miércoles, 23 de octubre de 2013

Ep. 24 - Cómo me volví un amante de los trajes y corbatas.



-No sé si aquí mi amigo ya les contó algo- le dije – digo, para no volver a contarles lo mismo.
-No nos ha contado detalles, solo nos dijo que tenía un candidato nuevo para unírsenos – me aclararon.
-Bien, qué parte de mi historia quieren saber?
-Hmmm alguno tiene alguna pregunta en particular?- dijo el tío del Rojo
-Yo creo que la mas básica sería, cómo te volviste fetichista? – me preguntó uno de ellos, que se veía era el mayor de todos, los demás asintieron en silencio.

Y empecé a tratar de recordar.

-Cuando yo era apenas un niño muy pequeño, tal vez de unos 3 o 4 años, tenía una sábana que era mía nada más; independientemente de las razones psicológicas que había detrás de ello, me gustaba la sábana porque tenía la orilla dura, no sé cómo se le llama ese terminado que le dan, como si fusionaran la tela para que no se deshilache, y queda muy dura, y filosa, como una hoja de cartulina, a mí me encantaba pasarle los dedos en la noche mientras me quedaba dormido. Esa misma sensación la encontré en otro objeto tiempo después, este objeto era una camisa de vestir de color beige, con un cuello durísimo y almidonado, que me provocaba la misma sensación que la sábana a la hora de dormir, fue cuando mi hermano mayor hizo la primera comunión y mis padres me vistieron muy formal para ir a la misa

Me gustó tanto que me pasé la mayor parte del día tocándome el cuello de la camisa, y era tanta la satisfacción que me daba, que pensé que era algo malo, así que me escondí para hacerlo. Con el tiempo se me hizo costumbre el esconderme para disfrutar de esas cosas. 

Esto yo creo se vio reforzado porque en esos tiempos mi madre tenía la costumbre de ver la telenovela de las 9 de la noche; la historia ya se la saben todos, la chica pobre que por azares del destino se cruza en el camino de un millonario que se enamora de ella, pasan un montón de situaciones que parece que los separarán irremediablemente, pero al final siempre se casan.

Casualmente, el galán millonario SIEMPRE andaba de traje, así fuera para un domingo de flojera en casa, rigurosamente se vestía de traje y corbata. Comencé a notar que muchas de las veces que se besaba con la protagonista era mientras estaba vestido así, de modo que comencé a asociar los besos apasionados con los trajes y las corbatas, y recuerdo perfectamente que en cuanto la situación se ponía romántica, tenía una erección. A esa edad no tenía ni idea de qué era eso, pero sí sabía que me pasaba por lo que estaba viendo en pantalla, y lo sé porque cuando recordaba esas escenas, volvía a tener la erección y me encantaba. 

Así pasaron los días y los meses, y esa nueva afición que había desarrollado se hacía más fuerte, y me empezó una especie de paranoia, pues pensaba que si usaba una camisa, todos iban a saber que estaba disfrutándolo mucho, y eso me daba mucha vergüenza, fue ahí donde empezó mi rebeldía respecto a usar éste tipo de prendas.

A partir de los 4 o 5 años, no había poder humano que hiciera que usara una camisa por las buenas, siempre que había necesidad de que fuera formal a algún lado, era un drama que se hacía en mi casa porque decía que no me gustaba, que me sentía incómodo, etc. La verdad es que por dentro moría de ganas de usar esa ropa, pero la vergüenza y el miedo a que me descubrieran podía más que las ganas que sentía de vestirme así.

Aún así, me las ingeniaba para usar una camisa de vez en cuando, ya fuera poniéndome alguna de mi hermano cuando él andaba jugando en la calle y mi mamá se ocupaba en el quehacer de la casa, o cuando escondía una camisa debajo de mi almohada y en la noche me la ponía cuando mi hermano dormía. 

