Justo en ese momento llegó el mesero con la cena y nos
interrumpió sin querer queriendo.
Hasta eso la comida estaba deliciosa, aunque ya no pudimos
seguir platicando de cómo es que Tony se había convertido en un fetichista porque
la mesa de enseguida la ocuparon un par de señoras que se notaba a leguas que
nomás estaban parando oreja, pero al menos tenía una pista, había sido cuando
era un niño, igual que yo.
Terminamos de cenar y entramos a la tienda que estaba junto
al restaurante, vendían desde cochecitos de control remoto, pasando por plumas
de lujo, discos compactos y hasta claro, corbatas.
Estuvimos viéndolas de una por una un buen rato, pero ni él
ni yo encontramos alguna que nos gustara especialmente, así que volvimos a
salir a la calle.
Ya eran pasadas de las 11 de la noche y el lugar era un hervidero de
gente, parecía que todos se hubieran puesto de acuerdo para salir a la calle a
la misma hora, aunque el sentimiento colectivo de algarabía era contagioso, no pude evitar sentirme un poquito cohibido yendo de traje y corbata, porque
aunque vi a varios hombres que llevaban traje, prácticamente ninguno llevaba
corbata. Tony pareció leerme el pensamiento porque se acercó y me dijo al oído
–No te preocupes, aquí nadie le presta atención a nadie, relájate y disfruta-.
Seguimos caminando otro rato, a veces nos deteníamos enfrente
de alguna tienda para ver las vitrinas cuando algo nos llamaba la atención,
claro, a esa hora ya todo estaba cerrado, poco después de la media noche
regresamos al hotel.
Yo no estaba acostumbrado a andar tanto con zapatos de
vestir, así que en cuanto entramos a la habitación me los quité, el saco del
traje también lo dejé sobre el respaldo de una silla pero todo lo demás me lo
dejé.
Nos habían dado una habitación en el décimo piso, y me acerqué
a la ventana para ver la ciudad. Era la primera vez que estaba realmente ahí,
las escalas en el aeropuerto
definitivamente no contaban puesto que ahí no se podía apreciar el
espíritu caótico y a la vez encantador de un lugar tan grande y con ríos de gente
cruzando las calles en cada cambio de semáforo.
En esos pensamientos estaba cuando sentí el abrazo de Tony
desde atrás. Me gustó sentir su calor y el tenue aroma de su perfume, que creí
identificar como un Versace, dulce y a la vez muy masculino.
-Tony, sígueme contando por favor – le dije. Le quité su saco
y lo coloqué encima del mío sobre el respaldo de la silla. Después lo abracé
por detrás y lo llevé hacia la cama donde nos recostamos y así abrazados como
estábamos comenzó a contarme.
-Pues mira, creo que todo comenzó cuando yo era un niño, creo
que tendría tal vez unos 10 años. Un día vi en la televisión una película de
James Bond, que yo creo fue lo que causó la primera gran impresión en mi, pues
éste agente secreto además de ser muy atractivo y tener un éxito arrollador con
cualquier mujer que se cruzaba en su camino, tenía muy buen gusto para vestir. Incluso
en las películas más nuevas puedes notar que siempre hay algunas escenas donde
se hace hincapié en el vestuario del 007, ya sea que él elija algo, o que
alguien le haga un comentario sobre lo elegante que se ve, y se nota que el
personaje lo disfruta.
Fue así que James Bond se convirtió en un modelo a seguir
para mí, no porque ansiara una licencia para matar sino porque era atrevido, valiente, su vida
estaba siempre llena de aventuras y claro, tenía un guardarropa para morirse de
la envidia!
Yo desde siempre fui muy hábil para dibujar, tenía sus
inconvenientes porque en la escuela cuando fuera que a la maestra se le
ofreciera un dibujo para el periódico mural o para cualquier cosa que se te
ocurra, aquí estaba su dibujante oficial al que ni siquiera tenía que darle las
gracias ya no digas un extra en sus calificaciones. Sin embargo, lo que sí me
gustaba de tener buen ojo y buen pulso, era que yo comencé a dibujar mis
propias historietas. Al principio eran solo viñetas simples, ya fuera que James
Bond fuera a comprarse una corbata nueva o algún traje, pero de esa manera yo
cubría la necesidad que sentía de vestirme así, porque la verdad, yo no tenía
ningún traje propio. A veces, cuando la oportunidad se presentaba, casi siempre
los viernes, yo me dejaba el uniforme de la escuela, que era de lo más simple:
pantalón gris a cuadros, camisa blanca de manga larga y un suéter horrible de
color verde botella. Cuando mi papá llegaba del trabajo, a veces se quitaba la
corbata sin desanudarla y la dejaba sobre el picaporte de la puerta o sobre la
silla, entonces era cuando yo la tomaba a escondidas y me metía al baño, me la
ajustaba y me quedaba viéndome en el reflejo del espejo por un largo tiempo,
aún no descubría la masturbación, pero con lo que sentía en el estómago y los
escalofríos en la espalda me bastaba, salía de allí y ahora que soy adulto
podría equiparar esa satisfacción con lo que se siente después de tener buen
sexo, con las ganas por un cigarrillo incluídas.
