miércoles, 23 de octubre de 2013

Ep. 24 - Cómo me volví un amante de los trajes y corbatas.



-No sé si aquí mi amigo ya les contó algo- le dije – digo, para no volver a contarles lo mismo.
-No nos ha contado detalles, solo nos dijo que tenía un candidato nuevo para unírsenos – me aclararon.
-Bien, qué parte de mi historia quieren saber?
-Hmmm alguno tiene alguna pregunta en particular?- dijo el tío del Rojo
-Yo creo que la mas básica sería, cómo te volviste fetichista? – me preguntó uno de ellos, que se veía era el mayor de todos, los demás asintieron en silencio.

Y empecé a tratar de recordar.

-Cuando yo era apenas un niño muy pequeño, tal vez de unos 3 o 4 años, tenía una sábana que era mía nada más; independientemente de las razones psicológicas que había detrás de ello, me gustaba la sábana porque tenía la orilla dura, no sé cómo se le llama ese terminado que le dan, como si fusionaran la tela para que no se deshilache, y queda muy dura, y filosa, como una hoja de cartulina, a mí me encantaba pasarle los dedos en la noche mientras me quedaba dormido. Esa misma sensación la encontré en otro objeto tiempo después, este objeto era una camisa de vestir de color beige, con un cuello durísimo y almidonado, que me provocaba la misma sensación que la sábana a la hora de dormir, fue cuando mi hermano mayor hizo la primera comunión y mis padres me vistieron muy formal para ir a la misa

Me gustó tanto que me pasé la mayor parte del día tocándome el cuello de la camisa, y era tanta la satisfacción que me daba, que pensé que era algo malo, así que me escondí para hacerlo. Con el tiempo se me hizo costumbre el esconderme para disfrutar de esas cosas. 

Esto yo creo se vio reforzado porque en esos tiempos mi madre tenía la costumbre de ver la telenovela de las 9 de la noche; la historia ya se la saben todos, la chica pobre que por azares del destino se cruza en el camino de un millonario que se enamora de ella, pasan un montón de situaciones que parece que los separarán irremediablemente, pero al final siempre se casan.

Casualmente, el galán millonario SIEMPRE andaba de traje, así fuera para un domingo de flojera en casa, rigurosamente se vestía de traje y corbata. Comencé a notar que muchas de las veces que se besaba con la protagonista era mientras estaba vestido así, de modo que comencé a asociar los besos apasionados con los trajes y las corbatas, y recuerdo perfectamente que en cuanto la situación se ponía romántica, tenía una erección. A esa edad no tenía ni idea de qué era eso, pero sí sabía que me pasaba por lo que estaba viendo en pantalla, y lo sé porque cuando recordaba esas escenas, volvía a tener la erección y me encantaba. 

Así pasaron los días y los meses, y esa nueva afición que había desarrollado se hacía más fuerte, y me empezó una especie de paranoia, pues pensaba que si usaba una camisa, todos iban a saber que estaba disfrutándolo mucho, y eso me daba mucha vergüenza, fue ahí donde empezó mi rebeldía respecto a usar éste tipo de prendas.

A partir de los 4 o 5 años, no había poder humano que hiciera que usara una camisa por las buenas, siempre que había necesidad de que fuera formal a algún lado, era un drama que se hacía en mi casa porque decía que no me gustaba, que me sentía incómodo, etc. La verdad es que por dentro moría de ganas de usar esa ropa, pero la vergüenza y el miedo a que me descubrieran podía más que las ganas que sentía de vestirme así.

Aún así, me las ingeniaba para usar una camisa de vez en cuando, ya fuera poniéndome alguna de mi hermano cuando él andaba jugando en la calle y mi mamá se ocupaba en el quehacer de la casa, o cuando escondía una camisa debajo de mi almohada y en la noche me la ponía cuando mi hermano dormía. 

