-Noooo, cuéntame más, no creo que pueda esperar - le supliqué. Honestamente me había dejado intrigado.
-Qué curioso resultaste - me dijo divertido.
-No puedes culparme, recuerda que hasta hace unas semanas, pensaba que era el único hombre en el mundo que tenía un fetiche por los trajes y las corbatas.
-Lo sé, a veces olvido que al principio yo también quería saberlo todo de una vez.
-Me dijiste que cuando conseguiste el empleo de camarero pasaron varias cosas, qué tipo de cosas?
-Cosas que tal vez no deberían comentarse en una cena elegante con la familia o amigos. Pero aquí estamos en confianza- dijo y me guiñó un ojo.
-Me alegro de ello!
-Pues bien, te contaré.
Comencé a trabajar en el salón de eventos, al principio solo viernes y sábados, pero conforme fui adquiriendo experiencia, me fueron llamando para más noches a la semana. Si no tenía deberes por hacer de la universidad, iba y me ganaba un dinero extra, con lo cual el viaje que tenía planeado para el fin del curso se hacía se ponía unas liras más cerca. Para mí era una situación de ganar-ganar, ya que aparte del dinero, podía usar mi amado uniforme prácticamente todas las noches de la semana, incluso a veces me regresaba uniformado al apartamento y me quedaba dormido así. Mi compañero, Antonio, varias veces me encontró en la mañana, roncando en el sofá, impecablemente ataviado, y mi excusa era que llegué cansadísimo y me había quedado dormido nada más al llegar. En realidad yo lo hacía con la intención de que me viera vestido así; disfrutaba muchísimo en privado, pero también me producía una satisfacción especial que él me viera así, no sé, supongo me gustaba sentirme guapo delante de él.
Los días y semanas transcurrían y el trabajo más la universidad marchaban como una seda. Me di cuenta que en el salón de eventos tenían una rotación de personal un poco alta, así que cuando yo pasé la barrera de los 3 meses, me tomaron confianza. El maitre tan estricto que te mencioné antes, de poco en poco comenzó a delegar más responsabilidades en mí, y no tardé en volverme su mano derecha. A las pocas semanas ya era el encargado de capacitar a los nuevos camareros que iban entrando, y por supuesto, una de las primeras cosas que les exigía era una presentación impecable. Tal y como me había instruido a mí el maitre en su momento, en la empresa no había lugar para cuellos desabotonados, pajaritas mal anudadas, camisas sin almidonar, zapatos sucios ni cabello mal peinado. Para mí ninguna de esas cosas era negociable y era muy tajante cuando de aplicar el código de vestimenta se trataba. Antes de cada evento, les pasaba revista a los camareros, y no era raro que enviara a alguno que otro a afeitarse correctamente, o deshacerle el nudo de la pajarita y atársela yo mismo. El maitre y los dueños de la empresa me hacían el comentario de que mis años de educación en el colegio inglés me habían vuelto un maniático de la disciplina, pero ellos ignoraban mi verdadera motivación. Lo veían como un plus, pues nadie podía quejarse de que sus camareros no lucieran impecables de principio a fin en cada evento.
Un buen día llegó un chico nuevo, Mateo. Guapo, rubio, ojos verdes, cara alargada, nariz grande y una sonrisa muy agradable. Al igual que el maitre, era siciliano, había venido a Firenze para estudiar Literatura y necesitaba el trabajo para mantenerse. Anteriormente trabajaba en una fábrica de bicicletas, pero al cambiar sus horas de clase en la universidad, ya no podía cumplir con el horario que le exigían allí. Pese a que tampoco tenía experiencia, lo contrataron y a mí me correspondió enseñarle a hacer el trabajo.
Mateo aprendió rápido, pronto llegó a ser tan eficiente como los demás camareros e incluso los superó. Los comensales siempre decían que era el camarero más atento que habían conocido, y es que en verdad tenía un carisma tremendo. Era coqueto y eso le servía para echarse a la gente al bolsillo con una simple sonrisa. Siempre se iba a casa con buenas propinas y algún que otro número de teléfono de alguna muchacha o señora atrevida.
