Entré a mi cuarto y temblaba.
Sentía tantos nervios como si trajera una bomba de tiempo en la mochila en vez
de una simple corbata. Cerré mis cortinas, le puse seguro a la puerta y por si
las dudas recargué una silla contra la chapa de la puerta. Encendí la
televisión para disimular el ruido, a pesar de que mis padres dormían en su
habitación en el piso de abajo y que mi hermano seguro andaba de motelazo con
su novia, no quise arriesgarme.
Cuando ya me sentí seguro, abrí
la mochila y saqué la corbata del Rojo. Ahora que la podía contemplar con
detalle, era todavía más bonita. Era de seda, no conocía la marca pero sin duda
era una corbata fina. Yo sabía que terminaría masturbándome como loco toda la
noche con esa corbata, pero si iba a ser la primera vez que podía tener algo
del Rojo tenía que hacer de ello una
ocasión especial. Muy sigilosamente abrí la puerta de mi habitación y me asomé
a ver si había alguien despierto. Las luces de abajo seguían apagadas, seña que
mis padres seguían durmiendo plácidamente, me asomé a la calle y ni rastro del
coche de mi hermano, así que entré a su cuarto y abrí su closet.
No era la primera vez que lo hacía, en más de una ocasión mi hermano sin
saberlo había patrocinando mis maratones masturbatorios, pero la culpa era de
él por tener un trabajo de oficina y un guardarropa bien surtido sin
vigilancia. Saqué mi teléfono y le tomé una foto al clóset, mas de una vez mi hermano me había reñido por tomarle las cosas sin permiso, que unas
botas, que un cinturón, alguna camisa, etc.
Por supuesto, él no tenía ni idea de que
también usaba sus trajes, sus camisas de vestir, sus corbatas, pero no me iba a
arriesgar a que lo descubriera y esa era la mejor manera de dejar todo
exactamente igual a como estaba.
Tomé una camisa blanca de gemelos
que estaba hasta la orilla del closet; mi hermano se la ponía en raras
ocasiones, para alguna boda, un día importante en el trabajo y cosas de esas. Aquí
entre nos, creo que yo me la ponía más seguido que él, hasta tenía escondida en
mi habitación una bolsa del mismo detergente que utilizaban en la tintorería y
un bote de almidón en aerosol para darle el mismo acabado por si la llegaba a
ensuciar.
Cerré el closet y salí de ahí
rápidamente. Entré a mi cuarto y me volví a encerrar a piedra y lodo. Me quité
la ropa y me di una ducha rápida. Lo último que quería hacer era generar un
problema extra ensuciándole la camisa a mi hermano.
Salí y me sequé concienzudamente,
abrí un cajón de la cómoda y saqué un par de calcetines que usaba para estas
ocasiones. Eran unos calcetines ejecutivos negros, con la punta
dorada (o amarilla dependiendo del uso), que me había comprado un
año atrás, un día que andaba curioseando por una de esas tiendas que hay en el centro.
Me llamaron la atención porque venían en su propia cajita y además traían unas
ligas y un broche. Lo que me terminó de convencer era que quien me atendió fue
un señor ya mayor de esos que ya casi no se ven; con su traje de 3 piezas, un
reloj de cadena, pisacorbatas, y su pañuelo bien coordinado con la corbata.
Incluso me felicitó por procurar vestirme como todo un caballero, me dijo que
ojalá y más jóvenes fueran como yo.
En fin, estos calcetines me los
ponía yo en ocasiones especiales, y la verdad no podía pensar en una ocasión
más especial que ésta para usarlos.
Muy despacio me puse la camisa de
mi hermano, y saboreé gustoso el abrocharme los botones de uno por uno. Por
cada uno que me abrochaba, sentía como mi pene reaccionaba y se iba poniendo
cada vez más y más duro, caliente y palpitante. Saqué del doble fondo de un
cajón unos gemelos de platino que le había ‘tomado prestados’ a mi papá. Habían
sido de mi abuelo, y según mi lógica, tarde que temprano serían míos, así que
¿por qué no mejor más temprano que tarde? Mi papá no se había enterado que
hacía cosa de dos años yo había mandado hacer una réplica de esos gemelos y
eran los que él tenía guardados en su closet y no parecía haber notado el
cambio siquiera, seña de que los usaba mucho, yo creo que no eran muy de su
gusto mas bien.
Ya con la camisa y los calcetines
puestos, me fui frente al espejo que tenía colgado por dentro de la puerta del
closet, y ahí si llegó lo bueno. Me abroché el último botón y me levanté el
cuello de la camisa. Me sentía como un niño a punto de comerse un dulce que
durante mucho tiempo le habían prohibido terminantemente que siquiera tocara, y
pues lo estaba disfrutando muchísimo. Sentía una especie de entumecimiento en
todo el cuerpo, como un calorcito muy sabroso, pude ver en el espejo que tenía
las mejillas totalmente enrojecidas y mi pene que estaba durísimo como nunca,
estaba escurriendo como la vez que mi papá estuvo a punto de encontrarme vestido con su ropa dentro
de su closet, aunque esa es otra historia.
