-Te espero la próxima semana a la misma hora Víctor- me dijo
después de darme un húmedo y agresivo beso de despedida.
El resto del sábado me lo pasé recordando y tratando de
procesar todo lo que había ocurrido en ese pequeño lapso de tiempo desde que se
había ido mi compañero hasta la hora en que me tuve que ir yo también.
Creo que Mr. Hannigan se sentía tan frustrado como yo de no
poder hacer nada ese mismo día, pero tenía un compromiso que no podía eludir y a
mí me esperaban en casa para comer.
Esa semana me pareció ETERNA, no veía el día que volviera a
ser sábado otra vez para retomar la conversación que había tenido con mi
maestro de inglés. En estos tiempos es algo muy sencillo para un adolescente
darle rienda suelta a sus instintos, sea heterosexual, gay, bisexual,
zoofílico, etc, pero en mis tiempos, haber encontrado a alguien con quien poder
compartir algo así era el equivalente de haberse ganado la lotería, y me urgía
cobrar mi premio.
Llegué puntual a las 9 de la mañana, Mr. Hannigan me abrió la
puerta, y ahí estaba, tan elegante y formal como siempre. Cuando lo saludé, la
mano me escurría sudor de los nervios que sentía y me temblaba
descontroladamente, él solo me miró a los ojos y sonrió pícaramente.
Me ofreció un vaso de agua, mismo que bebí apresuradamente,
pues con la ansiedad que sentía se me había secado la boca por completo.
No pude dejar de notar que mi compañero no había llegado, y
considerando que Mr. Hannigan era muy puntual, estaba seguro que le esperaba
una buena reprimenda al muchacho, sin embargo cuando dieron las 9:10 le hice el
comentario de que el otro chico se había retrasado por mucho.
-No te preocupes, no vendrá.
-Le pasó algo?
-No, el día de ayer le dije que hoy no podría darle la
asesoría, que me había salido un compromiso y que lo dejaríamos para otro día.
En cuanto oí estas palabras sentí como un resorte se activaba
dentro de mi pene, que se me puso duro de inmediato y empezó a lubricar como si
tuviera vida propia.
-Eso quiere decir que…
-Que solo seremos tú y yo esta mañana.
- Suerte la mía, tendré toda su atención- le dije
-Ya hace tiempo que la tienes, pero apenas será hoy cuando
pueda darte otro tipo de lecciones- me dijo al tiempo que me tomaba de la mano
y me levantaba.
Rápidamente me acercó hacia él e instintivamente cerré los
ojos. Sentí sus labios cálidos posarse sobre los míos y me dejé llevar. Mi lengua
estaba ávida de recorrer todos los rincones de la boca de Mr. Hannigan, pude
sentir claramente el sabor del té que se había tomado en la mañana y un leve
gusto a tabaco que yo encontré delicioso. Rápidamente llevé mi mano hacia su
entrepierna, deseoso de sentir su miembro, de arrodillarme, de tenerlo entre
mis labios, de chuparlo.
-Calma, tenemos tiempo. Antes quisiera que habláramos un
poco, de lo que me contaste la semana pasada, esta cosa tuya de los trajes y
las corbatas. Quiero saber más.
-Pues qué más le puedo contar? Creo que ya se lo he dicho
todo.
-Sí, me dijiste que te gustaba, pero la verdad es que me he
quedado un poco intrigado, nunca había escuchado de alguien que se excitara con
esas cosas.
-Pues no sé si sabré explicárselo, solo sé que es algo que me
gusta desde siempre. Desde que era niño, siempre me llamó la atención todo
esto. Sé que son prendas muy comunes, mi papá las usa a diario, todos los papás
de mis amigos las usan a diario, pero para mí siempre fueron algo más, me
hacían sentir un no sé qué en la boca del estómago, escalofríos o cosquillas en
el cuerpo solo de imaginar vestirme así. Cuando usé un traje por primera vez
fue como si estuviera soñando despierto, la verdad es que muchas veces me había
puesto ropa de mi papá, pero me quedaba enorme, y cuando por fin tuve algo de
mi talla, no sé, sentí como si fuera un hombre grande, un caballero de esos que
veía en las películas.
-Entonces eso es lo que sientes? Cosquillas, escalofríos?
-Es una forma de decirlo, pero la verdad es que no conozco ninguna
palabra exacta para describirlo.
-Creo que te voy entendiendo un poco, por ejemplo, cuando te
vistes, cuales sensaciones son las que identificas como placenteras?
