martes, 30 de abril de 2013

El momento que tanto esperé - Ep. 8

Nos besamos como un par de pubertos calenturientos por más de media hora, que sentí se había ido como si hubiera sido apenas medio minuto; ahora entendía eso de que ‘el tiempo es relativo’ y lo que dicen los gringos ‘time flies when you’re having fun’. En esa media hora mi lengua había recorrido cada centímetro cúbico de capacidad que tenía su boca; mi boca y lengua estaban entumecidas de todo lo que habían tocado, lamido, succionado y mordisqueado, como si no hubiera mañana.

Mis brazos y manos parecían tener vida propia, en un momento abrazaban, en otro estrujaban, en otro acariciaban, y en dos tres ocasiones le llegué a clavar las uñas en la espalda para convencerme de que esto que sucedía era real.

Hubiera dado lo que fuera por poder morderle el cuello y sus orejitas al Rojo, pero era más blanco que Robert Pattinson ya maquillado en esa horrenda película de vampiros, por lo cual un moretón muy visible era una garantía si hubiera seguido adelante. Me conformé con besarle el cuello de arriba abajo, mientras mis manos acariciaban frenéticamente su espalda por dentro del saco, algo tenía la espalda de ese chaleco que me volvía loco, simplemente no podía dejar de apretarlo contra mí y seguir moviendo las palmas de mis manos en círculos por su espalda.

Mis labios seguían ocupados, ya fuera besando esa boca que parecía ser mi perdición, o recorriendo el cuello de su camisa justo donde hacía límite con la piel, era una cosquilla deliciosa que hacía que me dieran escalofríos, y saber que él estaba haciendo y sintiendo lo mismo con lo que yo traía puesto me excitaba aún más.

Fue entonces cuando el Rojo dirigió sus manos hacia mi entrepierna. Mi pene estaba duro como nunca antes, ni siquiera aquélla ocasión que me tomé una pastilla de viagra ‘para ver que se sentía’ se me había puesto así. Con verdadera maestría, el Rojo me abrió la bragueta con una sola mano y liberó a mi amiguito de esa prisión que eran esos pantalones. Lentamente se fue inclinando hasta que sentí el calor húmedo de su boca cobijando mi miembro.

Era mejor que cualquier cosa que hubiera podido imaginar. Ver en el espejo al Rojo inclinado, chupándomela, es hasta la fecha una de las imágenes que se me quedaron grabadas a fuego en la retina. No estaba seguro si esto volvería a pasar, ni siquiera estaba seguro de que quisiera que siguiéramos siendo amigos después de esto (los closeteros son todo un misterio antropológico), así que por lo mismo me hice el propósito de recordar esta escena con todo el detalle posible.

Sin despegarse de mi pene, el Rojo hizo el ademán de quitarse el saco, parecía que le había dado un poco de calor. Verlo en mangas de camisa con ese chaleco, le daba de cierta forma un aire todavía más elegante y me entraron a mí las ganas de regresarle el favor.

Lo levanté y lo hice que se sentara en el borde de la cama, y ahora fui yo quien se puso de rodillas. Este iba a ser uno de esos momentos que marcan un antes y un después en la vida de la gente; para algunos es el día que se casan, para otros el día que nace su primer hijo, y bueno, para mí iba a ser el día en que finalmente sintiera la verga del Rojo entrar en mi boca.

Con cuidado le abrí la bragueta y tomé aquél pene rosadito, jugoso, palpitante y cabezón con una mano, y con la otra acaricié sus testículos; el roce de mis manos con su vello púbico causó que se contrajeran por un par de segundos y luego regresaran a su lugar. Escuché apenas un gemido del Rojo que se pasaba el borde del puño sobre los labios o acariciaba el cuello de la camisa y el nudo de la corbata mientras yo se la chupaba. Él también lo estaba disfrutando muchísimo.

Esa verga que tenía el Rojo estaba deliciosa, era como estar comiendo de un helado con el mejor sabor del mundo y no poder detenerte. Se lo chupé hasta que me dolió la mandíbula, y ahí comencé a alternar, se lo chupaba un rato y otro poco lo masturbaba con la mano. Me daba miedo que en cualquier momento se fuera a venir, pero si me detenía, el Rojo me decía –Dale, dale, dale!-

En eso estaba cuando se levantó y me tomó de los brazos para que también me levantara. Me pidió que lo ayudara a acercar un espejo de cuerpo entero que tenía en su habitación y a ponerlo enfrente de la cama. Después de un cajón de su closet sacó un paquete de preservativos y un lubricante. Me pidió que lo ayudara a desabotonarse los tirantes del pantalón y se los quitó por entre el chaleco. Finalmente con los pantalones en los tobillos, tomó mi pene y me colocó un preservativo y me lubricó con un poco del líquido de la botellita.

Lentamente se fue sentando sobre mi pene hasta que encontró el punto exacto. Estaba tan caliente que sentí que me quemaba, pero era un calor delicioso y no quería que se detuviera.

Finalmente estuve completamente dentro de él. En el espejo podía ver que el Rojo ponía cara como de incomodidad al principio, pero apenas se acostumbró y el semblante le cambió por otro que era la definición de la lujuria. Fue así como empezó a agarrar ritmo, y empezó a gemir con verdadero placer.

Al principio yo trataba de seguirle el ritmo, él se levantaba y yo sacaba, él se sentaba y yo empujaba, pero después opté por dejarlo hacer como él quisiera. De los sentones suaves pasamos a los fuertes, y vaya que parecía disfrutarlo, pues no dejó en ningún momento de acariciarse ni el cuello ni su corbata… ni de gemir.

De pronto se levanta, acerca una silla y me pide que me siente, yo hice como me pidió y entonces se sentó sobre mi pene, y ahora estábamos frente a frente, el comenzó a cabalgarme y yo aproveché para acariciar su espalda, ese forro me traía vuelto loco, nos besamos como si el mundo se fuera a acabar esta noche. Su olor dulzón seguía ahí, envolviéndolo todo, y aunque estuve tentado a preguntarle que perfume usaba, no quise sacarlo del trance en que estaba con una pregunta tonta.

Cuando pensé que ya era mi turno de tomar control, lo tendí de espaldas sobre la cama, me quité los pantalones y el Rojo solito levantó las piernas y las puso sobre mis hombros. Ahora si estaba en terreno conocido y se la metía con todas las fuerzas de que era capaz. Al principio el Rojo me dijo que le dolía un poco, pero después el mismo me atraía hacia él.

Me apoyé sobre los codos y metí mis manos por debajo de su espalda para poder seguir acariciando ese sedoso forro del chaleco, ocasionalmente nos besábamos, o le mordía las puntas del cuello de la camisa, o simplemente besaba el nudo de su corbata. El Rojo por su parte no perdía el tiempo, me acariciaba los costados y me ajustaba el nudo de la corbata, pero más que nada, nos mirábamos, era la primera vez que estábamos así de cerca, aunque eso es más un eufemismo para decir que estábamos uno dentro del otro.

De pronto me dijo el Rojo que quería cambiar de posición, así que se la saqué, y se levantó solo para ponerse en cuatro patas mirando de frente al espejo. A mí no me desagradó la idea, era como estar dentro de una de esas películas de Menatplay, excepto que esto era real, ambos sentíamos un placer total al usar toda esta ropa tan formal, mientras que aquéllos eran actores.

Comencé de nuevo a darle de empujones (y de nalgadas), al Rojo parecía gustarle que lo tratara rudo, así que comencé a decirle cosas sucias, para darle un poco de sazón al momento.