Recuerdo que el primer evento que nos tocó atender juntos, se me acercó y me pidió que le anudara la pajarita, pues él no sabía cómo hacerlo. Al tenerlo tan cerca pude percibir su olor, que después supe que era Acqua di Parma, un perfume cítrico muy rico que al mezclarse con su propio olor, se transformaba en una esencia única y seductora. Cuando terminé de hacerle el nudo, las rodillas me temblaban. Creo que él lo notó, pues me guiñó un ojo y me dijo -Grazie!
Transcurrieron unas cuantas semanas y de ser compañeros de trabajo, pasamos a ser buenos amigos. Eventualmente hasta se lo presenté a mi compañero Antonio, y también se entendió con él de inmediato, a veces incluso quedaban para salir sin mi los muy cabrones sabes?.
Cada noche que salíamos del trabajo, nos íbamos juntos, pues vivíamos muy cerca uno del otro, cerca de la estación de Santa María Novella. Era un barrio enclavado en el centro histórico de Firenze, muy bonito, aunque atestado de turistas la mayor parte del tiempo. Había ocasiones en que salíamos muy tarde de los eventos, así que Mateo se quedaba a dormir en mi sofá, 500 metros que había entre su lugar y el mío no eran muchos, pero la charla era entretenida y preferíamos seguirla en mi apartamento que estaba más cerca, y en la mañana del día siguiente, Antonio se encontraba no a un camarero pulcramente ataviado dormido en el sofá sino a dos.
Pasaron unos meses y Mateo iba a tener sus examenes finales del semestre, y en la universidad se estilaba que uno fuera a los exámenes lo más presentable posible, esto era de traje y corbata. Lo bueno de vivir en Italia es que las sastrerías son algo común, y puedes estar seguro de que la calidad de los materiales y la mano de obra serán excelentes, y lo mejor, a un precio muy razonable. Recuerdo que lo acompañé al sastre, pues le había dejado entender que los trajes eran mi especialidad, y naturalmente al llegar el momento de tener uno, me pidió mi consejo. En la sastrería tenían un catálogo de todos los estilos que manejaban, que no eran pocos, pues como era natural, en Italia siempre se consigue lo último en moda, aunque yo le sugerí a Mateo que fuera por algo más clásico y formal, ya que le duraría mucho más tiempo y le permitiría hacer más combinaciones en el futuro.
La tela que le sugerí era de lana 100%, en tono gris y un patrón a cuadros, parecido al estilo Príncipe de Gales, a él le gustó mucho y se decidió por esa. Después de verificar el precio y la disponibilidad de los materiales, le hicieron un presupuesto, y gracias a las propinas, se lo pudo permitir. Aceptado el trato, le tomaron medidas y después de dar el anticipo, el sastre nos dijo que podíamos pasar a recogerlo en dos semanas.
Yo creo que estuve más emocionado que Mateo durante ese tiempo de espera. Llegado el día, nos pusimos de acuerdo para ir a recogerlo en la tarde, y le sugerí que antes de ir, fuera a comprar su camisa y corbata, a fin de poder hacerse la prueba ya con el atuendo completo. Nos encontramos después de clase, en el café Rivoire, frente a la Piazza della Signoria, tomamos algo rápido y de ahí caminamos a la Via dè Tornabuoni, la calle donde están las tiendas, boutiques y modistos más reconocidos y donde seguro encontraríamos algo que le gustara y si teníamos suerte, en rebaja. Después de ver en varias tiendas, eligió una camisa muy bonita, de un azul clásico de puño sencillo y la corbata que le gustó fue una de seda satinada, de franjas diagonales azul con blanco que me hizo salivar al momento de verla. Yo hubiera preferido que se comprara una camisa de doble puño, pero él opinó que para un examen hubiera sido demasiado, yo no quise insistir para que no pensara cosas raras.
Pasamos de ahí a la sastrería, a recoger el traje. Naturalmente, le pidieron que se lo probara, y yo le insinué al sastre si no sería mejor que se probara también la camisa y la corbata, solo para ver cómo se vería ya con el traje puesto. Al sastre le gustó la idea, e incluso le dio una planchada rápida a la camisa para quitarle las arrugas. Yo estaba que no cabía de la erección de caballo que tuve en plena sastrería, lubricando y lubricando a chorros y no me quedó de otra que estar cambiado de posición y tratar de ocultarla recargándome contra el mostrador o metiendo las manos a los bolsillos del pantalón.