-Verá, cuando me pongo una camisa, me encanta sentir que el
cuello está duro, almidonado, me gusta pasar las yemas de los dedos por todo el
contorno, y siento una especie de comezón cuando lo hago, me pasa lo mismo con
los puños. Cuando me pongo corbata, me encanta sentir la suavidad, lo resbaloso
de la seda, me gusta sobre todo acariciarme el nudo cuando se junta con las
puntas del cuello, igual pasarme el borde del puño de la camisa sobre los
labios me vuelve loco.
-Vaya, nunca le había puesto atención, pero creo que
reconozco esa sensación que dices, sobre todo cuando me ajusto el nudo de la
corbata y siento como la piel se presiona contra el cuello de la camisa. -Y qué más
te gusta sentir?
-Me gusta mucho sentir como resbala la chaqueta cuando me la
pongo, podría estar horas tan solo sintiendo el forro de un saco. Con los
pantalones me pasa lo mismo, a veces tengo que concentrarme mucho para no andar
con una erección todo el tiempo, pues al dar un paso siento como mis muslos se
frotan contra el forro y se me eriza toda la piel.
-Hmmm si, es una sensación muy agradable. Y cuando te vistes
así te pones frente al espejo y te masturbas?
-Sí, no puedo evitarlo; claro, no es algo que haga muy
seguido, rara vez me llego a quedar solo en casa, y cuando eso sucede, no es
por mucho tiempo tampoco, siempre me quedo con ganas de más.
-Vaya, nunca había conocido a alguien con este tipo de
gustos. Así que por eso es que siempre te me quedabas viendo en clase?
-Sí, lo siento – le dije.
-Al principio pensé que simplemente ponías mucha atención,
pero cuando vi que tus notas no eran tan buenas, sospeché que podía ser por
otra cosa.
-También lo siento.
-No te preocupes, con un poco de ayuda extra verás cómo te
pones a la par de tus compañeros en un santiamén.
Me tomó de la mano y me llevó a su habitación. La
boca se me volvió a secar de la ansiedad, pues pensé que el momento por fin
había llegado, y para ser honesto, me daba un poquito de miedo que me fuera a
doler. Sin embargo, lo que sucedió allí fue mejor que cualquier cosa que yo me
hubiera imaginado.
Mr. Hannigan me abrió las puertas de su armario y pude
admirar su colección de corbatas, de tirantes, de mancuernillas, de
pisacorbatas, de pañuelos, sus camisas ordenadas cuidadosamente por color, sus
trajes, sus sombreros.
-Víctor, si yo te dijera que te vistas para mí, qué te
pondrías?
La sequedad de la boca dio paso inmediato a una hiper
salivación, ahora por fin entendía esa expresión de ‘se me hace agua la boca’.
Me sentía como niño en una dulcería, no sabía ni por dónde empezar.
-No sé, me siento un poco aturdido para serle franco – y era
verdad, sentía que los oídos me zumbaban y que la cara y las orejas me ardían.
-Anda, con confianza, puedes tomar lo que quieras, muéstrame
qué te pondrías si tú fueras yo.
Con las manos todavía húmedas (y temblorosas), descolgué un
traje gris, una camisa blanca de puño doble, una corbata de un tono gris más
claro con rayas diagonales en azul marino y unos tirantes.
-Te lo quieres probar? – me preguntó
-Claro!
-Adelante, be
my guest.
Me sentía realmente emocionado, desde el momento en que vi
por primera vez a este hombre me había prendado de él y de su apariencia, y hoy se
hacía realidad mi sueño de poder usar uno de sus trajes yo mismo.
Rápidamente me quité el uniforme de la escuela y mientras lo
hacía, él iba tomando las prendas y las colocaba cuidadosamente sobre una
silla, extendidas, para que no se arrugaran.
Mr. Hannigan era más alto que yo, y también más atlético, por
lo que era obvio que tal vez los pantalones me quedarían más largos, y que la
camisa y el saco me quedarían un poco sobrados de los hombros también.