-Te gusta lo que traes puesto putito?
-Aahh si, me gusta!
-Que tanto te gusta pinche maricón?
-Muuucho! Me gusta mucho!
-Te gusta vestirte de traje puto?
-Siiii, me calienta muchísimo!!!
-Seguro que no prefieres una minifalda y una blusita putito?
-Noo, me gustan los trajes!
-Y que más te gusta aparte de los trajes?
-Las camisas de vestir!
-Ah sí? Y por qué te gustan?
-Se sienten ricas, duritas, me hacen sentir cosquillas!!!
-Y que te gusta más de las camisas mariconcito?
-El cuello, los puños…
-Y las corbatas te gustan?
-Mucho, me fascinan!!!
-Y desde cuando te gustan joto? – le decía yo sin dejar de follármelo
-Desde niño!
-Ah si? Y por qué te gustaron?
-No sé, veía a mi padrino y me gustaba como se veía, me hacía desear vestirme así yo también – Vaya que esta información era reveladora, ya empezaba yo también a sentir los estragos, estaba seguro que no podía aguantar mucho mas antes de llegar al orgasmo.
-Ah vaya, y cuando estás solo te vistes de traje para jalártela?
-Siiii! Me encanta!
-Mira, parece que nos vamos a entender muy bien tu y yo pinche putito!- le dije- Ya andas muy caliente?
-Ya, ando muy caliente!!!-
-Te quieres venir ya?-
-Siiii ya no aguanto!
-Pues vente cabrón!- le dije mientras le empezaba a bombear lo más rápido que podía.

El Rojo no tardó mucho, después de que se incorporara para quedar solamente de rodillas, se la volví a meter y comencé besarlo mientras lo masturbaba, finalmente llegó.

El chorro de semen voló sin dificultad el metro y medio que lo separaba del espejo y se estrelló contra él, el segundo cayó un poco más abajo, y el tercero y el cuarto ya no llegaron, aunque no por eso fueron menos abundantes. 

Yo por mi parte, sentí que me volvía loco con el pene del Rojo en la mano, mi boca en su boca y mi miembro dentro de él mientras su esfínter apretaba con cada trallazo de semen que lanzaba, no me pude contener y también eyaculé dentro de él.

Puedo jurar que vi estrellas brillando, ángeles cantado y a Hugo Chávez sentado a la derecha del padre, fueron los minutos más largos de toda mi vida. Finalmente rendidos los dos, caímos sobre el colchón de la cama, en un abrazo de cucharita, y ahí me morí (de sueño).

lunes, 29 de abril de 2013

Shhh!!! No digas nada - Ep. 7


Poco antes de las 6:30 me sonó el celular y era el Rojo, que ya iba de camino, así que me fui a la entrada del campus y lo esperé allí. A los pocos minutos llegó y me subí a su coche. Me decepcionó un poco ver que no iba guapo como otras veces, hoy parecía que había sido su día de flojera y traía jeans y una camiseta. En el camino me venía platicando que había salido más temprano de la tintorería y que quería aprovechar que el sábado estaría en el turno de la tarde para desvelarse viendo películas y jugando con la Playstation.

Llegamos a su casa y entramos, lo escuché pedir una pizza y conectó su laptop a la tele de la sala, se había bajado Zero Dark Thirty y Django Unchained. Para esas horas yo estaba que rabiaba de hambre, pues no había ido a mi casa a comer, y la pizza de pepperoni me supo a gloria.

Terminamos de ver la primera película, Django Unchained, el Rojo parecía tener cierto gusto por la violencia porque las 3 horas que duró la película se la pasó partido de la risa. A mí no me molestaba, me encantaba verlo reírse, carcajearse, de por sí hubiera hecho lo que fuera por este cabrón y con esa risa tan limpia y auténtica que tenía, había terminado de caer como un idiota otra vez por él.

Eran poco mas de las 10 cuando se acabó la película, ya lo veía más que dispuesto a seguir con la segunda, pero le dije que se hacía tarde para mí, y que no creía que me fuera a aguantar el sueño.

-Oh no seas chocante, qué tienes que hacer mañana?
-No, nada, pero me cae que si me voy a quedar dormido.
-Pues te duermes y ya-
-Uuuh no, yo no puedo dormir en otra cama que no sea la mía!-
-Bah, eso dicen todos-
-Y quienes son todos?- le pregunté yo despertando instantáneamente del letargo que traía, porque nadie confunde ‘TodAs’ con ‘TodOs’ nomás porque sí.
-Toda la gente pues, todo mundo dice que solo duerme bien en su cama, pero caen donde sea-
-Seguro? No me quieres contar algo?- le dije en broma
-Tal vez algún día te lo cuente- me dijo y me quedé con la boca abierta.

Yo no era tan despistado como para no intuir que eso solo podía significar dos cosas, la primera  que el Rojo era gay; o la segunda, que era hetero pero le gustaba hacer cosas muy pero MUY raras (y probablemente ilegales) al estilo Christian Grey, y la verdad es que ambas posibilidades me intrigaban.

-Rojo, cuéntame.
-Que te cuente qué?
-Lo que me tienes que contar algún día.
-Algún día TAL VEZ te lo cuente.
-Porqué no hoy?
-Porque no es el día correcto.
-Cómo lo sabes?
- Porque no es el día que te lo quiero contar.
-Rojo, cuéntame, soy tu amigo, no me va a hacer diferencia entre un día y otro.
-No, no te quiero contar hoy- me dijo tratando de reírse como para restarle importancia.
-Rojo, si no me cuentas me voy a enojar contigo.
-Uy sí, que miedo, me vas a dejar de hablar?
-Tú me dejabas de hablar en la secundaria cuando te daba la gana y por cosas que nunca me quedó muy claro por qué, que te hace pensar que yo no podría hacer lo mismo?
-Porque yo tenía 13 años, y tú ahora tienes 21, se supone que eres más razonable.
-El que sea más razonable no significa que no me pueda molestar contigo, en serio, dime, que me puedes contar que me sorprenda?
-Esto es diferente, no es algo que te vaya a sorprender creo, pero aún así es algo que no quiero contarte hoy-
-Bueno, entonces me voy, me llamas cuando tengas algo que decirme- le dije tomando mis cosas con el ánimo de presionarlo.
-Pues que te vaya bien- me dijo soltando una risita.

Lo que el Rojo no sabía era que yo estaba dispuesto a seguir con este juego hasta que fuera necesario, de todas maneras, todos estos meses que teníamos de haber reconectado me habían bastado para saber que algo raro pasaba con él, por ejemplo los sábados nunca podíamos quedar, a veces que le llamaba en la noche me decía que aún seguía en el trabajo aún que todas las tintorerías cierran a mas tardar a las 7 de la tarde, y todavía más raro, siempre cambiaba el tema cuando le preguntaba por qué había cortado la amistad en la secundaria.

Cuando me vio caminar decididamente hasta la puerta, me dijo:

-Ok, espera.
-No que no cabrón?-
-Te voy a decir, pero a mi modo, y no quiero que hagas preguntas, si lo entiendes bien y si no, no te lo voy a explicar, conforme?
-Conforme.

Apagó la televisión y las luces de la sala, me hizo el ademán para que lo acompañara y me llevó a su habitación que estaba más ordenada de lo que esperaba.

Abrió su closet y pude ver que tenía por lo menos unas 20 camisas de vestir, blancas, azules de varios tonos, algunas rosadas, rayadas, unos 9 ó 10 trajes, varios pantalones de vestir cuidadosamente colgados y bueno, nada anormal para alguien que estudia leyes. Lo raro fue cuando señaló a una cajonera que estaba debajo de todo eso que se cerraba con llave. Ahí fue cuando me temí que fuera a sacar cosas como esposas, una de esas máscaras con cremallera, un látigo de 7 colas y un dildo de 12 pulgadas; ya lo menos que imaginaba era una bolsita con marihuana, una pipa y un bong.