Llegó el momento de que yo mismo hiciera la primera comunión, para este entonces ya tendría unos 10 años. Mi madre me enviaba al catecismo los sábados, y así fue durante 3 meses, desde septiembre hasta diciembre. Cuando se iba acercando la fecha, mi mamá me llevó a comprar un traje. En estos tiempos no sé cómo se estile, pero por esas fechas, lo tradicional para un traje de primera comunión era el color blanco o el color perla. A esa edad yo era un poco más alto y más robusto que los demás niños de la doctrina, así que fue un poco más difícil encontrar un traje que me quedara bien, pues casi todos eran talla 12 o 14, y yo ya andaba sobre la 16, y la que sigue de ahí es la 28 de adultos. 

Por fin en una tienda encontramos un traje talla 16 y mi madre me hizo que me lo probara. Me quedaba bien de hombros y eso, pero las mangas del saco me quedaban muy largas, y el pantalón también me quedaba larguísimo. Vino la costurera y me tomó medidas para ajustarlo, pero lo entregarían hasta días más tarde, lo único que nos llevamos ese día fue una camisa de vestir color rosa y una corbata de moño de satín color perla también. Recuerdo bien el haber ido pensando en esa camisa todo el camino de vuelta a casa, y en qué tan complicado sería ponerle el moño dentro del paquete, que por cierto, en alguna oportunidad intenté hacerlo, pero mi madre lo había guardado y no lo pude encontrar por ningún lado, lo busqué durante días y ya me había temido que no lo iba a encontrar nunca, pues cuando el día se llegó, el condenado moño no aparecía por ningún lado.

5 minutos antes de que tuviéramos que salir a la iglesia, mi madre lo sacó de una bolsa que tenía en su clóset, nunca se me había ocurrido buscar ahí porque lo que me interesaba era la ropa de mi papá, que estaba en otro closet.

Antes de salir me miré al espejo, y me sentí realizado, todo un hombrecito.

Después de que hice la primera comunión, ya no hubo ocasión de usar el traje completo, a veces usaba la camisa, o el pantalón, pero nada más. Por supuesto, yo me lo ponía a escondidas cada vez que podía, que por lo general era una vez por semana, pues mi papá salía hasta las 6 de la tarde de trabajar y mi hermano había empezado la secundaria en el turno vespertino. Los jueves mi madre salía a jugar canasta con sus amigas del vecindario, cada semana se turnaban en casa de alguna de ellas y como era ahí en la misma cuadra, no le preocupaba dejarme solo. 

Claro, yo era feliz de verme solo en casa por un par de horas, y por lo mismo esperaba los jueves con ansias. En cuanto escuchaba que se cerraba la puerta del frente, corría hacia la ventana que daba a la calle, y en cuanto mi madre se perdía de vista, yo corría al closet a descolgar el traje. Recuerdo que lo tendía en la cama con cuidado y le pasaba las manos por encima, acariciándolo, después me quitaba la ropa que traía, y me ponía la camisa, mi parte favorita por cierto, seguía con los pantalones, el chaleco y el moño. Me encantaba levantarme el cuello para ponérmelo, y después volverlo a doblar, completaba con el saco y entonces era cuando se me ponía duro, como activado por un resorte.

En aquél entonces no sabía nada de sexo, así que lo que hacía era pasearme por la casa vestido así, me miraba en todos los espejos y en alguna ocasión besaba mi propio reflejo, después de una hora de estar vestido, me lo quitaba no sin cierta tristeza, pero me decía a mi mismo que ‘ya había cumplido con mi obligación’; después a esperar otra semana.

Cuando cumplí 11 años, el trajecito ya me quedaba un poco ajustado, sobre todo las mangas se me habían quedado cortas, pero yo le seguía dando uso rudo. Por esa época me llevé un susto casi letal, pues un día que a mi madre se le ocurrió reorganizar mi closet, notó que la camisa rosa estaba completamente sucia (yo no era muy cuidadoso), me preguntó mas o menos molesta que si porqué demonios estaba tan sucia si nunca me la ponía, yo simplemente fingí demencia y no me sacó de ahí. Al final creo que la lavó como si nada y jamás se volvió a hablar del tema.

