Nos besamos como un par de
pubertos calenturientos por más de media hora, que sentí se había ido como si
hubiera sido apenas medio minuto; ahora entendía eso de que ‘el tiempo es relativo’
y lo que dicen los gringos ‘time flies when you’re having fun’. En esa media
hora mi lengua había recorrido cada centímetro cúbico de capacidad que tenía su
boca; mi boca y lengua estaban entumecidas de todo lo que habían tocado,
lamido, succionado y mordisqueado, como si no hubiera mañana.
Mis brazos y manos parecían tener
vida propia, en un momento abrazaban, en otro estrujaban, en otro acariciaban,
y en dos tres ocasiones le llegué a clavar las uñas en la espalda para
convencerme de que esto que sucedía era real.
Hubiera dado lo que fuera por
poder morderle el cuello y sus orejitas al Rojo, pero era más blanco que Robert
Pattinson ya maquillado en esa horrenda película de vampiros, por lo cual un
moretón muy visible era una garantía si hubiera seguido adelante. Me conformé
con besarle el cuello de arriba abajo, mientras mis manos acariciaban
frenéticamente su espalda por dentro del saco, algo tenía la espalda de ese
chaleco que me volvía loco, simplemente no podía dejar de apretarlo contra mí y
seguir moviendo las palmas de mis manos en círculos por su espalda.
Mis labios seguían ocupados, ya
fuera besando esa boca que parecía ser mi perdición, o recorriendo el cuello de
su camisa justo donde hacía límite con la piel, era una cosquilla deliciosa que
hacía que me dieran escalofríos, y saber que él estaba haciendo y sintiendo lo
mismo con lo que yo traía puesto me excitaba aún más.
Fue entonces cuando el Rojo
dirigió sus manos hacia mi entrepierna. Mi pene estaba duro como nunca antes,
ni siquiera aquélla ocasión que me tomé una pastilla de viagra ‘para ver que se
sentía’ se me había puesto así. Con verdadera maestría, el Rojo me abrió la
bragueta con una sola mano y liberó a mi amiguito de esa prisión que eran esos
pantalones. Lentamente se fue inclinando hasta que sentí el calor húmedo de su
boca cobijando mi miembro.
Era mejor que cualquier cosa que
hubiera podido imaginar. Ver en el espejo al Rojo inclinado, chupándomela, es
hasta la fecha una de las imágenes que se me quedaron grabadas a fuego en la
retina. No estaba seguro si esto volvería a pasar, ni siquiera estaba seguro de
que quisiera que siguiéramos siendo amigos después de esto (los closeteros son
todo un misterio antropológico), así que por lo mismo me hice el propósito de
recordar esta escena con todo el detalle posible.
Sin despegarse de mi pene, el
Rojo hizo el ademán de quitarse el saco, parecía que le había dado un poco de
calor. Verlo en mangas de camisa con ese chaleco, le daba de cierta forma un
aire todavía más elegante y me entraron a mí las ganas de regresarle el favor.
Lo levanté y lo hice que se
sentara en el borde de la cama, y ahora fui yo quien se puso de rodillas. Este
iba a ser uno de esos momentos que marcan un antes y un después en la vida de
la gente; para algunos es el día que se casan, para otros el día que nace su
primer hijo, y bueno, para mí iba a ser el día en que finalmente sintiera la
verga del Rojo entrar en mi boca.
Con cuidado le abrí la bragueta y
tomé aquél pene rosadito, jugoso, palpitante y cabezón con una mano, y con la
otra acaricié sus testículos; el roce de mis manos con su vello púbico causó
que se contrajeran por un par de segundos y luego regresaran a su lugar.
Escuché apenas un gemido del Rojo que se pasaba el borde del puño sobre los
labios o acariciaba el cuello de la camisa y el nudo de la corbata mientras yo
se la chupaba. Él también lo estaba disfrutando muchísimo.
Esa verga que tenía el Rojo
estaba deliciosa, era como estar comiendo de un helado con el mejor sabor del
mundo y no poder detenerte. Se lo chupé hasta que me dolió la mandíbula, y ahí
comencé a alternar, se lo chupaba un rato y otro poco lo masturbaba con la
mano. Me daba miedo que en cualquier momento se fuera a venir, pero si me
detenía, el Rojo me decía –Dale, dale, dale!-
En eso estaba cuando se levantó y
me tomó de los brazos para que también me levantara. Me pidió que lo ayudara a
acercar un espejo de cuerpo entero que tenía en su habitación y a ponerlo
enfrente de la cama. Después de un cajón de su closet sacó un paquete de
preservativos y un lubricante. Me pidió que lo ayudara a desabotonarse los
tirantes del pantalón y se los quitó por entre el chaleco. Finalmente con los
pantalones en los tobillos, tomó mi pene y me colocó un preservativo y me
lubricó con un poco del líquido de la botellita.
Lentamente se fue sentando sobre
mi pene hasta que encontró el punto exacto. Estaba tan caliente que sentí que
me quemaba, pero era un calor delicioso y no quería que se detuviera.