Lo que en verdad no esperaba era ver, era que en ese cajón guardaba cosas como tirantes, ligueros para calcetines, moños/pajaritas, pisacorbatas, cuellos desprendibles, chalecos de novio, corbatones, plastrones, un reloj de cadena, una camisa para frac con su chaleco de seda en color marfil con su corbata de lazo a juego, guantes, y en el último cajón y el más alto, un sombrero de copa Y UNA CAPA.

Cuando lo volteé a ver, el Rojo le hacía honor a su apodo, estaba colorado como nunca y tenía una mirada que parecía suplicar:

-Por favor no preguntes, por favor no me hagas que te explique, por favor solo entiéndelo y ya-

Como les había mencionado, yo tenía tiempo frecuentando los ‘Yahoo! Groups’, justo el suficiente para saber que si a un hombre le atraen estas cosas, o es gay o bisexual, y para lo que yo quería hacer ahora, cualquiera de las dos opciones me venía bien.

Aunque el pulso me latía a mil por hora y tenía la boca y la garganta secas y que temblaba visiblemente, me las arreglé para mantener la calma. El Rojo ya me había dicho que no me iba a explicar nada, así que de ahí en adelante todo tendría que ser por mi cuenta.

Tomé uno de sus trajes que estaban ahí colgados, uno color azul marino casi negro de 3 piezas; la tela era de una textura muy suave y era de raya diplomática, el traje tenía un forro color azul metálico que estaba para volverse loco tan solo de tocarlo. Con todo el aplomo que me fue posible lo puse sobre la cama, busqué una camisa blanca de puños dobles y una corbata azul de rayas, tenía un patrón de una franja azul marino, después una color azul cielo brillante, después una línea delgada azul marino, línea azul cielo delgada, línea azul marino delgada otra vez y una franja más ancha en azul cielo antes de volver a repetirse; de su cajoncito de accesorios tomé unos gemelos que me pareció harían juego; del otro cajón con llave, tomé unas ligas para calcetines, y unos calcetines oscuros. Finalmente un cinturón negro de vestir.

Después me quité la ropa que traía, y me vestí con el traje del Rojo, por suerte éramos casi la misma talla. Calcetines, pantalón, camisa, gemelos, cinturón, corbata, chaleco, y saco. Pude notar que seguía con todo detalle mis movimientos, y no se molestaba en ocultar una descomunal erección en esos pantalones de mezclilla ceñidos que traía. Al último me puse unos zapatos negros muy bien lustrados que encontré en la parte de abajo del closet.

Me miré en el espejo, y lo que sea de cada quien, no me veía nada mal, un buen traje puede hacer lucir como un príncipe a cualquiera que lo sepa llevar.




-Que te parece?- le dije al Rojo, que seguía colorado como un tomate.
-Se te ve muy bien- me dijo
-Bien, falta lo mejor ;-)

Busqué nuevamente en el closet, y me encontré otro traje negro, 3 piezas, de raya de gis, con las franjas un poco más anchas que el que yo vestía; vi colgada una camisa riquísima de color blanco con rayas finas negras, de sus corbatas elegí una color rojo óxido, satinada y lisa.

Por primera vez hice lo que había deseado hacer desde la primera vez que vi al Rojo entrando al salón de clases años atrás. Me acerqué a él y pude percibir su respiración agitada cuando le levanté la camiseta que traía para quitársela. Él no opuso ninguna resistencia, levantó los brazos y se dejó hacer. 

Después mis manos ansiosas fueron hasta la tierra prometida y anhelada por años, su bragueta. Le bajé la cremallera de sus ajustados jeans y le desabroché el botón, le bajé todo, incluidos unos bóxers que estaban bastante húmedos a estas alturas. Me hizo gracia comprobar que era pelirrojo natural.

Con cierta torpeza se trató de quitar los tenis/zapatillas deportivas que traía, casi se cae pero lo alcancé a detener en mis brazos, sentí su exquisito olor a hombre joven, a deseo, a ansias reprimidas de años y me pareció dulce y adictivo; casi como aspirar cocaína perfumada con vainilla y chocolate.

Y entonces lo tuve desnudo frente a mí. Era como siempre había soñado en mis fantasías, con un plus, tenía el pene un poco más grande, grueso y perfecto de lo que yo imaginaba; circunciso, blanco, largo, con una cabeza grande y brillante que escurría (literalmente) de deseo. Si alguien piensa que los penes son feos, es porque nunca han visto el de éste cabrón.

Con cuidado le puse unos calcetines, un pantalón que le ajustaba excelente y esa hermosa camisa de rayitas finas. Noté que el pantalón tenía botones por dentro de la pretina, pues era para usarse con tirantes, no me pude resistir y tomé unos de su cajoncito secreto. Hasta ahora todo tenía una pinta excelente, tomé esa bellísima corbata roja y comencé a anudársela, me esmeré en que ese nudo quedara perfecto y creo que lo conseguí. 

Tomé el chaleco que tenía un forro sedoso color plata y se lo puse, disfruté tanto el abotonárselo que por un momento sentí que me venía, por suerte me pude controlar apretando y estirando un poco las piernas. 

Finalmente tomé el saco y el Rojo estiró los brazos para que se lo pusiera, desde atrás pude apreciar ese exquisito olor que tiene la lana recién lavada y sentí mariposas en el estómago. De sus zapatos, escogí unos de tipo bostoniano, negros y bien lustrados. Se los anudé y cuando terminé comencé a besar sus piernas yendo hacia arriba hasta que llegué a su boca.



Ese beso fue como la culminación y a la vez comienzo de una fantasía que llevaba atrapada dentro de mí desde que era un adolescente. Al estar perdido en su boca, con nuestras lenguas entrelazándose y tratando de captar todos los sabores, las texturas y las sensaciones que habíamos estado guardando por años el uno por el otro, sentí que si moría de un infarto fulminante en ese momento, me iría feliz y sonriente.

Un Golpe de suerte - Ep. 6


El sábado transcurría de manera normal, mis padres salieron temprano a desayunar y yo sabía que no volverían hasta mediodía; mi hermano había regresado muy tarde anoche, así que también estaba seguro que no se levantaría por lo menos hasta las 11. Esto me dejaba tiempo de sobra para lavar la camisa, después de las correrías que había hecho con ella puesta, si meritaba una lavada. 

Me metí al baño como cualquier otro día y puse a llenar la bañera, saqué el jabón de tintorería de su escondite y la lavé cuidadosamente, sobre todo del cuello y los puños, que era donde más suele marcarse el sudor. Gracias a Dios que el semen no suele aferrarse a la tela de algodón, porque menudo problema en que me hubiera metido.

Después de tomar yo mismo un baño, salí rápidamente al cuarto de lavado y puse la camisa en la secadora, y unos momentos después ya estaba seca. Ahora solo faltaba plancharla, y a estas alturas yo ya era todo un experto. Con cuidado le eché el almidón en aerosol, y le puse un trapito de algodón por encima, después solo fue cuestión de pasarle la plancha muy caliente y quedó como nueva. Ahora solo era cuestión de esperar a que mi hermano saliera y volver a deslizarla en su clóset, y listo, el crimen perfecto.