Tomé aquélla preciosa corbata, y
me la puse alrededor del cuello. El nudo que más me gustaba era un doble
Windsor, y aunque normalmente lo podía hacer con los ojos cerrados, en esta
ocasión por los nervios no me quedaba como yo quería. Tras varios
intentos por fin lo pude dejar tan grueso como me gustaba y con el largo
adecuado. Ahora me arrepentía de no haber tomado uno de los trajes de mi
hermano; como él trabajaba, se podía permitir el lujo de comprárselos de buena
calidad y mandarlos al sastre a que se los ajustaran a su medida, mientras que
el único que yo tenía era comprado en liquidación y la verdad es que el saco no me ajustaba
tan bien, pero ni modo, eso sería mañana si había tiempo, mi momento era ahora
y no lo iba a desperdiciar.
La corbata olía a él, y eso me
volvía loco, era una loción que tenía unas notas de tabaco. Hubiera pensado que
tal vez había sido el olor del bar que se me había pegado, pero no, era
diferente, era un olor suave y refinado, tenía que preguntarle al Rojo que
loción usaba para poder comprarme una igual y por lo menos a la próxima paja que
le dedicara lo sintiera mas cerca.
No pude resistir mucho tiempo
mirándome al espejo, abrí la puerta del closet lo suficiente para poder verme
acostado en la cama, puse unas tres almohadas para poder estar medio acostado y
comencé a masturbarme. Con lo excitado que estaba sabía que no podría durar
mucho, cada meneada que le daba a mi pene era como un escalón que iba subiendo,
tarde que temprano llegaría hasta arriba y de ahí caería sin remedio, el chiste
era hacer que la escalera fuera alta para que la caída también durara más.
Cuando sentía que estaba a punto
de venirme, recordaba una tarea de la escuela que me quedaba pendiente y me
mortificaba, eso me desconcentraba y entonces tenía que volver a empezar.
Me puse a pensar en qué habría
pasado si el Rojo me hubiera invitado a su casa después de ensayar aquélla obra
de teatro, y que tal habría estado si me hubiera confesado que a él le gustaba
la sensación que le causaba aquélla camisa de rayitas rojas tanto como a mí, y
que tal si me hubiera pedido que se la mamara, y yo me habría hincado gustoso
para chuparle un jugoso pedazo de carne que me imaginaba que tenía y luego….
-Ooooooooooooooooooooooooooooooooooh
por Dios!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!- exclamé mientras me venía con un orgasmo
tan fuerte que hasta sentí que se me nublaba la vista. Con todo, no me solté el
pene, seguía dándole y dándole y con cada contracción sentía que moría y
revivía, si alguien me hubiera visto así retorciéndome y con los ojos al revés
hubieran pensado que estaba recreando alguna escena de El Exorcista.
De pronto caí en cuenta, esta no
era como las otras veces! Ni la camisa ni la corbata eran mías! Con cierto
horror (y cierta satisfacción) me di cuenta que a la corbata le había caído un
buen trallazo de semen. Me la quité rápidamente y me di cuenta de que traía leche
hasta en el cuello de la camisa. Sin duda era un récord de vuelo para esa parte
de mí. Por la camisa no había ningún problema, era blanca y de algodón, todo
era cuestión de enjuagarla en el chorro del agua y pasarle la plancha y ni
quien se diera cuenta. La corbata por otro lado, era de seda, si, SEDA, y la
seda no se puede lavar y menos en un lavamanos, ni hablar de pasarle una
plancha. Le quité lo que pude del semen con unos kleenex, y se absorbió la
mayor parte de la humedad, pero sin duda dejaría una mancha bastante fea y
probablemente imposible de sacar.
Por lo pronto la camisa quedó en
ese mismo rato, la puse bajo el chorro del agua en las partes donde le había
caído semen y la puse frente al ventilador para que se secara un poco. Después
le pasé la plancha y quedó como si no hubiera pasado nada.
La corbata sin embargo, ahí no se
me ocurría nada, estaba pensando a qué tintorería podría llevarla y que pudieran
sacarle la mancha. No estaba seguro de que podrían hacerlo pero si estaba
seguro de que no sería barato. Tendría que inventarle a mi papá que tenía que
pagar un libro perdido de la biblioteca o algo así para completar.
En esas lamentaciones estaba cuando
mi pene volvió a despertar, total, el daño ya estaba hecho, así que me la volví
a poner, y esta vez me di gusto, me pasé la corbata por la cara y sentí su
exquisito olor, la besé, la acaricié, y nuevamente la imagen del Rojo se
aparecía en mi mente y me obligaba a hacer las cosas más sucias y perversas.
Fue así como tuve otros 3 orgasmos esa misma noche. Me vine durmiendo casi a
las 4 de la mañana, le corté cuando escuché el coche de mi hermano aparcando en
la calle. Solo esperaba que no llegara procurando la camisa que todavía estaba
colgada en el respaldo de la silla.
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