Resultó que los pantalones me ajustaban bien de la cintura, pero sí
me quedaron más largos de lo que pensé. Me puse la corbata y me la anudé como
solía hacerlo con la del uniforme. De la amplia selección de gemelos que tenía,
tomé unos redondos y plateados que fueron los que me gustaron más, y un
pisacorbatas dorado que me puse casi hasta donde terminaba la corbata. Vi los tirantes sobre la cama y me desabroché el pantalón para ponérmelos, pues eran del
tipo que se abotonaban por dentro de la pretina del pantalón. Escogí
del armario un cinturón negro muy delgado que me pareció muy bonito y elegante y me lo
puse. Mr. Hannigan solo me observaba hasta ese momento, y me dijo:
-De qué número calzas?
-Creo que del 9.
-Mira que coincidencia, yo también- me dijo señalándome un
rincón de la habitación donde estaba un bastidor con varios pares de zapatos de
varios estilos y colores.
Tomé unos zapatos que yo pensé que eran simplemente tintos,
pero me dijo que ese color de zapatos se conocía como ‘oxblood’. Me ofreció unos
calcetines de un color gris un poco más claro que el del traje, además de unas
cosas que yo nunca había visto. Me explicó que se llamaban ‘garters’ y que se
ponían justo sobre la pantorrilla y que con un clip se abrochaban los
calcetines para evitar que se bajaran durante el día. Me puse los zapatos y me
quedaron justo a la medida.
Cuando estuve vestido, Mr. Hannigan se arrodilló y me ajustó
el largo del pantalón.
Me vi en el espejo que estaba colgado en una de las puertas
del armario y me sentí el hombre más elegante sobre la faz de la tierra. Tenía
una erección como nunca antes y solo esperaba que la humedad no traspasara mi
ropa interior, pues me daría muchísima pena manchar el pantalón.
-Te gusta cómo estás vestido?- me preguntó Mr. Hannigan
-Sí, para mí es como un sueño hecho realidad el estar usando
uno de sus trajes – le contesté con la mayor sinceridad.
-Eres guapo Víctor, tienes buena presencia, cualquiera puede
ponerse un traje, pero no cualquiera sabe llevarlo, tú tienes algo que no se
puede aprender, se tiene o no se tiene.
-Qué cosa es eso?
-Porte, la elegancia no es solo la ropa que traes puesta, es
la actitud que tienes al usarla, y en ti es algo innato.
-Me siento halagado.
-Pero, todavía puedes aprender dos o tres cosas, y para eso
estoy yo aquí.
-Por favor dígame, quiero llegar a verme tan elegante como
usted algún día!- exclamé.
Mr. Hannigan me hizo una serie de observaciones, detalles que
yo desconocía o que había pasado por alto.
Lo primero que me dijo fue que jamás, pero jamás se debía
usar cinturón y tirantes al mismo tiempo, o era una cosa o la otra, pero nunca
las dos a la vez; como todavía no les tomaba gusto, me quité los tirantes dejándome únicamente el cinturón.
Entonces me dijo que el cinturón tenía que hacer juego con
los zapatos, y dado que uno era negro y los otros ‘tintos’, también tenía que
elegir. La verdad es que los zapatos me gustaban mucho, así que busqué en su
armario, y allí estaba el cinturón del mismo tono que esos zapatos y me lo puse.
Después me señaló que aunque los gemelos en color plata y el
pisacorbatas dorado por separado eran muy bonitos, no se complementaban, lo ideal
es que fueran del mismo color y del mismo motivo, así que me cambió el
pisacorbatas por otro que sí hacía juego con los gemelos.
Cuando me quité el pisacorbatas se puso frente a mí y me
desanudó la corbata y me hizo un nudo como los que él usaba, un doble windsor,
pude sentir el deseo en sus ojos mientras hacía las vueltas, me la dejó muy
ajustada, pero me encantó.
Me colocó también un pañuelo blanco en el bolsillo del saco,
apenas si sobresalía, pero le daba un toque muy elegante que a mí no se me
habría ocurrido.
A pesar de que fueron solo unas pequeñas modificaciones, la
imagen que me devolvió el espejo cuando Mr. Hannigan terminó conmigo era
totalmente distinta, ahora si me veía como todo un caballero.
Me dio la vuelta y me besó, nuevamente percibí el olor de su
loción mezclado con un suave olor a tabaco y se me doblaron las rodillas.