Claro, la corbata del Rojo era el verdadero problema a resolver. Busqué y busqué en internet sobre como quitar manchas de la seda, específicamente manchas de semen, pero una y otra vez, el consejo era el mismo, -TÍRALA A LA BASURA-.  Para mí esa no era ninguna opción, pero por lo menos me convencí de que no había nada que yo pudiera hacer en casa y mucho menos a escondidas, para limpiar esa mancha. Busqué en la guía telefónica y apunté los datos de algunas tintorerías que me quedaban por el rumbo, quizá me daría la vuelta por alguna de ellas y en donde tuvieran un dependiente hombre, llegaría a preguntar. No sé por qué, pero me daba más confianza hacerlo así, los hombres suelen ser más empáticos con otros hombres, sobre todo en cuestiones como estas, además si me hacían preguntas sobre de qué era la mancha, bastaría con decirles –es que fui al cine con mi novia y usted sabe…-

Pasó casi una semana, el Rojo me dijo desde el martes que la corbata estaba lista, que pasara por ella cuando quisiera. Yo que mas hubiera querido que verlo, pero ni modo que fuera sin llevarle su corbata!. La había llevado a 4 lugares distintos y en todos lados nomás de verla me dijeron categóricamente:

 –Esa mancha no sale-

Así que ni caso tenía dejarla, puesto que aunque se lavara con todos los recursos que tenían, siempre iba a quedar rastro de la mancha y por si fuera poco, la corbata podría desteñirse. Así que toda la semana le estuve dando excusas para no ir, que tenía exámenes, tareas pendientes, etc, etc.

El viernes de esa semana me lo encontré en el Messenger, estábamos hablando de la inmortalidad del cangrejo y esas cosas, cuando me dice:

-Oye, y no has venido por tu corbata, no te ha preguntado tu papá por ella?-
-No, la verdad es que ni siquiera creo que se haya dado cuenta de que le hace falta, y en dado caso de que lo notara, lo más seguro es que piense que mi hermano se la tomó prestada.
-Ah entonces no hay problema si no la regresas?
-Pues tanto como un problema no, por qué? –
-Nada en particular, hasta estaba pensando en comprártela, me gustó mucho sabes? El otro día que la traías no la vi muy bien porque estaba oscuro, pero después de traerla a la tintorería y que quedó como nueva, pues deja te cuento que está muy muy linda, tenía tiempo buscando una así parecida pero sin suerte.
-Ah, supongo que mi papá la compró en alguno de sus viajes, pero no te sabría decir – mentí. 

Recordaba perfectamente dónde, cuándo y cuánto había costado esa corbata, y no era de mi papá, era mía, la había comprado a hurtadillas hacía unos dos años en el aeropuerto del D.F cuando regresaba de unas vacaciones. De pronto se me ocurrió una idea no tan mala.

-Te la cambio- le dije
-Qué cosa?
-Tu corbata que me dejaste en prenda por esa de mi papá. Apuesto a que le encantaría esta que me dejaste, es muy del tipo de las que él usa.
-Seguro?
-Claro, por mi no hay problema – (cuál problema si era mía!)
-Bueno, pues entonces si te la cambio- me dijo y sentí que me volvía el alma al cuerpo.

Seguimos platicando otro rato, que la escuela, que su trabajo,  que la familia y me preguntó que planes tenía para la tarde.
Hasta ese momento yo solo tenía planeado continuar evadiéndolo, pero como ya se había resuelto el asunto de la corbata manchada, le dije que estaba libre como el viento.

-Bajé unas películas, que tal que vienes y pedimos una pizza?-
-Me agrada la idea, dónde nos vemos?
-A qué hora es tu última clase?
-A las 6 salgo-
-Bueno, te parece si paso por ti a la escuela a las 6:30?
-Claro, mándame un mensaje y salgo.

domingo, 28 de abril de 2013

La corbata mas deseada - Ep. 5


Entré a mi cuarto y temblaba. Sentía tantos nervios como si trajera una bomba de tiempo en la mochila en vez de una simple corbata. Cerré mis cortinas, le puse seguro a la puerta y por si las dudas recargué una silla contra la chapa de la puerta. Encendí la televisión para disimular el ruido, a pesar de que mis padres dormían en su habitación en el piso de abajo y que mi hermano seguro andaba de motelazo con su novia, no quise arriesgarme.

Cuando ya me sentí seguro, abrí la mochila y saqué la corbata del Rojo. Ahora que la podía contemplar con detalle, era todavía más bonita. Era de seda, no conocía la marca pero sin duda era una corbata fina. Yo sabía que terminaría masturbándome como loco toda la noche con esa corbata, pero si iba a ser la primera vez que podía tener algo del Rojo  tenía que hacer de ello una ocasión especial. Muy sigilosamente abrí la puerta de mi habitación y me asomé a ver si había alguien despierto. Las luces de abajo seguían apagadas, seña que mis padres seguían durmiendo plácidamente, me asomé a la calle y ni rastro del coche de mi hermano, así que entré a su cuarto y abrí su closet.

No era la primera vez que lo hacía, en más de una ocasión mi hermano sin saberlo había patrocinando mis maratones masturbatorios, pero la culpa era de él por tener un trabajo de oficina y un guardarropa bien surtido sin vigilancia. Saqué mi teléfono y le tomé una foto al clóset, mas de una vez mi hermano me había reñido por tomarle las cosas sin permiso, que unas botas, que un cinturón, alguna camisa, etc. 
Por supuesto, él no tenía ni idea de que también usaba sus trajes, sus camisas de vestir, sus corbatas, pero no me iba a arriesgar a que lo descubriera y esa era la mejor manera de dejar todo exactamente igual a como estaba.

Tomé una camisa blanca de gemelos que estaba hasta la orilla del closet; mi hermano se la ponía en raras ocasiones, para alguna boda, un día importante en el trabajo y cosas de esas. Aquí entre nos, creo que yo me la ponía más seguido que él, hasta tenía escondida en mi habitación una bolsa del mismo detergente que utilizaban en la tintorería y un bote de almidón en aerosol para darle el mismo acabado por si la llegaba a ensuciar.

Cerré el closet y salí de ahí rápidamente. Entré a mi cuarto y me volví a encerrar a piedra y lodo. Me quité la ropa y me di una ducha rápida. Lo último que quería hacer era generar un problema extra ensuciándole la camisa a mi hermano.

Salí y me sequé concienzudamente, abrí un cajón de la cómoda y saqué un par de calcetines que usaba para estas ocasiones. Eran unos calcetines ejecutivos negros, con la punta dorada (o amarilla dependiendo del uso), que me había comprado un año atrás, un día que andaba curioseando por una de esas tiendas que hay en el centro. Me llamaron la atención porque venían en su propia cajita y además traían unas ligas y un broche. Lo que me terminó de convencer era que quien me atendió fue un señor ya mayor de esos que ya casi no se ven; con su traje de 3 piezas, un reloj de cadena, pisacorbatas, y su pañuelo bien coordinado con la corbata. Incluso me felicitó por procurar vestirme como todo un caballero, me dijo que ojalá y más jóvenes fueran como yo.

En fin, estos calcetines me los ponía yo en ocasiones especiales, y la verdad no podía pensar en una ocasión más especial que ésta para usarlos.

Muy despacio me puse la camisa de mi hermano, y saboreé gustoso el abrocharme los botones de uno por uno. Por cada uno que me abrochaba, sentía como mi pene reaccionaba y se iba poniendo cada vez más y más duro, caliente y palpitante. Saqué del doble fondo de un cajón unos gemelos de platino que le había ‘tomado prestados’ a mi papá. Habían sido de mi abuelo, y según mi lógica, tarde que temprano serían míos, así que ¿por qué no mejor más temprano que tarde? Mi papá no se había enterado que hacía cosa de dos años yo había mandado hacer una réplica de esos gemelos y eran los que él tenía guardados en su closet y no parecía haber notado el cambio siquiera, seña de que los usaba mucho, yo creo que no eran muy de su gusto mas bien.