En otra ocasión, mi papá regresó mas temprano de trabajar precisamente un jueves, cuando yo estaba entregado a los placeres de usar mi traje completo, apenas si tuve tiempo de reaccionar, por lo que corrí a ponerle el cerrojo a la puerta de mi habitación y traté de quitarme el traje lo mas rápido posible. Para ese entonces mi papá ya había subido y vio mi puerta cerrada, lo cual no era normal, trató de entrar pero tenía puesto el seguro, y un padre sabe que cuando un hijo está muy silencioso y encerrado, algo anda mal. Comenzó a tocar cada vez mas fuerte y a preguntarme que estaba haciendo, y solo le decía que no pasaba nada mientras trataba de quitarme el traje, que solo alcancé a hacerlo pelota y arrojarlo dentro del closet. Mi papá impaciente como él solo, fue por la llave de la chapa, y para cuando entró me encontró en ropa interior. No sé porqué, pero lo primero que hizo fue ir a abrir el closet donde encontró el desorden de la camisa rosa, el saco, el pantalón y el chaleco color perla. Recuerdo que me amenazó con decirle a mi madre, pero nuevamente, jamás se volvió a mencionar el tema.
 
Las cosas tomaron un nuevo rumbo cuando fui de visita a casa de unos primos, los escuché hablar de las pajas por primera vez. Yo no sabía qué era eso, e inocentemente pregunté, se carcajearon en un principio, pero después uno de ellos se sacó el pene erecto.

– Un día cuando estés solo, te haces así y así hasta que sientas cosquillas- me explicó mientras se lo meneaba.
-Y eso para qué?
-Tú hazme caso y ya verás que te va a gustar.

Esa conversación la olvidé hasta que escuché a otros niños de mi clase platicar de lo mismo, yo ya sabía a qué se referían, aunque nunca lo había intentado, así que esa noche que me estaba bañando, decidí hacer la prueba. Al principio no era nada del otro mundo, pero me armé de paciencia y así de la nada comencé a sentir primero un cosquilleo leve, después esas cosquillas fueron aumentando de intensidad, y quise saber que tan más fuertes podían sentirse, de modo que no paré, sino que le imprimí más ritmo y velocidad. Ya se pueden imaginar que fue lo que pasó. De pronto el pene se me puso de un color rojo intenso y empezó a temblar por sí mismo. Ese temblor vino acompañado de la sensación más placentera que yo había experimentado en mi corta vida, simplemente no encontraba comparación pero me asusté en serio. De inmediato pensé que eso definitivamente tenía que ser malo, y que no debía contárselo a nadie, al menos no a mis padres.

El susto me duró unas dos semanas, pero lo volví a intentar cuando me ganó la curiosidad. Nuevamente las cosquillas y el temblor, solo que esta vez noté algo que no había visto muy bien la primera vez bajo el chorro del agua, y era que del pene me brotaba algo blancuzco cuando llegaba al climax. Recordé las escasas clases de educación sexual que nos habían dado en el colegio, y llegué a la conclusión de que esas cosquillas eran una eyaculación y esa cosa blanca era semen.

La tercera vez que lo hice, fue el jueves de esa misma semana, pero ya con mi traje de la primera comunión puesto. Eyaculé casi de inmediato, pero fue muy placentero sentir ese orgasmo mientras con la mano que me quedaba libre me acariciaba el cuello de la camisa, el moño y las solapas del saco. A los 11 años lo que sobra es energía, por lo que lo repetí otras 2 veces en la hora y media que quedaba para que regresaran los demás a casa.

