La primera vez que lo vi vestido
así no pude evitar quedármele viendo fijamente,
el Rojo nunca se había
caracterizado por ser formal, y menos en esa época en que se había aficionado a
Nirvana, Metallica y compañía.
Por eso fue una mezcla entre sorpresa,
fascinación y curiosidad lo que sentí al verlo esa tarde, fuera de la escuela,
usando para empezar ZAPATOS, que no eran los que usaba para la escuela, eran
zapatos negros de vestir, no los clásicos zapatos de casquillo que todos usaban
porque estaban de moda, no, estos eran unos zapatos de vestir hechos y
derechos, de agujeta, lustrosos y elegantes.
Lo segundo que me llamó la
atención eran los pantalones que traía, unos Dockers según vi por la etiqueta,
eran de una tela muy padre que yo nunca había visto, a lo lejos parecían los
típicos kakis, pero ya viéndolos de cerca, la tela era como de una textura de
cuadros muy pequeños y sin duda le habrían costado caros.
Lo tercero, una camisa de vestir,
de rayitas rojas muy delgadas, y de un cuello que se antojaba bastante rígido y
unos puños que me hicieron salivar.
Tal vez para alguien que esté
leyendo esto no se le haga nada fuera de lo normal para un joven universitario
que estudia administración o contabilidad; el detalle es que el Rojo tenía 14
años y estábamos en tercero de secundaria. Nos habíamos quedado de ver esa
tarde junto con varios compañeros del grupo para ensayar una obra de teatro que
teníamos que presentar como parte de la clase de educación artística.
El Rojo y yo nos habíamos
conocido el primer día que entramos a la secundaria, en cuanto lo vi supe que
tenía que hacerme su amigo en los primeros días de escuela, cuando aún no
conoces a nadie y de alguna forma haces un vínculo un poco más duradero. El
Rojo no se apellidaba así, era el color de su cabello. Era la primera vez que
veía a un chico pelirrojo y tal vez por eso sobresalía entre todos ese día, y
para mí fue amor a primera vista. Pelirrojo, blanco fosforescente y unos ojos
negros que hacían que me latiera más rápido el corazón cuando se me quedaba
viendo.
El primer año de la escuela había
transcurrido felizmente para mí, el Rojo era un buen amigo y me tenía
confianza, me platicaba todo lo que le pasaba y yo sonreía encantado. Pocas
eran las veces que me masturbaba y que no se las dedicaba al Rojo.
Para el segundo año, el Rojo
empezó a cambiar en cómo me trataba, ya era un poco mas receloso y por primera
vez se enojó conmigo por ninguna razón aparente, me dejó de hablar durante
varios días en los que yo sufría verdaderamente porque estaba perdido por él.
De repente un día llegaba como si nada hubiera pasado y éramos tan amigos como
siempre, sin embargo, yo nunca encontré una constante o algún detonante que lo
hiciera portarse sí conmigo, de repente le molestaban cosas que yo decía,
mismas que otro día lo hacían reír y viceversa. Fue así como para tercero de
secundaria estábamos distanciados y yo me tuve que resignar a que ya no era mi
amigo.
Esa tarde nos habíamos reunido
para ensayar una obra de teatro, la maestra había hecho los equipos y coincidió
que tanto el Rojo como yo quedamos en el mismo, junto con otras 8 personas más.
No pude contener mi curiosidad y
le pregunte:
-Oye Rojo, ¿y por qué tan
elegante? ¿Fuiste a misa o qué?- le dije para disimular un poco la pregunta.
-No, para nada, simplemente me
empezó a gustar vestirme así y ya-
-Ah- le dije yo, no quise ahondar
más porque no quería que se molestara.
Esa tarde que regresé a mi casa, casi
me arrancaba la verga, recordando la imagen del Rojo vestido con ese atuendo y
sobre todo con esa camisa que me hacía babear de solo recordar lo rica que se
veía. Hubiera dado lo que fuera por poder ir a su casa y husmear en su clóset
para usarla yo, o mejor aún, cogérmelo mientras la usaba, pero bueno, esos solo
eran sueños guajíros, pues el Rojo nunca había dado muestras de que le gustara
lo mismo que a mí, otros chicos.
Pasaron los meses y terminamos el
tercer año de la secundaria, y yo no volví a ver al Rojo. Supe por algunos
amigos en común que había entrado a una preparatoria cercana a la que yo iba,
pero cuando terminé también la preparatoria, le perdí la pista por completo.
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