Ya con la camisa y los calcetines puestos, me fui frente al espejo que tenía colgado por dentro de la puerta del closet, y ahí si llegó lo bueno. Me abroché el último botón y me levanté el cuello de la camisa. Me sentía como un niño a punto de comerse un dulce que durante mucho tiempo le habían prohibido terminantemente que siquiera tocara, y pues lo estaba disfrutando muchísimo. Sentía una especie de entumecimiento en todo el cuerpo, como un calorcito muy sabroso, pude ver en el espejo que tenía las mejillas totalmente enrojecidas y mi pene que estaba durísimo como nunca, estaba escurriendo como la vez que mi papá estuvo a punto de encontrarme vestido con su ropa dentro de su closet, aunque esa es otra historia.

Tomé aquélla preciosa corbata, y me la puse alrededor del cuello. El nudo que más me gustaba era un doble Windsor, y aunque normalmente lo podía hacer con los ojos cerrados, en esta ocasión por los nervios no me quedaba como yo quería. Tras varios intentos por fin lo pude dejar tan grueso como me gustaba y con el largo adecuado. Ahora me arrepentía de no haber tomado uno de los trajes de mi hermano; como él trabajaba, se podía permitir el lujo de comprárselos de buena calidad y mandarlos al sastre a que se los ajustaran a su medida, mientras que el único que yo tenía era comprado en liquidación y la verdad es que el saco no me ajustaba tan bien, pero ni modo, eso sería mañana si había tiempo, mi momento era ahora y no lo iba a desperdiciar.

La corbata olía a él, y eso me volvía loco, era una loción que tenía unas notas de tabaco. Hubiera pensado que tal vez había sido el olor del bar que se me había pegado, pero no, era diferente, era un olor suave y refinado, tenía que preguntarle al Rojo que loción usaba para poder comprarme una igual y por lo menos a la próxima paja que le dedicara lo sintiera mas cerca.

No pude resistir mucho tiempo mirándome al espejo, abrí la puerta del closet lo suficiente para poder verme acostado en la cama, puse unas tres almohadas para poder estar medio acostado y comencé a masturbarme. Con lo excitado que estaba sabía que no podría durar mucho, cada meneada que le daba a mi pene era como un escalón que iba subiendo, tarde que temprano llegaría hasta arriba y de ahí caería sin remedio, el chiste era hacer que la escalera fuera alta para que la caída también durara más.

Cuando sentía que estaba a punto de venirme, recordaba una tarea de la escuela que me quedaba pendiente y me mortificaba, eso me desconcentraba y entonces tenía que volver a empezar.

Me puse a pensar en qué habría pasado si el Rojo me hubiera invitado a su casa después de ensayar aquélla obra de teatro, y que tal habría estado si me hubiera confesado que a él le gustaba la sensación que le causaba aquélla camisa de rayitas rojas tanto como a mí, y que tal si me hubiera pedido que se la mamara, y yo me habría hincado gustoso para chuparle un jugoso pedazo de carne que me imaginaba que tenía y luego….

-Ooooooooooooooooooooooooooooooooooh por Dios!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!- exclamé mientras me venía con un orgasmo tan fuerte que hasta sentí que se me nublaba la vista. Con todo, no me solté el pene, seguía dándole y dándole y con cada contracción sentía que moría y revivía, si alguien me hubiera visto así retorciéndome y con los ojos al revés hubieran pensado que estaba recreando alguna escena de El Exorcista.

De pronto caí en cuenta, esta no era como las otras veces! Ni la camisa ni la corbata eran mías! Con cierto horror (y cierta satisfacción) me di cuenta que a la corbata le había caído un buen trallazo de semen. Me la quité rápidamente y me di cuenta de que traía leche hasta en el cuello de la camisa. Sin duda era un récord de vuelo para esa parte de mí. Por la camisa no había ningún problema, era blanca y de algodón, todo era cuestión de enjuagarla en el chorro del agua y pasarle la plancha y ni quien se diera cuenta. La corbata por otro lado, era de seda, si, SEDA, y la seda no se puede lavar y menos en un lavamanos, ni hablar de pasarle una plancha. Le quité lo que pude del semen con unos kleenex, y se absorbió la mayor parte de la humedad, pero sin duda dejaría una mancha bastante fea y probablemente imposible de sacar.

Por lo pronto la camisa quedó en ese mismo rato, la puse bajo el chorro del agua en las partes donde le había caído semen y la puse frente al ventilador para que se secara un poco. Después le pasé la plancha y quedó como si no hubiera pasado nada.

La corbata sin embargo, ahí no se me ocurría nada, estaba pensando a qué tintorería podría llevarla y que pudieran sacarle la mancha. No estaba seguro de que podrían hacerlo pero si estaba seguro de que no sería barato. Tendría que inventarle a mi papá que tenía que pagar un libro perdido de la biblioteca o algo así para completar.

En esas lamentaciones estaba cuando mi pene volvió a despertar, total, el daño ya estaba hecho, así que me la volví a poner, y esta vez me di gusto, me pasé la corbata por la cara y sentí su exquisito olor, la besé, la acaricié, y nuevamente la imagen del Rojo se aparecía en mi mente y me obligaba a hacer las cosas más sucias y perversas. Fue así como tuve otros 3 orgasmos esa misma noche. Me vine durmiendo casi a las 4 de la mañana, le corté cuando escuché el coche de mi hermano aparcando en la calle. Solo esperaba que no llegara procurando la camisa que todavía estaba colgada en el respaldo de la silla.

sábado, 27 de abril de 2013

Jugando billar - Ep. 4


El Rojo me llevó a un lugar donde yo no había estado jamás pese a tener toda la vida viviendo en esa misma ciudad. Era un pequeño bar por el rumbo del barrio viejo perdido entre varias callecitas que yo desconocía, y hasta parecía que la intención del lugar era pasar desapercibido.

El lugar tenía el aspecto de un clásico pub inglés, aunque la clientela tenía facha de todo menos de ser británica, la mayoría parecían maestros de escuela retirados que se habían ido a tomar un trago con los amigos y jugar una partida de billar.

El Rojo parecía conocer bastante bien al encargado del lugar, pues hasta lo saludó de abrazo y todo. Nos fuimos a una mesa casi al final del local y el Rojo tomó dos de los tacos que estaban en la pared y se puso a rodarlos sobre el paño color verde para ver si estaban lo suficientemente rectos. Yo solo había jugado billar un par de veces y hacía varios años de eso, por lo cual apenas si recordaba las reglas, y sin duda mi puntería no sería nada buena. Me dijo el Rojo que acomodara las bolas sobre la mesa y como yo era el invitado, me tocó abrir.

Por un golpe de suerte entró una de las bolas lisas, pero mi segundo tiro fue un desastre y el Rojo se levantó de su banquito.

Con verdadero estilo tomó el taco, le pasó la tiza azul por la punta y se inclinó sobre la mesa para tirar. La luz de la lamparita verde que estaba sobre la mesa realmente le favorecía. El Rojo era una de esas personas que se notaba que en su vida le había salido un grano en la cara por lo cual tenía una piel limpia y perfecta, y contrario a lo que cualquiera imaginaría de un pelirrojo, no tenía pecas. 

Verlo inclinado así me permitió notar un muy bien formado par de nalgas que tenía, a eso agréguenle un torso atlético (y natural, porque no iba al gimnasio) envuelto en una preciosa camisa, un chaleco ceñido que lo hacía verse mas fortachón y una corbata que sobresalía elegantemente del chaleco, un poco abombada pero siempre perfecta. 