Mateo había tenido la precaución de llevarse sus mejores zapatos, de cuero café oscuro y de cordones, perfectamente lustrados. El único detalle era que el sastre había dejado botones cosidos en la pretina del pantalón para los tirantes y Mateo solo llevaba su cinturón, pero yo le insistí en que para un traje de 3 piezas, lo ideal es llevar tirantes, pues sería una falta de etiqueta, inaceptable, mostrar la cintura del pantalón o la camisa debajo del chaleco. Por fortuna, en la sastrería tenían todo tipo de accesorios, y yo quise regalarle unos tirantes negros y ya entrados en gastos, un pañuelo de seda, con un diseño tipo paisley, para que tuviera su atuendo completo. Tal y como lo había imaginado, Mateo se veía perfecto, guapísimo.
Él tampoco fue indiferente, era notorio que le fascinaba la imagen que veía en el espejo. Yo tenía los dedos cruzados porque se decidiera a llevarse el traje puesto, y para mi suerte, fue lo que él decidió.
Mateo quiso que lo acompañara a su apartamento a dejar su otra ropa, pues de pronto surgió el plan de salir esa noche a lucir el traje. Sin duda no nos faltaría un lugar donde lucirlo y yo hacía tiempo que buscaba una excusa para salir de traje a la calle.
Mi apartamento nos quedaba más cerca, así que llegamos ahí para que yo me cambiara de ropa. Me puse el traje que mi padre me había regalado, que era de un color gris, con un patrón de franjas delgadas. La particularidad de este traje era que las solapas terminaban en pico, y el chaleco tenía solapas, algo de lo que mi padre se extrañó un poco en su momento, pues no sabía que yo tuviera ese tipo de gustos, pero no objetó y yo fui feliz cuando lo tuve en mis manos. Elegí una camisa azul celeste y una corbata de seda, en color azul oscuro con pequeñas flores de lis en blanco. Como detalle me puse un pañuelo de seda, con un patrón de puntos pequeños, en color crema con bordes en café oscuro.
De verdad que estuve tentado a hacerme una paja rápida pero Mateo esperaba, y tampoco quería que después de eyacular, me diera un bajón de ánimo para lo que pensaba hacer.
Cuando salí, Mateo soltó un silbido de aprobación, y eso me dio todavía más ánimos.
-Supongo que te ha gustado.
-No suelo decirle esto a otro hombre, pero te ves guapísimo.
-Gracias amigo - le dije mientras sentía que mi corazón se iba a mil pulsaciones por minuto.
Nos fuimos caminando al apartamento de Mateo, 5 calles en las que ambos íbamos recogiendo miradas de casi todas las personas con las que nos cruzábamos. Finalmente llegamos.
El apartamento de Mateo, era cómo decirlo, hmmm, pequeño. No era un apartamento en el sentido más estricto de la palabra. Era más bien lo que allí se conocía como sottopiano, que es el espacio que queda bajo una escalera. Verás, en Firenza abundan las casonas de tres o cuatro pisos, de esas con las escalinatas de piedra grandes. Y a algún dueño con necesidad de mayores ingresos, se le ocurrió la idea de cerrar el espacio bajo la escalera en la planta baja para que no tuviera acceso a la casa principal. En ese espacio habilitaron un baño muy pequeño y una cocineta. La entrada estaba por un pasillo de servicio. Eso sí, estaba super céntrico y la renta era muy barata, aunque el espacio en verdad que era un reto, pero como le dijo el dueño en su momento, ¿qué tanto espacio necesitas para dormir?.
Vi que Mateo se puso a acomodar la ropa que tenía de la lavandería, y yo le pedí permiso para usar su baño. Abrí la llave del lavamanos y dejé correr el agua un par de minutos, luego salí, aunque con el pequeño detalle de que había dejado mi bragueta abierta. Fingí estar alisando mi cabello con agua, y cuando Mateo me vio, soltó una risita, y me dice.
-Creo que se te olvidó algo
-Qué cosa?
-No te voy a decir, pero quizá quieras arreglarlo antes de salir.
Yo fingía buscar algo en mi saco, una pelusa o alguna mancha, me acerqué a un pequeño espejo que tenía y hacía como que buscaba alguna mancha en mi rostro pero tampoco. Finalmente lo vi acercarse, y se colocó detrás de mí. Pude sentir su aliento en mi cuello y su inconfundible olor a Acqua di Parma, que mezclado con el olor del traje y la camisa nuevos, me me provocó una erección instantánea.