Eventualmente ese traje me dejó de quedar, entré de lleno a la pubertad a los 12 años y comencé a crecer sin control. No fue tan malo porque aunque ya no me quedaba ese traje, sí que me quedaban los sacos y las camisas de mi papá, de modo que le saqué provecho.

No me atrevía a tomar la ropa limpia directamente de su closet por miedo a arrugarla o mancharla y que se fuera a dar cuenta. Mi papá es abogado, de modo que su trabajo es principalmente en una oficina, la ropa la mandaba a la tintorería sin falta dos veces por semana. Él siempre ha sido muy ordenado, de manera que siempre colgaba esas camisas que ya tenían una puesta en otra parte de su closet, y cuando iba de camino a la oficina, las dejaba en la tintorería y pasaba por ellas en la tarde.

Cada que tenía oportunidad, yo descolgaba alguna de esas camisas, me fascinaba el olor, que no era a sudor, pues un trabajo de oficina no es muy demandante, era el olor de la loción de mi papá el que me encantaba y me hacía entrar en una especie de éxtasis. 

Lo mejor era que como mi papá contaba con que esa ropa ya estaba sucia, no la revisaba, así que no importaba gran cosa si me ocurría un ‘accidente’ si me emocionaba de más.

Mi primer traje ya como  adolescente lo tuve a los 14 años, cuando íbamos a ir a la boda de una de mis primas. La invitación decía traje formal, y aunque yo hice mi pataleta de rigor, me llevaron de compras.

La boda iba a ser de noche, así que me compraron un traje negro de tres piezas, una camisa blanca con el cuello durísimo y una corbata roja de satín brillante.

Apenas si recuerdo los demás detalles de la noche, pues estaba muy concentrado en sentir el traje con cada centímetro de piel que tenía mi cuerpo, no quería perderme ninguna sensación, que si el forro del pantalón estaba muy sedoso y resbaloso, que si la camisa la sentía demasiado almidonada en los pezones, que si el cuello y los puños estaban muy duros y me apretaban, que si mi corbata estaba muy ajustada. Me levanté de la mesa 4 veces para ir al baño durante la noche, y en las 4 me masturbé con todas las ganas del mundo, ya me sentía de por sí excitado, y a eso agréguenle el ver a tantos trajeados en un solo lugar, simplemente me sobrepasó. Al día siguiente me apareció un moretón en el pene de lo fuerte que me lo jalé.

Ese año comencé a fijarme en mi compañero, que cuando lo veía fuera de la escuela, siempre iba muy formal, me llamó mucho la atención que el cambio hubiera sido tan repentino, pues en los dos primeros años él era como cualquier otro adolescente. Alguna vez intenté preguntarle o sacarle el tema, pero simplemente me evitaba. No sabía que se lo estaba pasando tan bien sin mí!

Pasé todos los años de la secundaria y la preparatoria pensando que era el único muchacho al que le excitaba vestir formal, que tenía fantasías donde lo que predominaba era el sexo en traje y corbata.

Fue hasta hace poco que había encontrado en internet un grupo de Yahoo referente a este fetiche, estuve a punto de sufrir un infarto de la emoción cuando comencé a ver las fotografías que había ahí, era como un sueño y también un alivio saber que no estaba loco, y que si lo estaba, por lo menos no era el único.

A los pocos meses, mi amigo aquí presente – les dije señalando al Rojo -  volvió a entrar a mi vida, y retomamos la amistad que teníamos en la secundaria, con la diferencia de que ésta vez se sinceró conmigo y me dejó muy claro que él también es un fetichista al 100%. Yo de verdad no creía mi suerte y sentí como ganar la lotería dos veces seguidas cuando me dijo que él no era el único, sino que pertenecía a un grupo, y bueno, aquí me tienen - finalicé.

domingo, 20 de octubre de 2013

Ep. 23 - Mi presentación



El Rojo me abrió la puerta y subí al asiento de atrás, aunque me pareció raro que se subiera detrás de mí y no en el asiento del copiloto.  Nos pusimos en marcha y me dijo que necesitaba vendarme los ojos.