Creo que este cabrón no bromeaba cuando dijo que ese era su chaleco de jugar billar, ahora entendía por qué lo usaba, impedía que la corbata le cayera sobre el paño de la mesa, de eso me di cuenta cuando noté que la mía tenía unas manchas de polvo azul de la tiza.

Ya habíamos terminado un par de juegos cuando se acercó un caballero a saludarnos, un señor delgado, de piel muy blanca, con el pelo negro peinado hacia atrás y unas cejas que me recordaron a Ross de 'FRIENDS'. También iba muy bien vestido para ser una noche relax de viernes, traje negro de 3 piezas de raya diplomática, una camisa blanca de cuello italiano (spread) y puños de gemelos, la corbata era de un color lavanda oscuro y la traía con un perfecto nudo doble Windsor, me sorprendió la atención al detalle que tenía, pues la corbata la traía con el hoyuelo (dimple) clásico de ese nudo y curiosamente, sobresalía un poco de su chaleco en una perfecta curva…igual que la del Rojo. Como no queriendo la cosa me asomé, y sus zapatos eran de tipo bostoniano, y claro, perfectamente lustrados.

Resulta que este caballero era el padrino del Rojo (o su tío como le llamaba él), el dueño de la tintorería y su patrón. Ahora sí que me dio pena al verme junto a este señor, con mi corbata floja manchada de tiza azul, una camisa que había conocido tiempos mejores y un pantalón que había comprado en liquidación de temporada en Walmart. Con todo, el señor se mostraba muy atento y amable conmigo cuando el Rojo me presentó como un amigo que tenía ‘desde la secundaria’.

-Bueno, solo vine a recoger a alguien aquí y los vi y quise saludarlos. Y a ti no se te olvide lo de mañana- dijo dirigiéndose al Rojo.
-Claro que no, ahí estaré a las 6 en punto.-

Yo supuse que se trataba de algún asunto familiar, por eso ni le pregunté al Rojo qué tenía que hacer a las 6 en punto un sábado por la tarde. Seguimos con la partida de billar y yo cada vez afinaba un poco más la puntería, finalmente le pude ganar un juego al Rojo.

Nos dimos cuenta de que ya habían pasado casi 3 horas cuando nos apagaron y encendieron la lamparita que estaba sobre la mesa.

-Quieres jugar otro rato?-
-No, la verdad es que ya estoy un poco cansado- le contesté.
-Bueno, pues que te parece si vamos al bar por algo de comer?-

Recogimos las bolas de billar que estaban en la mesa y las troneras, colocamos los tacos de vuelta sobre el soporte de la pared y entregamos las cosas al encargado.

El Rojo encontró dos banquitos sobre la barra, pedimos unas cervezas y unas salchichas asadas con puré de papas, ‘bangers n’ smash‘ creo que se llamaba el plato, no estaba mal, yo ni sabía que servían comida en esos lugares, me imaginaba que todo era más que nada cerveza y botanas.

El ambiente en el lugar tampoco estaba tan mal, había un juego de fútbol en la pantalla del bar y buena parte de la clientela estaba entretenida viéndolo y echando festejo, gritos y maldiciones tal cual corresponde a un buen juego de fútbol.  

No sabría decir que fue, pero cuando salimos de ahí yo estaba fascinado por el lugar, pocas en veces en mi vida me había sentido un hombre entre hombres. A pesar de que desde los años de la prepa acepté que mis gustos no iban a cambiar y que era irremediablemente ‘puto’, nunca me había sentido atraído al estilo de vida que uno se imagina de los gays, pues yo me sentía muy cómodo en mi rol de varón, me gustaban los modales de hombre, el hablar golpeado, el béisbol,  el box, las películas de Van Damme, vestirme como todo un caballero y claro, la verga.

El Rojo ya me había preguntado si tenía novia, y para no quedar mal le había inventado que anduve con alguien cuando estuve en la prepa y que también tuve novia durante el primer semestre en la universidad, pero que las cosas no habían funcionado bien y que mejor lo habíamos dejado, y pues en ese momento estaba soltero y claro, aprovechando cualquier oportunidad que se me presentara para coger de vez en cuando. Claro, todo eso no tenía ni media palabra de verdad ya que aunque si encontraba guapas a las chicas, jamás había tenido deseos de acostarme con una, quizá lo haría algún día, por puro morbo y solo por no morir virgen en ese aspecto.

El Rojo me contó que también había echado novia cuando estuvo estudiando fuera, que había durado dos años con ella, pero cuando decidió salirse de la carrera y regresar a casa, lo habían dejado en pausa, ya que él sabía que las relaciones a distancia no funcionan, y pues prefirió terminar y dejar que aquello se enfriara solo, después de todo, si las cosas estaban destinadas a suceder, sucederían de un modo u otro.

Salimos del barecito casi a la media noche. El Rojo tenía que trabajar al día siguiente, medio día nada más, pero tenía que levantarse temprano de todos modos. Me llevó a mi casa y en cuanto llegamos caí en cuenta que todavía traía puesta la corbata. Me la quité rápidamente más por reflejo que por ganas y la guardé en mi mochila.

Noté que el Rojo se me quedó viendo cuando hice eso, y me preguntó que si porqué me la quitaba.

No quería decirle que me daba vergüenza que me vieran con corbata en mi casa, igual las usaba muy de vez en cuando, pero no para ir a la escuela y no tenía ganas de que me hicieran preguntas. Le inventé que era porque tenía la mancha de tiza azul, y como era de mi papá, no quería que la viera así.

-Dámela- me dijo el Rojo- yo la llevo mañana a la tintorería y te la regreso el lunes, es una mancha fácil de quitar, no quedará rastro-
-Es que me da pendiente, que tal que a mi papá se le ocurre querer ponerse esta precisamente y no la encuentra?-
-Dile que tú la tomaste para una exposición en la escuela y que se te quedó en casa de alguien, que ya se la traerás-
-Pues sí, buena idea, pero a ver dime, quién me asegura que no te la vas a robar? Porque no me has dado ningún comprobante de recibido eh!- le dije bromeando.
Entonces pasó algo que no me esperaba. El Rojo se quitó la corbata que traía, la dobló cuidadosamente y me la puso en la mano.
-Bueno, cuando te regrese la tuya me regresas ésta.-

Decir que la respiración se me detuvo es decir poco, aún en la oscuridad pude sentir como me ponía colorado y que mis manos y mis boxers se humedecían. Tener algo que hubiera usado el Rojo había sido una de mis más anheladas fantasías, y ahora estaba ahí frente a mí, dándome en prenda una corbata.

Quedamos que la próxima semana pasaría por ella a la tintorería y yo le regresaría la suya. Le di las gracias por invitarme y le di las buenas noches.

El billar - Ep. 3


El Rojo y yo seguíamos platicando bastante seguido en el Messenger, fue ahí cuando empecé a notar que cambiaba su foto casi siempre era de alguna boda, en su graduación de la prepa usando un esmoquin, etc, etc.

Ya me había dejado claro que le gustaba ser formal, pero jamás había mencionado nada que me diera a mí un indicio de que fuera un fetichista como yo. Y la verdad es que a pesar de todos esos años, yo nunca lo había podido olvidar, y en apenas ese mes que teníamos de habernos reencontrado, aquél rescoldo de cenizas que había quedado en mí, volvió a encenderse como cuando era un chamaco de 12 años. Por lo mismo, no quería arriesgarme a decir o hacer una tontería y que todo eso se fuera al carajo.

Unas dos semanas después de aquél café, el Rojo me invitó al billar, me dijo que esa tarde le tocaba cerrar a él la tintorería y que pasara por ahí, en cuanto terminara el corte nos iríamos.