Finalmente estuve completamente
dentro de él. En el espejo podía ver que el Rojo ponía cara como de incomodidad
al principio, pero apenas se acostumbró y el semblante le cambió por otro que
era la definición de la lujuria. Fue así como empezó a agarrar ritmo, y empezó
a gemir con verdadero placer.
Al principio yo trataba de
seguirle el ritmo, él se levantaba y yo sacaba, él se sentaba y yo empujaba,
pero después opté por dejarlo hacer como él quisiera. De los sentones suaves
pasamos a los fuertes, y vaya que parecía disfrutarlo, pues no dejó en ningún
momento de acariciarse ni el cuello ni su corbata… ni de gemir.
De pronto se levanta, acerca una
silla y me pide que me siente, yo hice como me pidió y entonces se sentó sobre
mi pene, y ahora estábamos frente a frente, el comenzó a cabalgarme y yo
aproveché para acariciar su espalda, ese forro me traía vuelto loco, nos
besamos como si el mundo se fuera a acabar esta noche. Su olor dulzón seguía ahí,
envolviéndolo todo, y aunque estuve tentado a preguntarle que perfume usaba, no
quise sacarlo del trance en que estaba con una pregunta tonta.
Cuando pensé que ya era mi turno
de tomar control, lo tendí de espaldas sobre la cama, me quité los pantalones y
el Rojo solito levantó las piernas y las puso sobre mis hombros. Ahora si
estaba en terreno conocido y se la metía con todas las fuerzas de que era
capaz. Al principio el Rojo me dijo que le dolía un poco, pero después el mismo
me atraía hacia él.
Me apoyé sobre los codos y metí
mis manos por debajo de su espalda para poder seguir acariciando ese sedoso
forro del chaleco, ocasionalmente nos besábamos, o le mordía las puntas del
cuello de la camisa, o simplemente besaba el nudo de su corbata. El Rojo por su
parte no perdía el tiempo, me acariciaba los costados y me ajustaba el nudo de
la corbata, pero más que nada, nos mirábamos, era la primera vez que estábamos
así de cerca, aunque eso es más un eufemismo para decir que estábamos uno
dentro del otro.
De pronto me dijo el Rojo que
quería cambiar de posición, así que se la saqué, y se levantó solo para ponerse
en cuatro patas mirando de frente al espejo. A mí no me desagradó la idea, era
como estar dentro de una de esas películas de Menatplay, excepto que esto era
real, ambos sentíamos un placer total al usar toda esta ropa tan formal,
mientras que aquéllos eran actores.
Comencé de nuevo a darle de
empujones (y de nalgadas), al Rojo parecía gustarle que lo tratara rudo, así
que comencé a decirle cosas sucias, para darle un poco de sazón al momento.
-Te gusta lo que traes puesto
putito?
-Aahh si, me gusta!
-Que tanto te gusta pinche maricón?
-Muuucho! Me gusta mucho!
-Te gusta vestirte de traje puto?
-Siiii, me calienta muchísimo!!!
-Seguro que no prefieres una
minifalda y una blusita putito?
-Noo, me gustan los trajes!
-Y que más te gusta aparte de los
trajes?
-Las camisas de vestir!
-Ah sí? Y por qué te gustan?
-Se sienten ricas, duritas, me
hacen sentir cosquillas!!!
-Y que te gusta más de las
camisas mariconcito?
-El cuello, los puños…
-Y las corbatas te gustan?
-Mucho, me fascinan!!!
-Y desde cuando te gustan joto? –
le decía yo sin dejar de follármelo
-Desde niño!
-Ah si? Y por qué te gustaron?
-No sé, veía a mi padrino y me
gustaba como se veía, me hacía desear vestirme así yo también – Vaya que esta
información era reveladora, ya empezaba yo también a sentir los estragos,
estaba seguro que no podía aguantar mucho mas antes de llegar al orgasmo.
-Ah vaya, y cuando estás solo te
vistes de traje para jalártela?
-Siiii! Me encanta!
-Mira, parece que nos vamos a
entender muy bien tu y yo pinche putito!- le dije- Ya andas muy caliente?
-Ya, ando muy caliente!!!-
-Te quieres venir ya?-
-Siiii ya no aguanto!
-Pues vente cabrón!- le dije
mientras le empezaba a bombear lo más rápido que podía.
El Rojo no tardó mucho, después
de que se incorporara para quedar solamente de rodillas, se la volví a meter y comencé
besarlo mientras lo masturbaba, finalmente llegó.
El chorro de semen voló sin
dificultad el metro y medio que lo separaba del espejo y se estrelló contra él,
el segundo cayó un poco más abajo, y el tercero y el cuarto ya no llegaron,
aunque no por eso fueron menos abundantes.
Yo por mi parte, sentí que me volvía loco con el
pene del Rojo en la mano, mi boca en su boca y mi miembro dentro de él mientras
su esfínter apretaba con cada trallazo de semen que lanzaba, no me pude
contener y también eyaculé dentro de él.
Puedo jurar que vi
estrellas brillando, ángeles cantado y a Hugo Chávez sentado a la derecha del padre,
fueron los minutos más largos de toda mi vida. Finalmente rendidos los dos,
caímos sobre el colchón de la cama, en un abrazo de cucharita, y ahí me morí
(de sueño).