-Para qué?!- le pregunté alarmado.
-Tranquilo, vamos a casa de uno de los nuestros para que te conozcan, pero como no eres miembro aún, no desea que sepas en dónde vive.
-Y si me niego?
-No pasa nada, te llevamos de regreso a tu casa, pero tú y yo no volveremos a vernos y te olvidas de unirte al grupo.
-Es en serio?- le dije pensando que bromeaba.
-Totalmente en serio, lo siento pero son las reglas.
-No es un poco drástico?
-Tal vez, pero considerando todo lo que vas a ganar es un precio pequeño a pagar no?-

Muy en contra de lo que mi instinto de conservación me decía, acepté. El Rojo me puso unas esponjas muy suaves en los ojos y después me vendó los ojos con una corbata.

El conductor estuvo dando vueltas y vueltas por unos 15 minutos hasta que me desorienté por completo, y después el trayecto duró poco menos de una hora hasta que nos detuvimos.

El Rojo me ayudó a bajar de la Escalade, e inmediatamente percibí el olor de la tierra del campo, olía a hierba, a bosque, y se escuchaba el ruido muy fuerte de las aves.

Sentí como me tomaban de ambos brazos y empezamos a caminar. Escuché abrirse un portón y entramos, a los pocos metros me dijeron -Escalón!- e instintivamente levanté el pie para subir.

Caminamos unos metros más y escuché abrirse otra puerta, y escuché a alguien decir:

-Oh, ya están aquí!
-Se ve mejor en persona!
-Yummy! Carne fresca!

Me llevaron hasta otra habitación donde ya no podía escuchar el ruido de afuera y el Rojo me quitó la venda. Era una habitación pequeña, seguramente el cuarto de la TV, pues había una muy grande en un lado de la pared, y un sofá justo enfrente. Alguien había puesto una jarra con agua y un vaso en una mesita. 

-Regreso por ti en un momento- me dijo – Bebe un poco de agua- y salió.

Rápidamente fui a asomarme a la ventana que había en la habitación, pero solo pude ver árboles muy tupidos y una barda muy alta, de modo que no sirvió de gran cosa para tratar de adivinar dónde estaba.

Después de un tiempo que a mí me parecieron horas, escuché la puerta abrirse nuevamente, era él.

-Es hora, ven conmigo.

Me levanté, me ajusté la corbata por última vez y me abotoné el saco.

-Cómo me veo?
-100% fornicable - me dijo y me guiñó el ojo.

Ya sin la venda en los ojos pude ver la casa. Era sin duda una mansión, la decoración era muy sobria pero elegante, techos muy altos, ventanales grandes y con lo que quedaba de sol se alcanzaba a ver un jardín muy bonito afuera.

Caminamos por un pasillo donde había varios cuadros de hombres vistiendo todo tipo de atuendos formales, algunos cuadros se enfocaban en los cuellos y las corbatas, algunos otros en los puños y las mancuernillas, algunos en los zapatos, etc, al final había otra puerta y entramos.

Era un salón amplio, sin ventanas a la vista, totalmente alfombrado y con aire acondicionado, tal vez demasiado frío. Al fondo se veía una chimenea de piedra que de momento estaba apagada.

En una de las esquinas había un bar, perfectamente surtido según alcancé a ver. 

Alrededor de una amplia mesa de centro había tres mullidos sofás de cuero negro, cada uno podía sentar a 3 o 4 personas cómodamente, había un sofá individual que cerraba el círculo, y supuse que allí se sentaba el líder del grupo.

Se abrió otra puerta y entraron los miembros del grupo charlando animadamente entre sí. Me llamó la atención que todos usaban unas máscaras blancas que les cubrían la nariz, los ojos y la frente. Vestían de manera espectacular, muy elegante y formal, era obvio que no estaban usando trajes comprados en la tienda como el mío sino hechos a la medida, lo cual me hizo sentir un poco cohibido.