A mí los viernes no me gustaba llegar temprano a mi casa bajo ninguna circunstancia, eran esos años en que mis padres se iban a visitar a unos tíos de mi papá, muy religiosos los señores, y sabía que de llegar temprano me obligarían a ir con ellos, así que ese día me fui particularmente elegante a la escuela sabiendo que no regresaría hasta la noche. 

Saqué los mejores trapitos formales que tenía (que tampoco eran muchos la verdad), una camisa de vestir azul clásico, unos pantalones negros ya no tan negros, calcetines largos, zapatos de vestir y una corbata color gris plata de cuadros pequeños que guardé en mi mochila (tampoco iba a exagerar en la escuela). 

Cuando llegué a clase, uno de mis amigos me dice:

-Anda tú, porqué tan cambiadito? Que vas a ir a misa saliendo de aquí?-
-No, la verdad es que se me hizo tarde y esto es lo único que tenía ya planchado-
-Ah pues con razón- me dijo y no hizo mas preguntas.

Cuando salí de la última clase, fui a hacer un poco de tiempo a la biblioteca, esperando a que todos mis conocidos se fueran. Cuando calculé que era improbable encontrarme a cualquiera de ellos, saqué la corbata de la mochila y entré al baño para ponérmela. Me temblaban las manos de imaginar que era el Rojo quien me anudaba esa corbata, y apenas si me pude detener de masturbarme ahí mismo en el baño, pero sabía que si me esperaba, cuando llegara a mi casa esa noche tendría mi recompensa con un orgasmo increíble, y así que como pude, me aguanté.

Cuando me subí al autobús que me dejaba cerca de donde trabaja el Rojo, me vi reflejado en el cristal y me aflojé la corbata, se trataba de aparentar un look casual y relajado y lo había olvidado por completo, pues el nudo me apretaba la garganta y yo lo venía disfrutando enormemente.

Llegué a la tintorería del tío del Rojo poco antes de las 7, justo cuando se retiraba el último empleado.  Apenas me vio y me hizo el comentario:

-Vaya vaya! A dónde vas tan elegante?- con una mirada que dejaba ver que le gustaba lo que yo llevaba puesto.
-Más bien ‘de dónde’ vengo – le dije- hoy me tocó una exposición en la escuela y pues me quise ir presentable – agregué usando la misma excusa que él me había dado en una ocasión.

El Rojo me dijo que solamente tenía una entrega pendiente para las 7:00 y que solo iba a esperar a ese cliente hasta las 7:15 a más tardar y de ahí nos iríamos.

No pude evitar que se me fueran los ojos sobre unas camisas en verdad lindas que tenían listas para la entrega, el Rojo seguro me vio porque me dijo:

-Mira, unas de estas tengo ganas de tener, a poco no están increíbles? – me dijo descolgándolas de la máquina que utilizaban para plancharlas
-Sí, se ve que son caras, yo ni de chiste podría comprarme unas de esas – le comenté después de ver que eran ‘Thomas Pink’, bajita la mano costaban unos 250 dólares CADA UNA. Sin duda tendría que ahorrar al menos un par de meses del dinero que me daba mi papá para la escuela si quería comprar una de esas.

El Rojo me dijo que me acercara y las viera, a ver si valía la pena el gasto.

La verdad es que de cerca eran infinitamente mejor de lo que yo imaginaba. La tela de color azul claro, no sé si sería por el planchado profesional y el almidón,  pero tenía una textura RIQUÍSIMA, si nomás con verla colgada en un gancho sentía que me iba a venir, no quería ni imaginarme que se sentiría traerla puesta.

La campanita de la puerta sonó sacándome de mi ensoñación. Era el cliente que esperaba el Rojo, un señor de unos cuarenta y tantos años, tenía aspecto como de ser del medio oriente, libanés en específico, esa impresión me dio por el dije de oro en forma de cedro que traía colgando de una cadena también de oro. 

Era de piel morena clara, unos ojos verdes que parecían mirar a través de todo, usaba barba de candado  y tenía unas cejas pobladas que le daban mucha personalidad. El señor Gibrán (así lo llamaba el Rojo) tenía el trato fácil, en menos de un minuto ya me había llamado ‘habibi’, me había dado su tarjeta y nos había invitado al Rojo y a mí a un bar que acababa de abrir. Según su tarjeta, vi que también era gerente (y supongo que dueño) de una empresa de importaciones allá por el rumbo de la zona industrial. El Rojo parecía conocerlo de tiempo atrás, pues se hablaba de ‘tú’ con él.

El señor iba a recoger un frac que según dijo, iba a usar esa misma noche, normalmente le entregaban todo en su casa, pero esta vez le urgía y de ahí que pasara en persona y a deshoras. El Rojo descolgó el frac de la banda giratoria donde tenían listas las entregas, y lo sacó de la bolsa para enseñárselo al Sr. Gibrán. Era la primera vez que yo veía un frac tan de cerca, y les juro que casi estuve a punto de desmayarme de la emoción, pues nunca se lo había contado a nadie, pero un frac era como ‘the ultimate fantasy’ para mí.

El Rojo sin nada de prisa le quitó la bolsa plástica y le enseñó la levita/chaqueta, le comentó algo de una mancha que habían batallado un poco para sacar, pero que el chaleco color marfil de piqué y la camisa blanca estaban como nuevas; la corbata de moño se la entregó en una bolsita aparte, e igual, como nueva.

El señor Gibrán le dio las gracias y se retiró, mencionando que se le hacía tarde y que no dejáramos de visitarlo en su nuevo bar, que allí nos esperaba cuando quisiéramos.

Casi en cuanto se fue el señor, el Rojo comenzó a sonreírse y después no pudo contener una risa discreta, no me quiso decir porqué, se limitó a contestar –luego te cuento-.

Después de terminar con el corte de caja, el Rojo se fue al baño, cuando ya no traía la camisa arremangada, sino abrochada con gemelos. Era una camisa azul con delgadas franjas blancas que solo se notaban viéndolo de cerca. El cuello y los puños eran blancos así que le daban un aire muy distinguido. Se había puesto corbata, de franjas color ciruela y gris plata con una delgada línea blanca separando cada franja, además se había puesto un chaleco gris oscuro con la espalda de un satén negro lustroso.

Yo no podía creer lo que veía, y para colmo lo único que se me ocurrió fue una pregunta estúpida:

-Y ese chaleco?
-Es mi chaleco de jugar billar. Nos vamos?-

5 años después - Ep. 2


Un viernes que salí temprano de la universidad, me fui a un cibercafé, tenía un par de horas que matar antes de llegar a mi casa y cada hora que pudiera pasar en internet era preciosa desde que había descubierto que no era el único al que lo excitaba vestir de traje y corbata. Había hecho de los ‘Yahoo! Groups’  mi nuevo hogar y buscaba ansiosamente nuevas fotos y videos de hombres teniendo actividad sexual en traje y corbata. 

Fue uno de esos viernes cuando me llega un mensaje instantáneo por el extinto MSN Messenger, pero no conocía la dirección y el ‘nickname’ no me era familiar tampoco. Era una persona que me preguntaba por mis años de la secundaria, y por mis opiniones de antaño acerca de grupos como Nirvana y Metallica. Cuando le dije que si no me decía quien era iba a cortar, me dijo que era ‘el Rojo’.

El semblante me cambió inmediatamente, pues de todas las personas que esperaba volver a encontrarme alguna vez, probablemente la que estaba en el último lugar de la fila era el Rojo.

Le pregunté que si como había conseguido mi e-mail, ya que hacía por lo menos 5 años que no nos veíamos. Me dijo que se había encontrado a una ex compañera de la secundaria en un antro, y que le había preguntado por mí. Casualmente yo llevaba una clase en la universidad con esta chica y por lo mismo tenía mi dirección.

