miércoles, 23 de septiembre de 2015

Ep. 44 - El empleo de medio tiempo

Un sábado en la madrugada, después de terminar un evento y que habíamos dejado todo reluciente de limpio, Mateo me preguntó si tenía algo que hacer para el martes.
-Nada especial, por?
-De vez en cuando trabajo en eventos privados, y para el del martes nos hace falta un camarero. Deberías venir, el pago es bueno, muy bueno, y las propinas aún más.
-De qué hora a qué hora sería?
-Sería temprano por la tarde, a eso de las 6, tendríamos que estar allí preparándolo todo desde las 3, por lo general se termina a las 10 u 11.
-Creo que podría, mi última clase termina a la 1.
-Perfecto, pasaré por ti.
El martes, Mateo llegó puntual por mí. Me disponía a empacar el típico uniforme de mesero, de pantalón negro, camisa blanca, pajarita negra y dos delantales, uno blanco y uno negro.
-No hará falta, allá nos darán el uniforme, es un evento de otro tipo. Solo lleva tus artículos de higiene personal.
-Si tú lo dices.
Salimos de casa y me sorprendió ver que nos esperaba una minivan. Dentro ya había otros 6 o 7 jóvenes, aunque no les vi mucha pinta de camareros. Se veían de unos 16 o 17 años cuando mucho, muy, y en verdad hay que aclarar, muy guapos todos ellos, de cabello rubio y ojos azules algunos, y de cabello castaño y ojos verdes los otros.
El transporte nos llevó hasta una villa en las afueras de la ciudad, tuve un poco de problemas para orientarme porque nunca había estado por esa parte, pero Mateo notó mi preocupación y me dijo que no me preocupara por esos detalles, que al finalizar la fiesta, nos llevarían de regreso hasta nuestra casa.


Nos hicieron bajar en la parte de atrás de la casa principal, y entramos a una cocina enorme, donde ya estaban trabajando 4 cocineros a toda prisa. Vi a otros dos hombres  jóvenes que estaban puliendo cubiertos así que supuse que serían camareros como yo.
-Hola Mateo, me alegra que hayas podido venir otra vez- dijo una voz cantarina y levemente afeminada.
La voz pertenecía a un individuo bajito y delgado, de unos 50 años que se presentó como Salvatore. Cuando Mateo me presentó como su amigo ‘el que te conté’, me saludó muy efusivamente y me agradeció por haber venido con tan poco tiempo de aviso, ya que ellos normalmente contrataban a los meseros con semanas de anticipación.