Siempre tenía la precaución de dejar la corbata exactamente
en la misma posición que mi papá la había dejado, y quiero creer que nunca se
dio cuenta.
Un día sucedió una de esas cosas que te cambian la vida. Mi
hermano menor apenas iba a entrar a la primaria, así que mis padres fueron a
inscribirlo a la escuela un sábado por la mañana. Me dejaron solo en casa por
primera vez en mi vida, porque creo que una de mis tías iba a ir de visita pero
mis padres temían no regresar con buen tiempo, así que yo me quedé para abrirle
en caso de que llegara temprano.
Justo en cuanto escuché el auto de mi papá arrancar, corrí
hacia su closet. Él trabajaba en una oficina, así que tenía quizá una docena de
trajes y cerca de 20 camisas de vestir de todos los colores y estilos, corbatas
tendría como unas 30, que en aquél entonces se me hacían muchísimas, claro,
cuando yo junté mis primeras 100 y ahora que tengo cerca de 350 no puedo evitar
recordar con ternura ese pensamiento que tuve.
A mis 10 años yo todavía estaba muy delgadito, pero no me quise
quedar con las ganas de ponerme una camisa de mi papá, que tal y como esperaba,
me quedaba enorme. Fue muy rico sentir el olor de la tela y el almidón extra en
los puños y el cuello. Tomé también una corbata roja muy bonita que mi papá
casi nunca se ponía, pero no pude atinar a anudármela correctamente, y mira que
lo intenté varias veces, fue entonces que busqué en la silla de siempre o en el
picaporte de la puerta para ver si de casualidad seguía allí la corbata del día
anterior y sí, allí estaba. Yo ni siquiera conocía el concepto, pero apliqué lo
que se conoce como ‘ingeniería inversa’, fui aflojando el nudo de la corbata a
fin de poder ver cuantas vueltas tenía y como estaban hechas, a fin de poder
hacer frente al espejo los pasos en el orden contrario, y lo creas o no, así
fue como aprendí a hacer mi primer nudo de corbata.
Estaba tan absorto en la experiencia que no noté que otra
cosa diferente también estaba sucediendo con mi cuerpo. En cuanto me puse la
camisa de mi padre, tuve una erección, esto yo ya lo había experimentado muchas
veces así que no fue raro, sin embargo, lo raro fue que empecé a sentir una
especie de palpitaciones y unas cosquillas
o comezón muy parecida a lo que se siente cuando estás a punto de
estornudar. Me agradó mucho la sensación pero no sabía a qué se debía. Me bajé
los pantalones y los calzoncillos y vi que mi pene, aparte de que estaba más
duro que nunca, se le había puesto la cabecita de un color rojo intenso. Me
sentí inmensamente orgulloso de lo grande que se me veía, así que me levanté la
camisa a fin de poder ver tanto mi pene como el
cuello y el nudo de la corbata en el espejo.
Comencé a mover la cadera
hacia los lados porque se me hacía gracioso ver como hacía un efecto de látigo,
claro, no contaba que con eso solo me estaba excitando mas y de repente esas
cosquillas y comezoncita que sentía se transformaron en algo mucho más intenso
que un estornudo, y es que justo en el momento en que la sensación fue lo más
delicioso que hubiera sentido en la vida, también comenzaron a salirme unas
gotas de un líquido viscoso y de color blanco, que yo no tenía ni idea de qué
era. Rápidamente fui por papel higiénico para limpiar lo que se había caído al
suelo y guardé de vuelta en el closet la camisa y la corbata de mi papá. A la
otra que había quitado del picaporte de la sala la volví a apretar y la puse
donde la había encontrado.
Me quedé pensando un buen rato en qué había sido eso que
había sentido, aunque de algo sí estaba seguro, si se sentía así de rico, no
podía ser algo malo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario