Creo que ya tenía cerca de 20 minutos en el rincón, volteado
hacia la pared, y la verdad, ya no me hacía gracia. Al principio me había
excitado la idea, Roberto era un buen vendedor de fantasías, pero yo pensé que
se trataba solo de aparentar, no de hacer todo al pie de la letra.
-Oye, no crees que ya tengo mucho aquí castigado?
-Disculpa, no recuerdo haberte dado permiso de hablar.
-Pero es que…
-Silencio! –
Lo con tal autoridad que no osé pronunciar una palabra más.
Se acercó hacia mí y me hizo girar para verlo de frente. Me tomó de la barbilla
y fijó su mirada en la mía, sentí miedo…y deseo. Con voz pausada y clara me
dijo:
-Entiendes que acabas de desobedecer una orden que yo te di?
Asentí.
Roberto acercó un banco acolchado hacia un espejo de cuerpo
entero que estaba en otra esquina de la habitación y la acomodó de tal manera
que al sentarse el espejo quedara a su izquierda. Me hizo la seña de que me acercara.
El reflejo me regresó mi propia imagen, un traje gris claro de tres piezas,
camisa azul celeste de puños dobles, gemelos de oro, corbata azul plomo con
puntos blancos, y cinturón y zapatos color café.
-Ahora por favor quítate el saco y colócalo en el respaldo de
la silla. Obedecí.
Después de eso tomó asiento, y cuando volví a colocarme
frente a él, me quitó el cinturón y me bajó los pantalones que cayeron al
suelo, dejando al descubierto mis calcetines grises con sus respectivas ligas
de color azul marino.
-Ahora colócate boca abajo sobre mi regazo, voy a darte una
lección.
Me acomodé de tal manera que mi trasero quedó al alcance de
su mano derecha. Si apoyaba los codos en el banco, podía verme en el espejo con
detalle, el cuello de mi camisa, la corbata, los puños con los gemelos, y mis
nalgas al descubierto.
-Voy a darte 10 nalgadas, si gritas o articulas cualquier
otro sonido diferente de tu respiración, te daré otras dos, conforme?
-Conforme- le dije.
A pesar de que solo podía ver su rostro de perfil en el espejo,
era evidente que Roberto estaba gozando de este momento, por lo que me había
contado, lo que ocurría aquí era una recreación de un suceso que lo había
marcado cuando jovencito.
No esperaba que la nalgada fuera tan fuerte y bien dada.
-Aaargh!
-Dos más – me dijo
-…Demonios, olvidé ese detalle - pensé.
Una tras otra fueron cayendo sobre mi trasero. Roberto las
alternaba entre un lado y otro, y cada dos o tres me daba un masaje que aliviaba
un poco el escozor que sentía. Por otro lado, la sensación de la camisa y la
corbata apretándome el cuello, me ayudaban a mantener el enfoque, yo estaba ahí
para experimentar sensaciones nuevas, no me habían prometido que fueran a ser
todas placenteras, pero sí iban a ser diferentes a todo lo que yo había probado
hasta entonces.
Roberto fue contándome las nalgadas en voz alta todo el
tiempo, para la onceava, ya no sentía tanto el dolor, más bien sentía una especie
de golpe frío, que se mezclaban con el olor de su loción, inolvidable y masculina,
y que a partir de ese momento, jamás podría relacionarla con otra persona que
no fuera él. Cuando pronunció el 12, suspiré aliviado, aunque no tardó en decirme que me hincara frente a
él.
Lo hice y acto seguido se abrió la bragueta y se sacó ese
miembro duro, carnoso y palpitante. Yo no necesitaba instrucciones adicionales,
sabía lo que esperaba de mí.
Lentamente comencé a hacerle una felación, ese olor a macho
me excitaba increíblemente, no sé, me gustaba sentirme dominado, no poder
cuestionar absolutamente nada, ni siquiera articular palabra a menos que él me
diera permiso. No había experimentado nada parecido, y hasta ese momento me
estaba gustando.
Después de un rato, Roberto me dijo que me moviera hacia un
escritorio que tenía en la habitación.
-Apoya tus manos contra el borde y separa las piernas- me
dijo.
Para tener ese carácter tan fuerte, fue muy amable en
lubricarme y toquetearme con los dedos para abrirse camino más fácilmente. Se colocó un preservativo, y rápidamente encontró mi puerta
de entrada.
La tenía grande, y sí, me dolía, pero no estaba dispuesto a
darle un motivo para que me volviera a dar de nalgadas, tarde que temprano me
acostumbraría a la sensación de su miembro y el dolor se iría. Me advirtió que
no me tocara, solo podría eyacular cuando él me lo permitiera. Yo asentí,
aunque no pude ver su rostro.
-Crees que te mereces el castigo?- me dijo alzando la voz.
-Hmmmhu-
-Puedes contestarme bien.
-Sí, lo merezco!
- Es tu justa retribución por haberme desobedecido?
-Lo siento amo, no volverá a pasar.
-Eso será lo mejor para ti – me dijo y comenzó a follarme
fuerte, yo ya había pasado por episodios parecidos con otros de mis hermanos,
pero ni siquiera el Chef, ese oso enorme, había sido tan contundente como
Roberto lo estaba siendo en este momento.
Cada empujón que me daba me hacía perder el balance, tuve que
hacer un esfuerzo para no irme contra el escritorio.
Roberto de pronto comenzó con otra técnica, me sacaba su
miembro completo y me lo volvía a meter rápidamente hasta el fondo. Era como
ser apuñalado, solo que sin sangrar.
Escuché que su respiración se agitaba, lo cual quería decir
que estaba cerca, yo seguía excitadísimo, pero como me había ordenado no
tocarme, lo obedecí.
De pronto sentí que me tomaba de los hombros y me giraba, me
hizo que me arrodillara frente a él. Rápidamente se quitó el condón y sin decir
más, eyaculó en mi cara. Su descarga fue tal que su semen pronto estuvo
escurriendo por mi barbilla y cayendo sobre el cuello de la camisa y manchando
incluso la corbata.
Cuando dejó de gemir, tomó un kleenex de una caja que tenía
sobre el escritorio y me limpió los ojos, pero no me permitió quitarme su semen
de las mejillas y los labios.
-Quédate así, me gusta memorizar la cara de alguien cuando le
pongo mi marca por primera vez – me dijo.
Alcancé a ver a lo lejos mi imagen en el espejo, y me asusté
cuando me gustó lo que vi.
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