jueves, 24 de abril de 2014

Ep. 33 - Conociendo mas de Tony (parte 2)



Justo en ese momento llegó el mesero con la cena y nos interrumpió sin querer queriendo.

Hasta eso la comida estaba deliciosa, aunque ya no pudimos seguir platicando de cómo es que Tony se había convertido en un fetichista porque la mesa de enseguida la ocuparon un par de señoras que se notaba a leguas que nomás estaban parando oreja, pero al menos tenía una pista, había sido cuando era un niño, igual que yo.

Terminamos de cenar y entramos a la tienda que estaba junto al restaurante, vendían desde cochecitos de control remoto, pasando por plumas de lujo, discos compactos y hasta claro, corbatas.

Estuvimos viéndolas de una por una un buen rato, pero ni él ni yo encontramos alguna que nos gustara especialmente, así que volvimos a salir a la calle.

Ya eran pasadas de las 11 de la noche y el lugar era un hervidero de gente, parecía que todos se hubieran puesto de acuerdo para salir a la calle a la misma hora, aunque el sentimiento colectivo de algarabía era contagioso, no pude evitar sentirme un poquito cohibido yendo de traje y corbata, porque aunque vi a varios hombres que llevaban traje, prácticamente ninguno llevaba corbata. Tony pareció leerme el pensamiento porque se acercó y me dijo al oído –No te preocupes, aquí nadie le presta atención a nadie, relájate y disfruta-.

Seguimos caminando otro rato, a veces nos deteníamos enfrente de alguna tienda para ver las vitrinas cuando algo nos llamaba la atención, claro, a esa hora ya todo estaba cerrado, poco después de la media noche regresamos al hotel.

Yo no estaba acostumbrado a andar tanto con zapatos de vestir, así que en cuanto entramos a la habitación me los quité, el saco del traje también lo dejé sobre el respaldo de una silla pero todo lo demás me lo dejé.

Nos habían dado una habitación en el décimo piso, y me acerqué a la ventana para ver la ciudad. Era la primera vez que estaba realmente ahí, las escalas en el aeropuerto  definitivamente no contaban puesto que ahí no se podía apreciar el espíritu caótico y a la vez encantador de un lugar tan grande y con ríos de gente cruzando las calles en cada cambio de semáforo.

En esos pensamientos estaba cuando sentí el abrazo de Tony desde atrás. Me gustó sentir su calor y el tenue aroma de su perfume, que creí identificar como un Versace, dulce y a la vez muy masculino.

-Tony, sígueme contando por favor – le dije. Le quité su saco y lo coloqué encima del mío sobre el respaldo de la silla. Después lo abracé por detrás y lo llevé hacia la cama donde nos recostamos y así abrazados como estábamos comenzó a contarme.

-Pues mira, creo que todo comenzó cuando yo era un niño, creo que tendría tal vez unos 10 años. Un día vi en la televisión una película de James Bond, que yo creo fue lo que causó la primera gran impresión en mi, pues éste agente secreto además de ser muy atractivo y tener un éxito arrollador con cualquier mujer que se cruzaba en su camino, tenía muy buen gusto para vestir. Incluso en las películas más nuevas puedes notar que siempre hay algunas escenas donde se hace hincapié en el vestuario del 007, ya sea que él elija algo, o que alguien le haga un comentario sobre lo elegante que se ve, y se nota que el personaje lo disfruta.

Fue así que James Bond se convirtió en un modelo a seguir para mí, no porque ansiara una licencia para matar  sino porque era atrevido, valiente, su vida estaba siempre llena de aventuras y claro, tenía un guardarropa para morirse de la envidia!