Llegó el momento de que yo mismo hiciera la primera comunión, para este entonces ya tendría unos 10 años. Mi madre me enviaba al catecismo los sábados, y así fue durante 3 meses, desde septiembre hasta diciembre. Cuando se iba acercando la fecha, mi mamá me llevó a comprar un traje. En estos tiempos no sé cómo se estile, pero por esas fechas, lo tradicional para un traje de primera comunión era el color blanco o el color perla. A esa edad yo era un poco más alto y más robusto que los demás niños de la doctrina, así que fue un poco más difícil encontrar un traje que me quedara bien, pues casi todos eran talla 12 o 14, y yo ya andaba sobre la 16, y la que sigue de ahí es la 28 de adultos. 

Por fin en una tienda encontramos un traje talla 16 y mi madre me hizo que me lo probara. Me quedaba bien de hombros y eso, pero las mangas del saco me quedaban muy largas, y el pantalón también me quedaba larguísimo. Vino la costurera y me tomó medidas para ajustarlo, pero lo entregarían hasta días más tarde, lo único que nos llevamos ese día fue una camisa de vestir color rosa y una corbata de moño de satín color perla también. Recuerdo bien el haber ido pensando en esa camisa todo el camino de vuelta a casa, y en qué tan complicado sería ponerle el moño dentro del paquete, que por cierto, en alguna oportunidad intenté hacerlo, pero mi madre lo había guardado y no lo pude encontrar por ningún lado, lo busqué durante días y ya me había temido que no lo iba a encontrar nunca, pues cuando el día se llegó, el condenado moño no aparecía por ningún lado.

5 minutos antes de que tuviéramos que salir a la iglesia, mi madre lo sacó de una bolsa que tenía en su clóset, nunca se me había ocurrido buscar ahí porque lo que me interesaba era la ropa de mi papá, que estaba en otro closet.

Antes de salir me miré al espejo, y me sentí realizado, todo un hombrecito.

Después de que hice la primera comunión, ya no hubo ocasión de usar el traje completo, a veces usaba la camisa, o el pantalón, pero nada más. Por supuesto, yo me lo ponía a escondidas cada vez que podía, que por lo general era una vez por semana, pues mi papá salía hasta las 6 de la tarde de trabajar y mi hermano había empezado la secundaria en el turno vespertino. Los jueves mi madre salía a jugar canasta con sus amigas del vecindario, cada semana se turnaban en casa de alguna de ellas y como era ahí en la misma cuadra, no le preocupaba dejarme solo. 

Claro, yo era feliz de verme solo en casa por un par de horas, y por lo mismo esperaba los jueves con ansias. En cuanto escuchaba que se cerraba la puerta del frente, corría hacia la ventana que daba a la calle, y en cuanto mi madre se perdía de vista, yo corría al closet a descolgar el traje. Recuerdo que lo tendía en la cama con cuidado y le pasaba las manos por encima, acariciándolo, después me quitaba la ropa que traía, y me ponía la camisa, mi parte favorita por cierto, seguía con los pantalones, el chaleco y el moño. Me encantaba levantarme el cuello para ponérmelo, y después volverlo a doblar, completaba con el saco y entonces era cuando se me ponía duro, como activado por un resorte.

En aquél entonces no sabía nada de sexo, así que lo que hacía era pasearme por la casa vestido así, me miraba en todos los espejos y en alguna ocasión besaba mi propio reflejo, después de una hora de estar vestido, me lo quitaba no sin cierta tristeza, pero me decía a mi mismo que ‘ya había cumplido con mi obligación’; después a esperar otra semana.

Cuando cumplí 11 años, el trajecito ya me quedaba un poco ajustado, sobre todo las mangas se me habían quedado cortas, pero yo le seguía dando uso rudo. Por esa época me llevé un susto casi letal, pues un día que a mi madre se le ocurrió reorganizar mi closet, notó que la camisa rosa estaba completamente sucia (yo no era muy cuidadoso), me preguntó mas o menos molesta que si porqué demonios estaba tan sucia si nunca me la ponía, yo simplemente fingí demencia y no me sacó de ahí. Al final creo que la lavó como si nada y jamás se volvió a hablar del tema.

