sábado, 27 de abril de 2013

Jugando billar - Ep. 4


El Rojo me llevó a un lugar donde yo no había estado jamás pese a tener toda la vida viviendo en esa misma ciudad. Era un pequeño bar por el rumbo del barrio viejo perdido entre varias callecitas que yo desconocía, y hasta parecía que la intención del lugar era pasar desapercibido.

El lugar tenía el aspecto de un clásico pub inglés, aunque la clientela tenía facha de todo menos de ser británica, la mayoría parecían maestros de escuela retirados que se habían ido a tomar un trago con los amigos y jugar una partida de billar.

El Rojo parecía conocer bastante bien al encargado del lugar, pues hasta lo saludó de abrazo y todo. Nos fuimos a una mesa casi al final del local y el Rojo tomó dos de los tacos que estaban en la pared y se puso a rodarlos sobre el paño color verde para ver si estaban lo suficientemente rectos. Yo solo había jugado billar un par de veces y hacía varios años de eso, por lo cual apenas si recordaba las reglas, y sin duda mi puntería no sería nada buena. Me dijo el Rojo que acomodara las bolas sobre la mesa y como yo era el invitado, me tocó abrir.

Por un golpe de suerte entró una de las bolas lisas, pero mi segundo tiro fue un desastre y el Rojo se levantó de su banquito.

Con verdadero estilo tomó el taco, le pasó la tiza azul por la punta y se inclinó sobre la mesa para tirar. La luz de la lamparita verde que estaba sobre la mesa realmente le favorecía. El Rojo era una de esas personas que se notaba que en su vida le había salido un grano en la cara por lo cual tenía una piel limpia y perfecta, y contrario a lo que cualquiera imaginaría de un pelirrojo, no tenía pecas. 

Verlo inclinado así me permitió notar un muy bien formado par de nalgas que tenía, a eso agréguenle un torso atlético (y natural, porque no iba al gimnasio) envuelto en una preciosa camisa, un chaleco ceñido que lo hacía verse mas fortachón y una corbata que sobresalía elegantemente del chaleco, un poco abombada pero siempre perfecta. 

Creo que este cabrón no bromeaba cuando dijo que ese era su chaleco de jugar billar, ahora entendía por qué lo usaba, impedía que la corbata le cayera sobre el paño de la mesa, de eso me di cuenta cuando noté que la mía tenía unas manchas de polvo azul de la tiza.

Ya habíamos terminado un par de juegos cuando se acercó un caballero a saludarnos, un señor delgado, de piel muy blanca, con el pelo negro peinado hacia atrás y unas cejas que me recordaron a Ross de 'FRIENDS'. También iba muy bien vestido para ser una noche relax de viernes, traje negro de 3 piezas de raya diplomática, una camisa blanca de cuello italiano (spread) y puños de gemelos, la corbata era de un color lavanda oscuro y la traía con un perfecto nudo doble Windsor, me sorprendió la atención al detalle que tenía, pues la corbata la traía con el hoyuelo (dimple) clásico de ese nudo y curiosamente, sobresalía un poco de su chaleco en una perfecta curva…igual que la del Rojo. Como no queriendo la cosa me asomé, y sus zapatos eran de tipo bostoniano, y claro, perfectamente lustrados.

Resulta que este caballero era el padrino del Rojo (o su tío como le llamaba él), el dueño de la tintorería y su patrón. Ahora sí que me dio pena al verme junto a este señor, con mi corbata floja manchada de tiza azul, una camisa que había conocido tiempos mejores y un pantalón que había comprado en liquidación de temporada en Walmart. Con todo, el señor se mostraba muy atento y amable conmigo cuando el Rojo me presentó como un amigo que tenía ‘desde la secundaria’.

-Bueno, solo vine a recoger a alguien aquí y los vi y quise saludarlos. Y a ti no se te olvide lo de mañana- dijo dirigiéndose al Rojo.
-Claro que no, ahí estaré a las 6 en punto.-

Yo supuse que se trataba de algún asunto familiar, por eso ni le pregunté al Rojo qué tenía que hacer a las 6 en punto un sábado por la tarde. Seguimos con la partida de billar y yo cada vez afinaba un poco más la puntería, finalmente le pude ganar un juego al Rojo.

Nos dimos cuenta de que ya habían pasado casi 3 horas cuando nos apagaron y encendieron la lamparita que estaba sobre la mesa.