-Ésto - me dijo al momento que ponía su mano en mi bragueta y hacía el intento de cerrarla. Inmediatamente notó mi verga dura, y sin decirme nada, comenzó a acariciarla.
Continuó yo creo por unos 5 minutos, no sé si estaba tomando valor para hacer algo, pero yo estaba temblando y derritiéndome por dentro. Finalmente metió la mano y me apretó el pene. Yo iba a decir algo, pero me puso un dedo en los labios, como si temiera que al romperse el silencio fuera a perder su determinación.
Lentamente me volteó, y me dio un beso en los labios. Eran más carnosos de lo que había imaginado, deliciosos. Al principio fue un besito aquí y otro por allá, como si estuviera tanteando el terreno, después se atrevió a usar la lengua y yo lo dejé. Yo también comencé a explorarlo, su espalda, su pecho, su cuello, sus nalgas, todo lo que iba tocando de él me dejaba fascinado, y era como un sueño hecho realidad.
Mateo seguía sin decir nada, solo me besaba y me acariciaba el paquete. Finalmente, se atrevió, me lo sacó por completo, y se inclinó para mamarlo. Igual que con el beso, fue tímido al principio, se lo metió a la boca y estuvo tal vez un par de minutos sin moverse ni nada, solo sentía que apretaba la lengua un poco, como si lo estuviera midiendo. Lentamente comenzó a meterlo y sacarlo de su boca, mientras yo gemía por lo bajo. Cuando estuve a punto de eyacular, lo hice ponerse de pie, y le regresé el favor. Su pene era de un largo medio, grueso, con un par de bolas rasuradas y rosaditas. Su vello púbico estaba cuidadosamente recortado y para mi fue fácil engolosinarme con esa herramienta que ponía a mi disposición. Fue una lástima que Mateo haya estado tan excitado, porque apenas habían pasado unos cuantos minutos y pude escuchar como gemía y se retorcía. Sentí sus trallazos de semen caliente en mi garganta. Continué con la succión por varios minutos, para que él extendiera su placer lo más posible, me bebí hasta la última gota.
Pensé que después de eyacular, Mateo perdería las ganas de continuar con el juego, pero no fue así. En cuanto me levanté, me abrazó por detrás y comenzó a besarme el cuello, las orejas y nuevamente, los labios. Nos trenzamos en un beso apasionado, donde solo se escuchaba el chasquido de nuestras lenguas. Él no dejaba de friccionar mi pene y finalmente yo también llegué al orgasmo. Me vine en un chorro abundante en su mano, que no me soltó en ningún momento. El orgasmo lo sentí tan fuerte que en algún momento hasta perdí el equilibrio, y de no haber sido porque me tenía tomado firmemente del talle, habría terminado en el suelo.
Mateo fue el primero en romper el silencio.
-Llevaba tiempo deseando esto.
-Yo también, desde ese día que te anudé la pajarita.
-Sí noté esa mirada en tus ojos, esos gestos que hacías con la boca, aunque no estaba para nada seguro y no quise arriesgar nada en mi primer día de trabajo, luego nos hicimos amigos y tampoco quise hacer nada que perjudicara la amistad.
-Mateo, yo te desee desde el primer momento en que te vi con ese uniforme. Te ves tan elegante, tan formal, no tienes idea de como me pone verte así.
-Supongo entonces que después de esto queda claro que ya tenemos más actividades que hacer para divertirnos el uno con el otro verdad?
-Oh no tienes idea amigo, acabas de abrir una caja de Pandora.
-Excepto que esta caja no es de males y desgracias - me dijo con una sonrisa.
-Ya verás que no.
Esa noche salimos a cenar, después de lavarnos la cara obviamente, y ahora que conocíamos cada uno el secreto del otro, se desarrolló una complicidad que por fortuna duró por todo el tiempo que estuvimos juntos en la ciudad. Cada vez que salíamos y veíamos a un hombre guapo, nos hacíamos una seña y mirábamos, disimuladamente, de arriba a abajo con detalle, y después platicábamos de todas las cosas que nos hubiera gustado hacerle de tener la oportunidad.
A los pocos días, me di cuenta que Mateo no era tan inocente como yo pensaba, tenía algo de experiencia y otro secreto que no compartió conmigo sino hasta un par de semanas más tarde.
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