cuenta y
ahorita ya estoy ocupado con la tarea.
-Pero debe ser muy incómodo no?
-Hmmm no realmente, te
acostumbras – me contestó él sin levantar la vista de los libros.
-No sé, a mi me parece que si ha
de ser incómodo.
-De verdad que no eh-
-Sí, yo creo que sí, no me
imagino el horror de tenerse que vestir así todos los días y pasar 7 horas en
la escuela.
-Vale, que no, es como traer
cualquier otra cosa.
-Pero cuando traes el saco, no te
impide mover los brazos libremente y no te aprieta la corbata?
-Pues un poco, pero no me pongo a
hacer gimnasia con el uniforme tampoco verdad?
-No sé, insisto en que es muy
incómodo.
-Porqué no te lo pruebas?
Yo me quedé en shock, me esperaba
cualquier respuesta menos esa, de hecho yo soñaba con que Marco admitiera que le
gustaba usar ese uniforme, y no solo eso, también deseaba con toda mi alma que
me confesara que le fascinaban todos los trajes y corbatas del mundo, que era
como yo, pero no, no me dijo eso, me dijo algo mejor, me ofreció su uniforme.
Yo traté de disimular la emoción
que sentía, y le dije que estaba bien, que me lo probaría por curiosidad.
Marco comenzó a desvestirse
delante de mí como tantas otras veces, nos conocíamos de toda la vida y por
supuesto que nos habíamos visto desnudos en más ocasiones de las que podía
recordar, pero esa vez para mí era diferente, era demasiada la expectación y la
emoción que sentía, y por supuesto, mi cuerpo me traicionó con una tremenda
erección que no tenía manera de disimular. Cuando terminó de desvestirse, Marco,
se dio la vuelta para sacar otra ropa de su closet, y ahí aproveché yo para
desvestirme lo más rápido posible, aunque sea para alcanzar a ponerme los
pantalones. Apenas y lo logré.
Marco y yo éramos de la misma
talla en todo, así que su uniforme me quedó como un guante. A pesar de que él
ya lo había sudado durante el día, pude sentir que el cuello de la camisa
seguía tan duro como siempre, sin duda estaba almidonado, bien almidonado. Me
puse la corbata, el chaleco y el blazer y me miré al espejo, no me veía nada
mal, nada mal.
-Oye, hasta pareces gente
decente!- bromeó Marco
-Tienes razón, quien pensaría que
esta ropa tan incómoda lo hace verse tan bien a uno?
-Con ese uniforme las vas a traer
muertas a todas cabrón – me dijo guiñándome un ojo.
-Ah sí? Lo crees?
-Recuerdas que cruzando la calle de
mi escuela está el colegio de mujeres?
-Sí?
-Bueno, pues a veces alguna te
hace ojitos, y tu le sonríes y vas con ella a invitarle un helado o algo, a un
par de cuadras está una nevería y bueno, no hace falta que te lo diga pero
siempre termina uno dándose de besos, dependiendo de qué tan atrevida sea, a
veces hasta para un faje alcanza- me dijo con una sonrisa culpable.
-Hombre, que yo debería ir a tu
escuela!- le dije, aunque lo que más me interesaba en realidad era el uniforme.
-Por qué no se lo sugieres a tu
papá? Ya el próximo año entramos a la preparatoria, no debería ser un problema
cambiarte.
-No, cómo crees? con la cantidad
de hermanos que tengo tú crees que mi papá se pueda permitir pagarme la
colegiatura ahí?
-Vamos, no es tan caro, yo estoy
ahí y mi papá no gana particularmente más que el tuyo.
-Sí, pero ten en cuenta que tu
solo tienes un hermano, yo tengo 4.
-Siempre puedes pedir una beca.
Me lo planteé seriamente, no
tenía malas calificaciones en la escuela, pero tampoco eran excelentes, y si
pensaba pasar por la vergüenza de solicitar una beca (eran otros tiempos y
otras costumbres), por lo menos tenía que asegurarme de que no me fueran a
rechazar por ‘no cumplir los requerimientos mínimos que pide el colegio para
una beca’. Casi iba empezando el ciclo escolar, así que tenía tiempo para
aplicarme en las clases, y vaya si lo hice. En apenas dos semanas que llegaron
los exámenes, comencé a sacar diez en todo. Tuve que dejar de ver la televisión
por las tardes y de leer comics para estudiar más duro, pero no me importó, siempre
fui una persona que se fijaba un objetivo y lo cumplía.
Para cuando llegó el momento de
decirle a mi papá que si porqué no me solicitaba una beca en el colegio de
Marco, mi promedio era lo suficientemente bueno como para ir a solicitarla y
estar seguro de que no se negarían.
En septiembre de ese año, entré
al Colegio y estrené de manera oficial mi uniforme.