En otra ocasión, mi papá regresó mas temprano de trabajar precisamente un jueves, cuando yo estaba entregado a los placeres de usar mi traje completo, apenas si tuve tiempo de reaccionar, por lo que corrí a ponerle el cerrojo a la puerta de mi habitación y traté de quitarme el traje lo mas rápido posible. Para ese entonces mi papá ya había subido y vio mi puerta cerrada, lo cual no era normal, trató de entrar pero tenía puesto el seguro, y un padre sabe que cuando un hijo está muy silencioso y encerrado, algo anda mal. Comenzó a tocar cada vez mas fuerte y a preguntarme que estaba haciendo, y solo le decía que no pasaba nada mientras trataba de quitarme el traje, que solo alcancé a hacerlo pelota y arrojarlo dentro del closet. Mi papá impaciente como él solo, fue por la llave de la chapa, y para cuando entró me encontró en ropa interior. No sé porqué, pero lo primero que hizo fue ir a abrir el closet donde encontró el desorden de la camisa rosa, el saco, el pantalón y el chaleco color perla. Recuerdo que me amenazó con decirle a mi madre, pero nuevamente, jamás se volvió a mencionar el tema.
 
Las cosas tomaron un nuevo rumbo cuando fui de visita a casa de unos primos, los escuché hablar de las pajas por primera vez. Yo no sabía qué era eso, e inocentemente pregunté, se carcajearon en un principio, pero después uno de ellos se sacó el pene erecto.

– Un día cuando estés solo, te haces así y así hasta que sientas cosquillas- me explicó mientras se lo meneaba.
-Y eso para qué?
-Tú hazme caso y ya verás que te va a gustar.

Esa conversación la olvidé hasta que escuché a otros niños de mi clase platicar de lo mismo, yo ya sabía a qué se referían, aunque nunca lo había intentado, así que esa noche que me estaba bañando, decidí hacer la prueba. Al principio no era nada del otro mundo, pero me armé de paciencia y así de la nada comencé a sentir primero un cosquilleo leve, después esas cosquillas fueron aumentando de intensidad, y quise saber que tan más fuertes podían sentirse, de modo que no paré, sino que le imprimí más ritmo y velocidad. Ya se pueden imaginar que fue lo que pasó. De pronto el pene se me puso de un color rojo intenso y empezó a temblar por sí mismo. Ese temblor vino acompañado de la sensación más placentera que yo había experimentado en mi corta vida, simplemente no encontraba comparación pero me asusté en serio. De inmediato pensé que eso definitivamente tenía que ser malo, y que no debía contárselo a nadie, al menos no a mis padres.

El susto me duró unas dos semanas, pero lo volví a intentar cuando me ganó la curiosidad. Nuevamente las cosquillas y el temblor, solo que esta vez noté algo que no había visto muy bien la primera vez bajo el chorro del agua, y era que del pene me brotaba algo blancuzco cuando llegaba al climax. Recordé las escasas clases de educación sexual que nos habían dado en el colegio, y llegué a la conclusión de que esas cosquillas eran una eyaculación y esa cosa blanca era semen.

La tercera vez que lo hice, fue el jueves de esa misma semana, pero ya con mi traje de la primera comunión puesto. Eyaculé casi de inmediato, pero fue muy placentero sentir ese orgasmo mientras con la mano que me quedaba libre me acariciaba el cuello de la camisa, el moño y las solapas del saco. A los 11 años lo que sobra es energía, por lo que lo repetí otras 2 veces en la hora y media que quedaba para que regresaran los demás a casa.

Eventualmente ese traje me dejó de quedar, entré de lleno a la pubertad a los 12 años y comencé a crecer sin control. No fue tan malo porque aunque ya no me quedaba ese traje, sí que me quedaban los sacos y las camisas de mi papá, de modo que le saqué provecho.

No me atrevía a tomar la ropa limpia directamente de su closet por miedo a arrugarla o mancharla y que se fuera a dar cuenta. Mi papá es abogado, de modo que su trabajo es principalmente en una oficina, la ropa la mandaba a la tintorería sin falta dos veces por semana. Él siempre ha sido muy ordenado, de manera que siempre colgaba esas camisas que ya tenían una puesta en otra parte de su closet, y cuando iba de camino a la oficina, las dejaba en la tintorería y pasaba por ellas en la tarde.

Cada que tenía oportunidad, yo descolgaba alguna de esas camisas, me fascinaba el olor, que no era a sudor, pues un trabajo de oficina no es muy demandante, era el olor de la loción de mi papá el que me encantaba y me hacía entrar en una especie de éxtasis. 

Lo mejor era que como mi papá contaba con que esa ropa ya estaba sucia, no la revisaba, así que no importaba gran cosa si me ocurría un ‘accidente’ si me emocionaba de más.

Mi primer traje ya como  adolescente lo tuve a los 14 años, cuando íbamos a ir a la boda de una de mis primas. La invitación decía traje formal, y aunque yo hice mi pataleta de rigor, me llevaron de compras.

La boda iba a ser de noche, así que me compraron un traje negro de tres piezas, una camisa blanca con el cuello durísimo y una corbata roja de satín brillante.

Apenas si recuerdo los demás detalles de la noche, pues estaba muy concentrado en sentir el traje con cada centímetro de piel que tenía mi cuerpo, no quería perderme ninguna sensación, que si el forro del pantalón estaba muy sedoso y resbaloso, que si la camisa la sentía demasiado almidonada en los pezones, que si el cuello y los puños estaban muy duros y me apretaban, que si mi corbata estaba muy ajustada. Me levanté de la mesa 4 veces para ir al baño durante la noche, y en las 4 me masturbé con todas las ganas del mundo, ya me sentía de por sí excitado, y a eso agréguenle el ver a tantos trajeados en un solo lugar, simplemente me sobrepasó. Al día siguiente me apareció un moretón en el pene de lo fuerte que me lo jalé.

Ese año comencé a fijarme en mi compañero, que cuando lo veía fuera de la escuela, siempre iba muy formal, me llamó mucho la atención que el cambio hubiera sido tan repentino, pues en los dos primeros años él era como cualquier otro adolescente. Alguna vez intenté preguntarle o sacarle el tema, pero simplemente me evitaba. No sabía que se lo estaba pasando tan bien sin mí!

Pasé todos los años de la secundaria y la preparatoria pensando que era el único muchacho al que le excitaba vestir formal, que tenía fantasías donde lo que predominaba era el sexo en traje y corbata.

Fue hasta hace poco que había encontrado en internet un grupo de Yahoo referente a este fetiche, estuve a punto de sufrir un infarto de la emoción cuando comencé a ver las fotografías que había ahí, era como un sueño y también un alivio saber que no estaba loco, y que si lo estaba, por lo menos no era el único.

A los pocos meses, mi amigo aquí presente – les dije señalando al Rojo -  volvió a entrar a mi vida, y retomamos la amistad que teníamos en la secundaria, con la diferencia de que ésta vez se sinceró conmigo y me dejó muy claro que él también es un fetichista al 100%. Yo de verdad no creía mi suerte y sentí como ganar la lotería dos veces seguidas cuando me dijo que él no era el único, sino que pertenecía a un grupo, y bueno, aquí me tienen - finalicé.

4 comentarios:

  1. Hola soy el anónimo de ayer, dejé un comentario en la entrada 40. He estado leyendo esta otra entrada más antigua, y al llegar al siguiente párrafo casi se me fué la respiración:

    "A partir de los 4 o 5 años, no había poder humano que hiciera que usara una camisa por las buenas, siempre que había necesidad de que fuera formal a algún lado, era un drama que se hacía en mi casa porque decía que no me gustaba, que me sentía incómodo, etc. La verdad es que por dentro moría de ganas de usar esa ropa, pero la vergüenza y el miedo a que me descubrieran podía más que las ganas que sentía de vestirme así."