-Bienvenido- me dijeron casi al unísono.
-Gracias por invitarme – fue lo único que atiné a decir.

Uno de ellos, que adiviné era el tío del Rojo, les dijo que tomaran asiento, ya iba yo a sentarme en uno de los sofás grandes y me dice:

-Como tú eres el invitado de honor, siéntate aquí por favor – me dijo señalando el sofá individual. Obedecí.

Me entregaron unas hojas que todavía estaban calientes, sin duda las acaban de imprimir.

-Y esto qué es?
-Es un contrato, para que lo leas y lo firmes.
-Perdón?
-Léelo y si te parece, lo firmas… con sangre.
-Qué?! – y me quedé perplejo. Todos soltaron la carcajada, aunque yo seguía sin entender.
-Discúlpanos – me dijo el Rojo, es una broma que nos gusta jugarle a los nuevos, en realidad es solamente un acuerdo de confidencialidad, todos lo hemos firmado, ya sabes, para que nada de lo que pase o se diga esta noche salga de aquí.
-Aahhh, por un momento me asusté realmente!- dije.

Leí el contrato, lo normal para un acuerdo de confidencialidad o al menos lo que yo me imaginaba que tenía un acuerdo de ese tipo, así que lo firmé sin pensarlo dos veces, hasta ahora nada iba saliendo mal y me dio confianza que todo fuera tan claro desde ahí.

Le entregué los papeles firmados al Rojo, que les dio un vistazo rápido y salió de la habitación.

-Bien, cuéntanos tu historia- me dijo el tío del Rojo.

viernes, 18 de octubre de 2013

Ep. 22 - La tortura de la espera



Esa noche no dormí. Por más que intentaba conciliar el sueño, mil y un cosas me venían a la mente, quiénes serían los otros fetichistas? Que tan bien parecidos (o no) serían? Dónde se reunían? Qué cosas hacían en sus reuniones? Quién habría iniciado el grupo? Qué reglas tendría el grupo?

Todas estas cuestiones fueron las que me mantuvieron despierto toda la noche mientras a mi lado el Rojo roncaba como un bendito, pero claro, él ya era miembro de ese club al que yo apenas aspiraba unirme, me consolé pensando que probablemente él pasó por la misma incertidumbre que yo en su momento.

No supe a qué hora finalmente me quedé dormido, pero debe haber sido cuando ya estaba amaneciendo. Me desperté cerca de las 12 del día cuando sonó mi teléfono, era mi papá que quería saber dónde estaba y porqué no me había reportado con ellos todavía.

-Lo siento papá, nos quedamos despiertos hasta muy tarde y de hecho ahorita estaba dormido.
-Ya sabes que no me gusta que andes causando molestias y peor en casa ajena!
-No se preocupe, mi amigo es de confianza, no se fija en detalles – mentí, la verdad es que nunca me había quedado a dormir en casa del Rojo antes, y no tenía ni idea de que tan quisquilloso fuera con las visitas, y menos aún sabía si sus padres habían regresado.
-Bien, espero que así sea. Te aviso que tu madre y yo saldremos de la ciudad, regresaremos mañana por la tarde, te dejé dinero para comida y alguna emergencia sobre la mesa de la cocina. Cuídate y no hagas nada que yo no haría- bromeó mi papá y colgó.

Ya por lo menos tenía el día libre, se supone que tenía tarea de la escuela pero no pensaba desperdiciar un solo instante de ese día en otra cosa que no fuera averiguar todo lo referente al grupo.

Un olor a peperonni llamó mi atención y volteé, era el Rojo que venía entrando a la habitación con la pizza que nos había quedado de la noche anterior.