Me hizo pasar a una oficinita donde me entregó lo que parecía ser un contrato, yo estaba extrañado de que tuviera que firmar algo para un evento de un solo día, pero cuando lo leí vi que era un acuerdo donde se especificaba que yo me obligaba a mantener en la más estricta confidencialidad cualquier cosa que viera o escuchara.
-Es una mera formalidad, no te asustes - me dijo Salvatore -es solo que a nuestros clientes les gusta mantener su privacidad, y todos los que estamos aquí tenemos que firmar uno, no es nada extraordinario.
Terminé firmando, aunque no muy convencido, fue mas que nada la promesa de un buen pago lo me hizo decidirme, además ya había ido hasta allá y dado que Mateo no parecía darle la menor importancia, me sentí seguro.
Salvatore me llevó de vuelta a la cocina donde me puse a ayudar a los otros camareros. Entre las tareas que tuvimos fue montar el servicio completo en un suntuoso salón comedor donde había una mesa para 30 personas. Terminando allí, nos dedicamos a surtir y preparar un bar para los invitados. Terminamos apenas pasadas las 5 y nos dieron la instrucción de que nos aseáramos y nos vistiéramos con el uniforme.
Salvatore me llevó a una habitación contigua a la cocina, que resultó ser el guardarropa, y aunque él no tenía ni idea, yo me sentí engolosinado de ver todos los uniformes que colgaban ordenados en sus respectivos ganchos. Cuando me dijo que ese día llevaríamos frac, yo casi me desmayo de la emoción. Durante mucho tiempo había ansiado poder vestir de frac y ahora tendría la oportunidad de hacerlo, encima de todo me pagarían por ello!
Buscó entre los que había disponibles en el armario y encontró una chaqueta de mi talla y unos pantalones que me quedaban un poco ajustados, pero él dijo que así se me verían mejor. La camisa estaba perfectamente planchada y almidonada y venía junto con un cuello desprendible, también almidonado de una manera extrema. El chaleco y la pajarita parecían ser del mismo material, una tela muy fina que después supe que se llamaba ‘piqué’. Los tirantes eran de color blanco, con sus respectivas tiras de cuero para abotonarse al pantalón. Los botones y los gemelos también venían en un set, eran de color plateado con el centro de madreperla. Finalmente me entregó unos zapatos negros de charol y unos calcetines transparentes.
-Ve y cámbiate, creo que te quedará perfecto.
Me señaló una puerta y entré a lo que parecía ser un vestidor comunal, había lockers, bancas, regaderas y lavamanos con grandes espejos.
Me di una ducha rápida, estaba que me comían las ansias de ponerme el frac y no quería prolongarlo más.
Mateo se apresuró a ayudarme con el uniforme, parecía que se había autonombrado como mi valet, pues para cuando salí de la ducha, ya le había colocado los tirantes a mis pantalones y me fue pasando las cosas de una por una.
Comencé por los calcetines, de un material muy suave y resbaloso, se veían casi como pantimedias, aunque los hilos eran un poco más gruesos. Lo siguiente fueron los pantalones, que traían un forro de satín negro hasta las rodillas, la sensación fue exquisita. Los zapatos de charol me quedaron como un guante, nunca había usado unos pero me gustó el brillo que tenían. Mateo me pasó después la camisa ya con los botones colocados, se sentía deliciosa, completamente almidonada, la parte del pecho estaba dura y rígida como el cartón; los puños eran sencillos pero se usaban con gemelos, Mateo me ayudó con estos últimos. El cuello desprendible era una total novedad para mi, era algo que solo conocía de su existencia por lo que había leído en libros, pero jamás pensé que llegaría a usar uno yo mismo. Una vez que tuve la camisa abotonada, me coloqué los tirantes blancos y el chaleco. Yo no lo había notado, pero este último traía un elástico que Mateo me indicó que se aseguraba con el botón del pantalón, esto prevenía que el chaleco se alzara y dejara ver la cintura y los tirantes. Cuando estaba a punto de anudarme la pajarita, Mateo me detuvo e insistió en hacerlo él. Lo enseñé bien, porque quedó perfecta a la primera. Finalmente me ayudó a colocarme la chaqueta, y después de algunos ajustes para dejar los puños al largo correcto me miré al espejo y me sentí realizado. Me veía como siempre lo había deseado, guapo, varonil, elegante. Como el hombre que siempre había querido ser.
Mateo y los otros camareros terminaron de alistarse en un santiamén, yo lo ayudé a anudarse la pajarita y le di una nalgada discreta, deseando poder estar solos en algún momento, pero dudaba que eso fuera a ser posible.
Salvatore pasó a inspeccionarnos unos minutos después. Él también venía elegantemente ataviado con un frac, y a pesar de lo llamativo de sus ademanes y su voz que no me terminaba de convencer, debo admitir que se veía guapo.
Todos estuvimos a la altura de sus expectativas, nos dijo que los invitados estarían encantados con nosotros sin duda alguna.
Los primeros comenzaron a llegar a las 6 en punto, eran tres caballeros vestidos de esmoquin, de entre 40 y 50 años, que se saludaron con efusivos abrazos y con besos en la mejilla. Mateo se les acercó con una charola de copas de champaña, que ellos tomaron gustosamente. Otro grupo de 5 caballeros igualmente de esmoquin, entró por la puerta del salón, también saludándose casi  gritos y dando muestras de que les daba mucho gusto encontrarse una vez más. Pronto estuvieron las 20 personas que esperábamos, bebiendo, degustando canapés y charlando animadamente. 