    Esto es absolutamente lo que me pasó a mí, justo a esa misma edad.

    Yo también empezé a ponerme camisa y corbata cuando nadie me veía, y claro está me masturbaba, también acariciándome mi corbata y el cuello de mi camisa. Es más, me recogía recortes de revistas con fotos de jóvenes de mi misma edad, llevando corbata, y me entregaba al placer mientras las observaba. Oportunidades no tuve casi nunca de llevar corbata en público, por desgracia, pero mi inclinación a esta forma de vida nunca se fué. Es más, hace poco me ha rebrotado de manera inusitada, y quizás es por eso que he topado con este fantástico blog, que me ha ayudado a comprender esta manía mia un poco mejor.

    La única oportunidad que tuve de vivir esta pasión en público fué en la universidad, una vez que había uno de aquellos exámenes a los que uno acude muy bien vestido. Habíamos acabado el examen, y yo estaba bromeando con un buen amigo mío, que no sabía hacerse el nudo de la corbata perfecto, y tal. Reconozco que estaba intentando provocar alguna situación placentera, y lo conseguí. No sé como fué la cosa, pero lo que él hizo fué acercar sus manos al nudo de mi corbata azul con detalles azul metálico (fantástica), y empezó a deshacerme el nudo lentamente, es decir, empezó a quitarme mi corbata delante de todos! deshizo el nudo mientras yo oía esa música que supone el oir el roze del tejido de la corbata cuando uno se la quita, o se la quitan. Y cuando ya había sacado el extremo fino de la corbata del nudo, yo sin saber por qué dí una vuelta sobre mí mismo, como ayudándole a que me quitara mi corbata, que al final quedó colgando en su mano. Y que música dió mi corbata al salirse del cuello de mi camisa!. Incluso mi amigo la imitó con la boca, de lo sonoro que fué el roze. Luego deshizo el nudo completamente y empezó a intentar hacer el nudo alrededor del cuello levantado de su camisa. Prácticamente como si se hubiera apropiado,o me hubiera confiscado mi corbata para llevársela, cosa que también encuentro tremendamente excitante.

    Yo entonces ya no podía más, tuve que irme al servicio a hacer algo conmigo ántes que estallar delante de todos, dejándole a él que experimentara con los nudos.

    Bueno pues al final ya me devolvió mi corbata, que yo me puse de nuevo allá mismo, orque para las pocas veces que podía llevarla, pues no voy a guardarla en el bolsillo, sin más.

    No se lo que pensarían los otros, pero creo que la cosa fué lo bastante discreta de todos modos para que nadie pensara que éramos homosexuales. Porque esto de la pasión por las corbatas lo veo más bien como una expresión aguda de virilidad, más que un asunto solo homosexual. Me encanta que jueguen conmigo estando yo vestido de manera elegante, mejor si es una chica hermosa, pero vaya, que en materia de corbatas dejo márgen para otras cosas también.

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  2. Igual nunca lo Leerás esto pero cuando relata tu experiencia con las camisas de pequeño y tu ganas de ponerse las corbetas a escondida y masturbarte después ,parece que estas relatando mi vida , ami también me daba mucha vergüenza ponerme corbata en público pensaba que se darían cuenta de mi fetichismo por las corbata asta el punto que me la guardaba en el bolsillo y me la ponia fuera de mi ambiente para poder lucirla entre personas desconocida me producía un placer extremo ir por la calle con corbata , hoy por hoy a mis 40 años y me la pongo a diario sin podor alguno .

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  3. Hola muy buen relato, a mí me pasa lo mismo de hecho antes cuando niño me ponis las camisas de papá y ahora a uso csmisas distintas con cuello duro o semi duro y me excita eso sobre todo cuando nos besamos con mi pareja y acaricia mi camisa suavemente

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  4. Me encanta usar camisas con cuello duro y creo que hare lo mismo usaré corbata a la vez me excita eso

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