Terminando el colegio fui directo a la Universidad. A los 18 años, mi deseo sexual estaba en su apogeo, y aunque ciertamente había muchas chicas hermosas, yo solo podía pensar en trajes y corbatas (y en alguien dándome mi merecido en uno de ellos). No tenía necesidad ni deseo alguno de echarme novia, pero acabé teniendo 3, aunque solo lo hice por cumplir con las expectativas que otros tenían de mí. Al final siempre encontraba una excusa para dejarlas y eso me permitía espaciar el tiempo entre una y otra. Con mis recuerdos del colegio me bastaba. Con los recuerdos y con los uniformes de mi hermano para ser exacto. Esperaba siempre los viernes que se iba a las prácticas del futbol y dejaba su uniforme sobre la cama, y era como si me pusiera al día con un querido amigo.
Los 4 años de la universidad se fueron como agua, recuerdo haber sentido que recién acababa de iniciar mi primer semestre y un día haber despertado en el octavo.
Los 4 años de la universidad se fueron como agua, recuerdo haber sentido que recién acababa de iniciar mi primer semestre y un día haber despertado en el octavo.
En ese último semestre, comencé mis prácticas profesionales en una Editorial. La norma ahí por supuesto era traje y corbata para los caballeros, así que durante esos 4 meses fui la persona más feliz de esa oficina. Levantarme cada día y saber que me esperaban 8 horas de usar traje y corbata me hacía trabajar con una sonrisa todo el día.
Lamentablemente, cuando menos pensé, ya era momento de graduarme y buscar en que ocuparme de ahí en adelante, pues en la Editorial me habían dejado muy en claro que a pesar de que estaban muy satisfechos con mi trabajo, no había ninguna vacante disponible en el corto plazo.
Cuando fui a la última revisión de la memoria de las prácticas, mi asesor me preguntó que pensaba hacer después de graduarme. Le conté lo que me habían dicho en la editorial, el ya clásico -Sí...pero no.
-Por qué no solicitas una beca? Justo ahora está abierta una convocatoria para que estudies una maestría, por ejemplo en Italia, qué te parecería?
-Usted cree profesor? Yo no tengo tanta suerte.
-Roberto, esto no es cuestión de suerte sino de calificaciones, y tu promedio es excelente, necesitas mas que nada recomendaciones de dos o tres catedráticos. Yo te podría redactar una en este mismo momento y no creo que tengas problema en que otros dos profesores te den las otras. Piénsalo.
Estudiar fuera no sonaba mal, nada mal. Mientras crecía siempre había soñado con la oportunidad de estar solo, en algún sitio lejano, donde nadie me conociera, y tal vez así podría por fin ser yo mismo, o por lo menos vestirme como me gustaba sin que me cuestionaran algo.
Apenas salí del despacho de mi profesor asesor y fui directo con el coordinador de mi carrera. Le pedí información sobre las becas disponibles para estudiar una maestría. Había en muchos lugares, pero le hice caso a la intuición de mi maestro y pregunté por las que eran en Italia.
Tardé poco menos de un mes en hacer el papeleo, y con las cartas de recomendación de mi maestro asesor y del coordinador, conseguí la beca. No estaba nada mal, incluía el pasaje, el costo de la matrícula y una asignación mensual para gastos de manutención.
La primera parada sería en la Universidad de Bologna, donde pasaría 3 meses aprendiendo italiano, y de ahí, me iría a Florencia, donde pasaría los 2 años estudiando la maestría.
El día de hacer mis maletas llegó, y claro, lo primero que empaqué fueron mis mejores corbatas, ansiaba poder usarlas a diario lo antes posible, eso a pesar de que no tenía ni idea de cómo se vestían los italianos para ir a la universidad.
Mi padre había insistido en comprarme un traje nuevo, pues ‘nunca se sabe cuando lo puedes necesitar’. Yo no me hice del rogar, e incluso lo convencí de que sería buena idea si me llevaba también un par de zapatos nuevos. Me compró unos de cuero negro y cordones, muy bonitos, elegantes y formales, y que gracias a que eran de excelente calidad y que yo me tomaba el tiempo de limpiarlos y lustrarlos tal y como me había enseñado mi padre, los pude conservar durante muchos años.
A la siguiente semana, emprendí el viaje.
Llegué a Italia durante el verano, justo a tiempo para iniciar los cursos de italiano. Me decepcionó un poco ver que a pesar de que en el curso había estudiantes de todo el mundo, la informalidad parecía ser lo único que tenían en común.
El curso era de inmersión total, y de verdad que sentí pena por los estudiantes de otros países. No es que al término de los 3 meses yo dominara completamente el italiano, pero al hablar español, se me facilitó infinitamente aprenderlo, pues son muy similares.
Durante el curso hice amistad con otro estudiante de mi país, y lo que son las coincidencias, ambos íbamos a estudiar nuestras respectivas maestrías en la ciudad de Florencia. Al terminar los 3 meses, lo más natural fue buscar un apartamento para los dos, y encontramos uno a muy buen precio, lo mejor fue que nos quedaba caminando desde la universidad.
Mi amigo estudiaba un curso diferente al mío, por lo cual nuestros horarios no siempre coincidían, así que a veces aprovechaba para ir a clase un poco más formal, claro, no mucho para no llamar la atención. En ocasiones me iba de chaleco, en otras alguna corbata, si era lunes me iba de chaleco y corbata, ya sabes. En las tardes, saliendo de clase, me iba al apartamento y salía de allí transformado en todo un señor, con mi corbata perfectamente anudada, chaleco, gemelos, pañuelo y unos lentes oscuros a los que me aficioné. A veces lo único que hacía caminar por ahí al azar y sentarme en alguna cafetería a leer el periódico y beber un café.