Se sentó en un banco que estaba al pie de la cama, y después
me abrió la bragueta, liberándome el miembro de esa prisión que eran los
pantalones. Gustoso se lo llevó a la boca, primero con unos lengüetazos, después
me acarició el glande con los labios por unos momentos gloriosos y finalmente
se lo metió todo hasta el fondo. Yo de reojo me miraba en el espejo y me
costaba creer lo que estaba sucediendo. La imagen que se reflejaba ahí era la
de dos hombres perfectamente trajeados, haciendo cosas que hasta donde yo
sabía, eran totalmente inapropiadas, pero no me importó, me dejé llevar por el
momento, pues aunque las cosquillas en mi pene se sentían muy reales, temía que
de pronto me fuera a despertar en mi cama, en la madrugada y con la pijama
mojada.
Fue con mucha fuerza de voluntad que se lo saqué de la boca y
me arrodillé, con cuidado abrí yo su bragueta, y por fin pude ver el pene de
Mr. Hannigan, mismo que era enorme.
Nunca he podido (ni querido) olvidar esa imagen: Largo,
grueso, rosado, y algo que me hizo mucha gracia, su vello púbico era del mismo
color de su cabello, nunca me he vuelto a topar con un pene siquiera parecido.
Apenas si me cupo en la boca, pero me gustó la sensación,
sentía como se tallaba contra mi paladar, contra mis labios, a veces tenía que
parar para respirar, pero no podía ni quería desprenderme de ese delicioso
trozo de carne.
Mr. Hannigan me haló hacia arriba, me dió otro beso y me dijo que me acostara
de lado sobre la cama, y acto seguido, se acostó el también, pero con su cabeza
a la altura de mi entrepierna, cuando me acercó su pene a la cara, rápidamente
capté lo que quería hacer y puse mi brazo debajo de mi cabeza a modo de
almohada, y con el otro, tomé su pene y empecé a succionar con fuera, él hizo
lo mismo del otro lado.
Duramos un buen rato así, en un par de ocasiones le tuve que
pedir que se detuviera porque estaba a punto de eyacular.
Yo seguía en lo mío, simplemente no podía parar, pero Mr. Hannigan tenía otros planes,
mientras me chupaba el pene, su mano había comenzado a acariciarme las nalgas,
y aunque al principio me sobresalté, muy pronto le tomé el gusto, pues vaya que
sabía masajearlas.
Así duramos otro tanto hasta que sentí que me desabrochaba la
hebilla del cinturón y el pantalón y comenzaba a bajármelo, yo levanté las
piernas para facilitarle la tarea.
Se levantó y me quitó por completo el pantalón y la ropa
interior. De un buró que estaba junto a su cama, sacó un tarro de crema y me
untó una buena cantidad en el ano. Comenzó a masajearme con los dedos y a
metérmelos poco a poco. Pensé que me dolería mucho, pero estaba tan excitado
que dilaté de inmediato. Extraño aquéllos días en que el SIDA era algo de lo
que no teníamos que preocuparnos, porque sentí como su carne caliente y
palpitante se me clavaba en las entrañas a pelo.
A pesar de que su pene era bastante grande y grueso, no batalló gran cosa para abrirse camino, como dije, estaba tan excitado
que mi cuerpo cooperó encantado.
Verlo con mis tobillos sobre sus hombros, con la cara
extasiada de placer, me hacía sentir increíblemente bien, pues sabía que era yo
quien lo volvía loco, el que lo había convertido en un macho preocupado solo
por saciar su instinto más básico y primitivo.
Finalmente pude ver que su respiración se hacía más rápida, el
rostro se le puso rojo.
-Fuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuck!!!!!!!!!!!! Oh God! Oh God!
Oh God!- exclamó, mientras sentía como su semen caliente me llenaba por dentro.
Siguió empujando todavía como un minuto más y se dejó caer
rendido a mi lado. Yo aproveché y me puse a horcajadas sobre él, le abrí el
saco y comencé a masturbarme. No tardé ni 30 segundos, eyaculé como nunca lo
había hecho en mi vida, el primer trallazo de leche salió con tal fuera que le cayó
en la cara, el segundo sobre el nudo de la corbata y el cuello de la camisa, y
el tercero fue a parar en su pecho.
-Sí, así me gusta, déjalo todo sobre mi – me dijo mientras
con la lengua se relamía el semen que le había caído sobre los labios.
Como podrán imaginarse, Mr. Hannigan y yo comenzamos una
aventura que duró lo que restó del año escolar, pues apenas terminando el
ciclo, el tenía que volver a Irlanda.
Lo bueno fue que tuvimos un buen año de juegos, desde
Septiembre hasta Junio, tiempo en que me inició sexualmente y conocí como era
el placer entre varones… y también donde me enseño a vestir y comportarme como
todo un caballero.
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