-Vaya, hasta que te despertaste- bromeó
-Tú, que no me dejaste dormir con esos ronquidos!- le dije – y por cierto, en que vamos con lo de mi admisión?-
-Ya sabía que me ibas a preguntar eso – me dijo y se carcajeó

Me contó que ya solo faltaba uno de dar su visto bueno, y que lo más probable era que dijera también que sí, aunque me aclaró que lo que vendría sería solo una reunión para que me conocieran personalmente, no significaba que en automático me convertiría en uno más de su peculiar ‘hermandad’.

Justo terminamos de comer cuando sonó el teléfono del Rojo.

-Hola Tío!
-...
-Si aquí está todavía conmigo.
-...
-Bien se lo diré- dijo y colgó.

-Y que te dijeron?- le pregunté ansioso.
-El último que faltaba dio su aprobación.

Recogimos los platos y los dejamos en el fregadero, después me llevó a mi casa, me dijo que volvería por mí a las 4 y que me vistiera con lo más formal que tuviera pero hizo énfasis en que fuera mío, no valía tomar algo prestado de mi papá o de mi hermano, tenía que ser algo que solo hubiera utilizado yo, esto me extrañó (y me preocupó) un poco, pero no osé cuestionarlo. 

En mi casa no había nadie para variar, mis padres habían salido y mi hermano seguramente estaba donde su novia, y seguramente no llegaría a dormir a casa esa noche.

Eran pasaditas de las 2 de la tarde y me di una ducha rápida, al salir vi que tenía tiempo y llené la tina para relajarme un poco según yo, pero no pude hacerlo, de solo imaginar lo que podía pasar ese día, se me puso duro y no se me bajó, así que de relajarse ni hablar. Estuve tentado a masturbarme, pero no quería echar a perder mi ‘apetito’. Saliendo de la tina, me afeité, me lavé los dientes y me peiné de raya a un lado, pues pensé que así les parecería más formal a los del grupo y que les gustaría.

Lo difícil fue decidir que me pondría. El Rojo había dejado claro que tenía que ser algo que fuera solo mío, lo malo es que mi ropa distaba mucho de ser de la calidad de la que tenía él en su closet. A veces mi papá me daba dinero para comprar algo de ropa, pero lo cierto es que no le invertía mucho a lo formal porque me ponía la de él o la de mi hermano para hacer mis cosas.

En mi closet había un par de trajes, uno negro y uno azul marino que tenía desde hacía unos 3 años, los usaba de vez en cuando para exposiciones en la escuela o para alguna boda, pero no eran nada espectaculares. De mis camisas, tenía varias, pero también tenían ya cierta edad, y de mis corbatas, ahí si tenía un poquito más de dónde elegir, pues  era una de las cosas que me podían llegar a obsesionar, si veía alguna que me cautivara, hacía lo que fuera necesario para conseguir dinero y comprarla, y no descansaba hasta que eyaculaba frente al espejo trayéndola puesta (y muy apretada) en el cuello.

Me decidí por el traje azul marino, una camisa blanca y una corbata rosa con cuadritos azul marino muy pequeños, de hecho observándola con cuidado, hasta parecía que era una red rosa sobre un fondo azul marino.



Me puse unos calcetines también en azul marino y unos zapatos y un cinturón negros muy formales.
Estuve listo desde las 3:30 y me asomaba impaciente a la ventana cada que oía el ruido de algún coche, pero ninguno era el rojo. 

A las 4 en punto, se estacionó frente a mi casa una camioneta Cadillac Escalade negra, con los vidrios polarizados, el Rojo descendió del lado del pasajero.

Rápidamente tomé un papel y escribí ‘Salí con mi amigo (y puse el nombre completo del Rojo y su teléfono), anoté también la fecha, la hora y el número de la matrícula. Corrí a dejarlo sobre mi escritorio en mi habitación; tan ansioso como estaba de unirme a ese grupo, tampoco sabía que esperar, así que si algo me llegaba a pasar, por lo menos dejaría una pista.

El timbre sonó y salí a la calle cerrando la puerta tras de mí.