Fue así como el Rojo y yo nos reencontramos.

5 años son suficientes años como para que pasen muchas cosas, y le pregunté al Rojo si su teléfono seguía siendo el mismo (aún me lo sabía de memoria) y me dijo que sí. Al día siguiente lo llamé por primera vez en casi 6 años (nos habíamos dejado de hablar antes de salir de la secundaria). El corazón me latía a mil y las manos me sudaban esperando que me contestaran del otro lado, de pronto, la misma voz que recordaba 

–Diga?-

Platicamos, sin exagerar, 5 horas seguidas, desde las 11 de la mañana hasta las 4 de la tarde, sin hacer pausas para comer o ir al baño; nos pusimos al corriente de todo lo que nos había pasado en esos años. 

Fue así como me enteré que había estado estudiando fuera dos años pero que no le gustó la carrera y se salió; ahora estudiaba Leyes en una universidad de ahí mismo en la ciudad y ya iba por su segundo semestre.

Para ayudarse un poco, trabajaba en una tintorería, propiedad de un tío suyo, aunque no necesitaba trabajar en realidad, sus papás le pagaban todo, pero le gustaba ganarse un dinerito extra y como el horario era flexible, no interfería con la escuela. Quedamos de vernos algún día para ir a tomar un café.

Ese día llegó unas tres semanas después, era un viernes y yo había salido temprano de la escuela, el Rojo me dijo que ese día el salía temprano de trabajar, y que podíamos vernos en un café que estaba cerca del lugar donde trabajaba.

Cuando entré en ese café y lo vi después de 6 años, volví a sentir lo mismo que la primera vez que nos conocimos; la respiración agitada, la boca seca, las rodillas flaqueando y unas cosquillas en la verga. El Rojo todavía tenía ese ‘no sé qué’ que había hecho que me enamorara perdidamente de él en la secundaria.

Lo único diferente era su estatura, de ahí en fuera seguía igualito, la misma cara, los mismos ojos, y el mismo color rojizo de su cabello.

Tampoco pude dejar de notar que la fase de vestir formal del Rojo no había sido pasajera. Ahí estaba en ese café, un viernes por la tarde vistiendo unos pantalones negros, una camisa blanca muy bien planchada y almidonada que le ajustaba fabulosamente a su bien formado torso, y una corbata azul metálica de franjas,  con un nudo muy bien hecho, pude ver una chaqueta negra del traje sobre el respaldo de la silla, así que sin duda el Rojo sabía elegir sus colores.

Yo ya sabía que venía de su trabajo en la tintorería, pero la verdad es que no podía dejar de preguntarle de dónde venía, me contestó que ese día había tenido una exposición en una clase y por eso se había esmerado un poco más en su presentación personal, y como no era cosa de todos los días para él usar un traje, pues quería desquitar la puesta.

El Rojo notó que ese tema me interesaba, así que como no queriendo la cosa se puso a platicarme de cómo y cuándo había comprado ese traje, que la corbata se la había tomado prestada a su papá y que le gustaba tanto que era probable que no se la fuera a regresar, etc, etc.

Yo no pude evitar ponerme colorado de la excitación y hasta calor me dio. Salimos del café y el Rojo me dio un aventón hasta mi casa. Nos quedamos afuera platicando todavía otro rato más, hasta que llegaron mis padres, nos despedimos y quedamos de salir otro día.

El Rojo - Ep. 1


La primera vez que lo vi vestido así no pude evitar quedármele viendo fijamente,   el Rojo nunca se había caracterizado por ser formal, y menos en esa época en que se había aficionado a Nirvana, Metallica y compañía.

 Por eso fue una mezcla entre sorpresa, fascinación y curiosidad lo que sentí al verlo esa tarde, fuera de la escuela, usando para empezar ZAPATOS, que no eran los que usaba para la escuela, eran zapatos negros de vestir, no los clásicos zapatos de casquillo que todos usaban porque estaban de moda, no, estos eran unos zapatos de vestir hechos y derechos, de agujeta, lustrosos y elegantes.

Lo segundo que me llamó la atención eran los pantalones que traía, unos Dockers según vi por la etiqueta, eran de una tela muy padre que yo nunca había visto, a lo lejos parecían los típicos kakis, pero ya viéndolos de cerca, la tela era como de una textura de cuadros muy pequeños y sin duda le habrían costado caros.
Lo tercero, una camisa de vestir, de rayitas rojas muy delgadas, y de un cuello que se antojaba bastante rígido y unos puños que me hicieron salivar.

Tal vez para alguien que esté leyendo esto no se le haga nada fuera de lo normal para un joven universitario que estudia administración o contabilidad; el detalle es que el Rojo tenía 14 años y estábamos en tercero de secundaria. Nos habíamos quedado de ver esa tarde junto con varios compañeros del grupo para ensayar una obra de teatro que teníamos que presentar como parte de la clase de educación artística.

El Rojo y yo nos habíamos conocido el primer día que entramos a la secundaria, en cuanto lo vi supe que tenía que hacerme su amigo en los primeros días de escuela, cuando aún no conoces a nadie y de alguna forma haces un vínculo un poco más duradero. El Rojo no se apellidaba así, era el color de su cabello. Era la primera vez que veía a un chico pelirrojo y tal vez por eso sobresalía entre todos ese día, y para mí fue amor a primera vista. Pelirrojo, blanco fosforescente y unos ojos negros que hacían que me latiera más rápido el corazón cuando se me quedaba viendo.

El primer año de la escuela había transcurrido felizmente para mí, el Rojo era un buen amigo y me tenía confianza, me platicaba todo lo que le pasaba y yo sonreía encantado. Pocas eran las veces que me masturbaba y que no se las dedicaba al Rojo.

Para el segundo año, el Rojo empezó a cambiar en cómo me trataba, ya era un poco mas receloso y por primera vez se enojó conmigo por ninguna razón aparente, me dejó de hablar durante varios días en los que yo sufría verdaderamente porque estaba perdido por él. De repente un día llegaba como si nada hubiera pasado y éramos tan amigos como siempre, sin embargo, yo nunca encontré una constante o algún detonante que lo hiciera portarse sí conmigo, de repente le molestaban cosas que yo decía, mismas que otro día lo hacían reír y viceversa. Fue así como para tercero de secundaria estábamos distanciados y yo me tuve que resignar a que ya no era mi amigo.

Esa tarde nos habíamos reunido para ensayar una obra de teatro, la maestra había hecho los equipos y coincidió que tanto el Rojo como yo quedamos en el mismo, junto con otras 8 personas más.

No pude contener mi curiosidad y le pregunte:

-Oye Rojo, ¿y por qué tan elegante? ¿Fuiste a misa o qué?- le dije para disimular un poco la pregunta.
-No, para nada, simplemente me empezó a gustar vestirme así y ya-
-Ah- le dije yo, no quise ahondar más porque no quería que se molestara.

Esa tarde que regresé a mi casa, casi me arrancaba la verga, recordando la imagen del Rojo vestido con ese atuendo y sobre todo con esa camisa que me hacía babear de solo recordar lo rica que se veía. Hubiera dado lo que fuera por poder ir a su casa y husmear en su clóset para usarla yo, o mejor aún, cogérmelo mientras la usaba, pero bueno, esos solo eran sueños guajíros, pues el Rojo nunca había dado muestras de que le gustara lo mismo que a mí, otros chicos.

Pasaron los meses y terminamos el tercer año de la secundaria, y yo no volví a ver al Rojo. Supe por algunos amigos en común que había entrado a una preparatoria cercana a la que yo iba, pero cuando terminé también la preparatoria, le perdí la pista por completo.