viernes, 18 de octubre de 2013

Ep. 22 - La tortura de la espera



Esa noche no dormí. Por más que intentaba conciliar el sueño, mil y un cosas me venían a la mente, quiénes serían los otros fetichistas? Que tan bien parecidos (o no) serían? Dónde se reunían? Qué cosas hacían en sus reuniones? Quién habría iniciado el grupo? Qué reglas tendría el grupo?

Todas estas cuestiones fueron las que me mantuvieron despierto toda la noche mientras a mi lado el Rojo roncaba como un bendito, pero claro, él ya era miembro de ese club al que yo apenas aspiraba unirme, me consolé pensando que probablemente él pasó por la misma incertidumbre que yo en su momento.

No supe a qué hora finalmente me quedé dormido, pero debe haber sido cuando ya estaba amaneciendo. Me desperté cerca de las 12 del día cuando sonó mi teléfono, era mi papá que quería saber dónde estaba y porqué no me había reportado con ellos todavía.

-Lo siento papá, nos quedamos despiertos hasta muy tarde y de hecho ahorita estaba dormido.
-Ya sabes que no me gusta que andes causando molestias y peor en casa ajena!
-No se preocupe, mi amigo es de confianza, no se fija en detalles – mentí, la verdad es que nunca me había quedado a dormir en casa del Rojo antes, y no tenía ni idea de que tan quisquilloso fuera con las visitas, y menos aún sabía si sus padres habían regresado.
-Bien, espero que así sea. Te aviso que tu madre y yo saldremos de la ciudad, regresaremos mañana por la tarde, te dejé dinero para comida y alguna emergencia sobre la mesa de la cocina. Cuídate y no hagas nada que yo no haría- bromeó mi papá y colgó.

Ya por lo menos tenía el día libre, se supone que tenía tarea de la escuela pero no pensaba desperdiciar un solo instante de ese día en otra cosa que no fuera averiguar todo lo referente al grupo.

Un olor a peperonni llamó mi atención y volteé, era el Rojo que venía entrando a la habitación con la pizza que nos había quedado de la noche anterior.

-Vaya, hasta que te despertaste- bromeó
-Tú, que no me dejaste dormir con esos ronquidos!- le dije – y por cierto, en que vamos con lo de mi admisión?-
-Ya sabía que me ibas a preguntar eso – me dijo y se carcajeó

Me contó que ya solo faltaba uno de dar su visto bueno, y que lo más probable era que dijera también que sí, aunque me aclaró que lo que vendría sería solo una reunión para que me conocieran personalmente, no significaba que en automático me convertiría en uno más de su peculiar ‘hermandad’.

Justo terminamos de comer cuando sonó el teléfono del Rojo.

-Hola Tío!
-...
-Si aquí está todavía conmigo.
-...
-Bien se lo diré- dijo y colgó.

-Y que te dijeron?- le pregunté ansioso.
-El último que faltaba dio su aprobación.

Recogimos los platos y los dejamos en el fregadero, después me llevó a mi casa, me dijo que volvería por mí a las 4 y que me vistiera con lo más formal que tuviera pero hizo énfasis en que fuera mío, no valía tomar algo prestado de mi papá o de mi hermano, tenía que ser algo que solo hubiera utilizado yo, esto me extrañó (y me preocupó) un poco, pero no osé cuestionarlo. 

En mi casa no había nadie para variar, mis padres habían salido y mi hermano seguramente estaba donde su novia, y seguramente no llegaría a dormir a casa esa noche.

Eran pasaditas de las 2 de la tarde y me di una ducha rápida, al salir vi que tenía tiempo y llené la tina para relajarme un poco según yo, pero no pude hacerlo, de solo imaginar lo que podía pasar ese día, se me puso duro y no se me bajó, así que de relajarse ni hablar. Estuve tentado a masturbarme, pero no quería echar a perder mi ‘apetito’. Saliendo de la tina, me afeité, me lavé los dientes y me peiné de raya a un lado, pues pensé que así les parecería más formal a los del grupo y que les gustaría.

Lo difícil fue decidir que me pondría. El Rojo había dejado claro que tenía que ser algo que fuera solo mío, lo malo es que mi ropa distaba mucho de ser de la calidad de la que tenía él en su closet. A veces mi papá me daba dinero para comprar algo de ropa, pero lo cierto es que no le invertía mucho a lo formal porque me ponía la de él o la de mi hermano para hacer mis cosas.

En mi closet había un par de trajes, uno negro y uno azul marino que tenía desde hacía unos 3 años, los usaba de vez en cuando para exposiciones en la escuela o para alguna boda, pero no eran nada espectaculares. De mis camisas, tenía varias, pero también tenían ya cierta edad, y de mis corbatas, ahí si tenía un poquito más de dónde elegir, pues  era una de las cosas que me podían llegar a obsesionar, si veía alguna que me cautivara, hacía lo que fuera necesario para conseguir dinero y comprarla, y no descansaba hasta que eyaculaba frente al espejo trayéndola puesta (y muy apretada) en el cuello.

Me decidí por el traje azul marino, una camisa blanca y una corbata rosa con cuadritos azul marino muy pequeños, de hecho observándola con cuidado, hasta parecía que era una red rosa sobre un fondo azul marino.



Me puse unos calcetines también en azul marino y unos zapatos y un cinturón negros muy formales.
Estuve listo desde las 3:30 y me asomaba impaciente a la ventana cada que oía el ruido de algún coche, pero ninguno era el rojo. 

A las 4 en punto, se estacionó frente a mi casa una camioneta Cadillac Escalade negra, con los vidrios polarizados, el Rojo descendió del lado del pasajero.

Rápidamente tomé un papel y escribí ‘Salí con mi amigo (y puse el nombre completo del Rojo y su teléfono), anoté también la fecha, la hora y el número de la matrícula. Corrí a dejarlo sobre mi escritorio en mi habitación; tan ansioso como estaba de unirme a ese grupo, tampoco sabía que esperar, así que si algo me llegaba a pasar, por lo menos dejaría una pista.

El timbre sonó y salí a la calle cerrando la puerta tras de mí.

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