A mi compañero lo veía por las noches y los fines de semana, y a veces cuando no teníamos deberes pendientes, nos íbamos a recorrer la ciudad. Llegó un momento en que habíamos visitado todos los sitios de interés, y queríamos ver más, pero para eso hacía falta dinero. Mi beca me era suficiente para pagar el alquiler, la matrícula de la escuela y la comida, pero no era tan generosa como para poder permitirme un viaje fuera de la ciudad con todo lo que eso incluía.
Fue así como comenzamos a buscar empleo de medio tiempo para poder financiarnos los viajes por Europa. Mi amigo me habló de un lugar donde él había ido y que tenían vacantes. Era en un salón de banquetes donde necesitaban hombres jóvenes para servir de camareros en fiestas y recepciones. No le había interesado porque era un lugar un poco rígido en cuanto a la disciplina y sobre todo el uniforme, y dijo que eso no era lo suyo.
En cuanto mencionó las palabras ‘disciplina’ y ‘uniforme’, sentí como la sangre se me subía de golpe a la cabeza, creo que fue muy notoria mi reacción ya que hasta me preguntó si me pasaba algo, que estaba muy rojo.
Me dio el nombre de la empresa, la dirección, y fui al día siguiente en cuanto salí de clase.
Iba sumamente nervioso, más que en cualquier otro momento de mi vida hasta ese entonces. Cuando llegué al lugar, me entrevistaron los dueños. Aparentemente les guste, pues cumplía bien con el perfil que necesitaban, lo de mi falta de experiencia no importaba porque eso se adquiría rápidamente según me dijeron. Lo único que me exigieron fue responsabilidad, obediencia, compromiso, seriedad, capacidad de trabajo y una presentación impecable, esto era, bien afeitado siempre, cabello corto y bien peinado, etc.
Como parte de mi uniforme, me dieron un gafete negro con mi nombre en dorado, unas ligas con forro de gamuza para regular el largo de mangas de la camisa, un par de gemelos de color negro y una preciosa pajarita también de color negro.
Me tomaron medidas para las camisas y los pantalones del uniforme, que iban a ser de mi propiedad, así que los tuve que pagar, creo que tendrían algún acuerdo con un sastre local porque me los cobraron muy baratos.
El resto del uniforme eran dos chalecos, ambos de pechera, de una tela de brocado. Uno era de color rojo oscuro con diseño floreado y el otro era amarillo oro de diseño cuadriculado, la parte de atrás de ambos era de satín negro, delicioso al tacto.
Cuando vi el uniforme, me emocioné mucho, no veía la hora de usarlo, pues me excitaba el solo imaginarlo puesto. Desde la primera vez que lo use adquirí una personalidad menos tímida. Me volvía más abierto, más desinhibido, pero también muy servicial, obediente y gentil, con ganas de hacer DE TODO vestido así.
Además del uniforme , la forma de trabajo era intensa y el trato semi militarizado. Tenía un maitre siciliano que nos mandaba firme; donde se debían hacer las cosas rápido y bien a la primera; donde siempre tenía la razón el cliente y bueno, todo eso para mí era lo mejor, muy cachondo, provocaba que me excitara muchísimo, vivía en una perpetua erección. Junto con el maitre éramos al menos cinco camareros que nos vestíamos juntos, en cuartos pequeños o baños pero siempre todos juntos poniéndonos las almidonadas camisas, gemelos, ajustándonos los chalecos y pajaritas unos a otros. Más de una cosa pasó en esos menesteres, y modestia aparte, me veía muy varonil y muy atractivo.
Vi hombres italianos de todas las edades guapísimos y vestidos de traje por lo general, Ufffffff!!! imposible olvidarlos. Muchas pajas y otras cosas me surgieron entre invitados y clientes, pero eso ya te contaré después con más calma.
"Me decepcionó un poco ver que a pesar de que en el curso había estudiantes de todo el mundo, la informalidad parecía ser lo único que tenían en común."
ResponderEliminarSí, hoy en día ser absolutamente informal está de moda. La gente joven ya ni te cuento, con vaqueros rajados y deshilachados, camisetas descoloridas, etc... Pero es curiosa la reacción de los jóvenes a tener que llevar corbata. Al principio dicen que no, que para qué, que que pinta van a tener... pero luego muchos de ellos parece que secretamente les guste llevarla, y que el rebelarse sirva para ocultar sus verdaderos sentimientos a ir de manera elegante. Es como si sintieran vergüenza de que los demás se rían de ellos por ir como van, si se pusieran corbata por ellos mismos. Pero si es preciso llevar corbata, pues hay que llevarla, y este pensamiento les ayuda a superar ese miedo.
"Desde la primera vez que lo use adquirí una personalidad menos tímida. Me volvía más abierto, más desinhibido, pero también muy servicial, obediente y gentil, con ganas de hacer DE TODO vestido así."
ResponderEliminarLo mismo que yo. Esto me pasó cuando había una exposición en la universidad, y se trataba de hacer trabajo voluntario en ella. Estábamos repartiéndonos los turnos, y a mí se me ocurrió comentarle al profesor que yo quisiera pedirme jornada completa, y fué entonces cuando pronunció las palabras mágicas: que entonces viniera vestido elegante para hacer de secretario en la exposición. Los demás me tenían lástima, que entonces tendría que ponerme camisa, corbata, y demás. Pero yo claro alucinaba de la alegría para mis adentros. Y el día de la exposición fué tal la emoción, que se me olvidó provocar alguna situación en la que alguien me cogiera por mi corbata, o me la quitara, o algo así. Aun así era yo el centro de atención con mi corbata azul oscuro con detalles azul metálico, pero lo único que pasó fué que uno de mis amigos salió del servicio con las manos mojadas y me comentó que le diera mi corbata para que se secara las manos...