Yo desde siempre fui muy hábil para dibujar, tenía sus inconvenientes porque en la escuela cuando fuera que a la maestra se le ofreciera un dibujo para el periódico mural o para cualquier cosa que se te ocurra, aquí estaba su dibujante oficial al que ni siquiera tenía que darle las gracias ya no digas un extra en sus calificaciones. Sin embargo, lo que sí me gustaba de tener buen ojo y buen pulso, era que yo comencé a dibujar mis propias historietas. Al principio eran solo viñetas simples, ya fuera que James Bond fuera a comprarse una corbata nueva o algún traje, pero de esa manera yo cubría la necesidad que sentía de vestirme así, porque la verdad, yo no tenía ningún traje propio. A veces, cuando la oportunidad se presentaba, casi siempre los viernes, yo me dejaba el uniforme de la escuela, que era de lo más simple: pantalón gris a cuadros, camisa blanca de manga larga y un suéter horrible de color verde botella. Cuando mi papá llegaba del trabajo, a veces se quitaba la corbata sin desanudarla y la dejaba sobre el picaporte de la puerta o sobre la silla, entonces era cuando yo la tomaba a escondidas y me metía al baño, me la ajustaba y me quedaba viéndome en el reflejo del espejo por un largo tiempo, aún no descubría la masturbación, pero con lo que sentía en el estómago y los escalofríos en la espalda me bastaba, salía de allí y ahora que soy adulto podría equiparar esa satisfacción con lo que se siente después de tener buen sexo, con las ganas por un cigarrillo incluídas.
Siempre tenía la precaución de dejar la corbata exactamente en la misma posición que mi papá la había dejado, y quiero creer que nunca se dio cuenta.

Un día sucedió una de esas cosas que te cambian la vida. Mi hermano menor apenas iba a entrar a la primaria, así que mis padres fueron a inscribirlo a la escuela un sábado por la mañana. Me dejaron solo en casa por primera vez en mi vida, porque creo que una de mis tías iba a ir de visita pero mis padres temían no regresar con buen tiempo, así que yo me quedé para abrirle en caso de que llegara temprano.

Justo en cuanto escuché el auto de mi papá arrancar, corrí hacia su closet. Él trabajaba en una oficina, así que tenía quizá una docena de trajes y cerca de 20 camisas de vestir de todos los colores y estilos, corbatas tendría como unas 30, que en aquél entonces se me hacían muchísimas, claro, cuando yo junté mis primeras 100 y ahora que tengo cerca de 350 no puedo evitar recordar con ternura ese pensamiento que tuve.

A mis 10 años yo todavía estaba muy delgadito, pero no me quise quedar con las ganas de ponerme una camisa de mi papá, que tal y como esperaba, me quedaba enorme. Fue muy rico sentir el olor de la tela y el almidón extra en los puños y el cuello. Tomé también una corbata roja muy bonita que mi papá casi nunca se ponía, pero no pude atinar a anudármela correctamente, y mira que lo intenté varias veces, fue entonces que busqué en la silla de siempre o en el picaporte de la puerta para ver si de casualidad seguía allí la corbata del día anterior y sí, allí estaba. Yo ni siquiera conocía el concepto, pero apliqué lo que se conoce como ‘ingeniería inversa’, fui aflojando el nudo de la corbata a fin de poder ver cuantas vueltas tenía y como estaban hechas, a fin de poder hacer frente al espejo los pasos en el orden contrario, y lo creas o no, así fue como aprendí a hacer mi primer nudo de corbata.

Estaba tan absorto en la experiencia que no noté que otra cosa diferente también estaba sucediendo con mi cuerpo. En cuanto me puse la camisa de mi padre, tuve una erección, esto yo ya lo había experimentado muchas veces así que no fue raro, sin embargo, lo raro fue que empecé a sentir una especie de palpitaciones y unas cosquillas  o comezón muy parecida a lo que se siente cuando estás a punto de estornudar. Me agradó mucho la sensación pero no sabía a qué se debía. Me bajé los pantalones y los calzoncillos y vi que mi pene, aparte de que estaba más duro que nunca, se le había puesto la cabecita de un color rojo intenso. Me sentí inmensamente orgulloso de lo grande que se me veía, así que me levanté la camisa a fin de poder ver tanto mi pene como el  cuello y el nudo de la corbata en el espejo. 

Comencé a mover la cadera hacia los lados porque se me hacía gracioso ver como hacía un efecto de látigo, claro, no contaba que con eso solo me estaba excitando mas y de repente esas cosquillas y comezoncita que sentía se transformaron en algo mucho más intenso que un estornudo, y es que justo en el momento en que la sensación fue lo más delicioso que hubiera sentido en la vida, también comenzaron a salirme unas gotas de un líquido viscoso y de color blanco, que yo no tenía ni idea de qué era. Rápidamente fui por papel higiénico para limpiar lo que se había caído al suelo y guardé de vuelta en el closet la camisa y la corbata de mi papá. A la otra que había quitado del picaporte de la sala la volví a apretar y la puse donde la había encontrado.

Me quedé pensando un buen rato en qué había sido eso que había sentido, aunque de algo sí estaba seguro, si se sentía así de rico, no podía ser algo malo.

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