-Quieres jugar otro rato?-
-No, la verdad es que ya estoy un poco cansado- le contesté.
-Bueno, pues que te parece si vamos al bar por algo de comer?-

Recogimos las bolas de billar que estaban en la mesa y las troneras, colocamos los tacos de vuelta sobre el soporte de la pared y entregamos las cosas al encargado.

El Rojo encontró dos banquitos sobre la barra, pedimos unas cervezas y unas salchichas asadas con puré de papas, ‘bangers n’ smash‘ creo que se llamaba el plato, no estaba mal, yo ni sabía que servían comida en esos lugares, me imaginaba que todo era más que nada cerveza y botanas.

El ambiente en el lugar tampoco estaba tan mal, había un juego de fútbol en la pantalla del bar y buena parte de la clientela estaba entretenida viéndolo y echando festejo, gritos y maldiciones tal cual corresponde a un buen juego de fútbol.  

No sabría decir que fue, pero cuando salimos de ahí yo estaba fascinado por el lugar, pocas en veces en mi vida me había sentido un hombre entre hombres. A pesar de que desde los años de la prepa acepté que mis gustos no iban a cambiar y que era irremediablemente ‘puto’, nunca me había sentido atraído al estilo de vida que uno se imagina de los gays, pues yo me sentía muy cómodo en mi rol de varón, me gustaban los modales de hombre, el hablar golpeado, el béisbol,  el box, las películas de Van Damme, vestirme como todo un caballero y claro, la verga.

El Rojo ya me había preguntado si tenía novia, y para no quedar mal le había inventado que anduve con alguien cuando estuve en la prepa y que también tuve novia durante el primer semestre en la universidad, pero que las cosas no habían funcionado bien y que mejor lo habíamos dejado, y pues en ese momento estaba soltero y claro, aprovechando cualquier oportunidad que se me presentara para coger de vez en cuando. Claro, todo eso no tenía ni media palabra de verdad ya que aunque si encontraba guapas a las chicas, jamás había tenido deseos de acostarme con una, quizá lo haría algún día, por puro morbo y solo por no morir virgen en ese aspecto.

El Rojo me contó que también había echado novia cuando estuvo estudiando fuera, que había durado dos años con ella, pero cuando decidió salirse de la carrera y regresar a casa, lo habían dejado en pausa, ya que él sabía que las relaciones a distancia no funcionan, y pues prefirió terminar y dejar que aquello se enfriara solo, después de todo, si las cosas estaban destinadas a suceder, sucederían de un modo u otro.

Salimos del barecito casi a la media noche. El Rojo tenía que trabajar al día siguiente, medio día nada más, pero tenía que levantarse temprano de todos modos. Me llevó a mi casa y en cuanto llegamos caí en cuenta que todavía traía puesta la corbata. Me la quité rápidamente más por reflejo que por ganas y la guardé en mi mochila.

Noté que el Rojo se me quedó viendo cuando hice eso, y me preguntó que si porqué me la quitaba.

No quería decirle que me daba vergüenza que me vieran con corbata en mi casa, igual las usaba muy de vez en cuando, pero no para ir a la escuela y no tenía ganas de que me hicieran preguntas. Le inventé que era porque tenía la mancha de tiza azul, y como era de mi papá, no quería que la viera así.

-Dámela- me dijo el Rojo- yo la llevo mañana a la tintorería y te la regreso el lunes, es una mancha fácil de quitar, no quedará rastro-
-Es que me da pendiente, que tal que a mi papá se le ocurre querer ponerse esta precisamente y no la encuentra?-
-Dile que tú la tomaste para una exposición en la escuela y que se te quedó en casa de alguien, que ya se la traerás-
-Pues sí, buena idea, pero a ver dime, quién me asegura que no te la vas a robar? Porque no me has dado ningún comprobante de recibido eh!- le dije bromeando.
Entonces pasó algo que no me esperaba. El Rojo se quitó la corbata que traía, la dobló cuidadosamente y me la puso en la mano.
-Bueno, cuando te regrese la tuya me regresas ésta.-

Decir que la respiración se me detuvo es decir poco, aún en la oscuridad pude sentir como me ponía colorado y que mis manos y mis boxers se humedecían. Tener algo que hubiera usado el Rojo había sido una de mis más anheladas fantasías, y ahora estaba ahí frente a mí, dándome en prenda una corbata.

Quedamos que la próxima semana pasaría por ella a la tintorería y yo le regresaría la suya. Le di las gracias por invitarme y le di las buenas noches.

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