Yo me encontraba en el bar, mezclando bebidas y preparando las charolas con más copas de champaña, y por supuesto hacía una evaluación mental acerca de cuál de todos ellos lucía mejor el esmoquin, de pronto uno de ellos se me acercó. Era un caballero joven, quizá el más joven de los 20 que había reunidos allí, no parecía tener más de 40 años. Era delgado, de piel morena clara, ojos verdes y pestañas muy largas, unas cejas pobladas, nariz aguileña y cabello muy negro. Se veía fabuloso de esmoquin, y por un momento no supe qué decir.
-Cantinero, agua mineral, me regalas un vaso?
-Perdone, no le había entendido bien - le dije cuando salí de mi ensoñación - prefiere de alguna en especial? Tenemos Smeraldina, Perrier y Pellegrino.
-Perrier con limón está bien - me dijo.
Le serví el agua y me dio las gracias.
-Es la primera vez que estás por aquí verdad? No recuerdo haberte visto antes.
-Sí, primera vez aquí - le sonreí.
-No eres italiano verdad? Tu acento no suena como de aquí.
-Soy estudiante, apenas llevo unos meses aquí en Italia, este es un empleo que tomé para ayudarme con los gastos.
Para mi sorpresa, comenzó a hablarme en español, y lo dominaba bastante bien. Me contó que había estado en varios países de América Latina desde muy joven haciendo negocios y había tenido oportunidad de aprenderlo con soltura. Actualmente vivía en Italia, pero era originario de Líbano.
-Soy Gibrán
-Mucho gusto Sr. Gibrán, yo me llamo Roberto.
-Rrrroberto, me gusta como suena - sonrió - te dejo por ahora, pero creo que nos podremos ver más tarde - y se alejó para unirse de nuevo al grupo de invitados.
El coctel duró cerca de dos horas, esos caballeros al parecer tenían bastantes cosas de que hablar, pues un suave murmullo y una que otra carcajada fueron la constante durante ese tiempo. En algún momento vi que Mateo y otro de los camareros desaparecieron, igual a Salvatore no se le veía por ningún lado. Yo seguí atendiendo el bar y el otro camarero continuó sirviendo las bebidas.
De pronto escuché la voz tan particular de Salvatore, anunciando que la cena estaba lista y que por favor pasaran al salón comedor.
La veintena de hombres se encaminó al salón que habíamos preparado durante la tarde, yo hice lo que normalmente haría, empezar a recoger las copas que estaban por aquí y por allá y levantar el bar, pero Salvatore me dijo que de eso se encargarían los mozos de la limpieza, a mi me necesitaba para servir la cena.
Los cocineros habían dispuesto un banquete para los invitados, que servimos en el curso de la cena, el plato de entrada, el principal y terminamos varias opciones de postre. La voz cantante la llevaba el anfitrión, un señor ya de sesenta y pocos años, un poco barrigón y canoso. En un momento de la cena, el caballero al que le había servido el agua mineral propuso un brindis a la salud del anfitrión, su amigo Giuliano. Cuando este terminó de comer, todos los demás se detuvieron también, y se levantó para decir:
-Amigos míos, ha sido un placer compartir la mesa con ustedes esta noche, es siempre una alegría y un honor contar con su presencia en esta casa. Ahora si me permiten, los invito a que me acompañen al salón principal para beber un cognac, fumar un puro y divertirnos un poco.
Los invitados se levantaron y siguieron a su anfitrión hasta un salón que se encontraba a un lado.
Salvatore nos dió la instrucción de entrar a servir las bebidas y repartir habanos, y a mi en especial me dijo -No te asustes de lo que veas y no hagas ningún comentario-
De entrada esas palabras tuvieron el efecto contrario, pues me asusté aún sin saber que estaba pasando ahí dentro.
Entramos al salón por una puerta lateral, y lo que vi, me dejó perplejo. El lugar era amplio, elegantemente decorado, como un palacio renacentista, había fuego en una chimenea, mullidos sofás y divanes por todos lados. Lámparas repartidas por todo el lugar proporcionaban una iluminación tenue que invitaba a relajarse. Lo que me dejó perplejo como te dije, fueron los no menos de 30 jovencitos completamente desnudos que departían con los invitados. En la minivan que nos había llevado hasta allí solo iban 6 o 7, pero los demás probablemente llegaron en otro viaje. Todos eran guapísimos, de cuerpos esbeltos y muy jóvenes, ninguno podía ser mayor de edad. Había de todos los colores que te pudieras imaginar. Rubios de ojos azules, castaños de ojo verde, pelirrojos de ojos negros con el vello púbico tan rojo como sus cabelleras, morenos con el pene tan grande como un asno, asiáticos menuditos que se veían todavía más aniñados que los demás, africanos de cuerpo más fornido y con un pene enorme, en fin, había para todos los gustos.
Yo estaba nervioso, no lo podía ocultar, siempre había fantaseado con la idea de participar aunque fuera de voyeur en una orgía como la que empezaría allí en cuestión de segundos, pero ahora que la tenía de frente, comenzaba a pensar si no habría llegado demasiado lejos.
Mientras yo repartía los tragos, se formó un grupito con 5 jovencitos de los que estaban allí, y comenzaron a dar un espectáculo, se besaban, se tocaban, se daban sexo oral mutuamente y bueno, de todo un poco. Esto evidentemente era con la intención de calentar los ánimos de los presentes, pues regularmente nadie quiere ser el primero. Los caballeros no tardaron en sentirse cómodos, bebían un cognac y fumaban un puro o aspiraban cocaína mientras los jovencitos, hincados frente a ellos, les hacían una mamada, o algunos se enfrascaban en sesiones de besos y caricias, otros más seguían hablando de negocios como si no pasara nada.
Después de una hora, la fiesta estaba en su apogeo. A donde fuera que volteara, había alguien envuelto en alguna actividad sexual. Don Giuliano el anfitrión tenía a 3 jovencitos que le hacían de todo; estaba inclinado apoyado contra una mesa y uno de los asiáticos le hacía una mamada, otro negro lo penetraba analmente y un pelirrojo que estaba convenientemente sobre la mesa le follaba la boca. Escenas similares ocurrían por todo el salón, los caballeros parecían ser de gustos muy peculiares y les daban rienda suelta en la privacidad y complicidad de ese salón, con la confianza de que nada de lo que ocurriera saldría de allí.
Me acerqué al grupito donde se encontraba el Sr. Gibrán y les pregunté si gustaban alguna bebida. Los dos caballeros que lo acompañaban en el sofá se besaban apasionadamente y ni se percataron de mi presencia, Gibrán solo los observaba.
-Gracias, así estoy bien.
-Cualquier cosa que necesite, pídamela.
-En verdad? lo que sea?
-Sí
-Quiero que me la mames.
Volteé a los lados y hacia atrás pensando que se referiría a alguno de los jovencitos que estaban allí, pero todos estaban en lo suyo, era evidente que me lo decía a mí.
-Yo?
-Si tú.
-Habiendo tantos otros que lo harían mucho mejor, quiere que yo se la chupe?
-Los demás son más de lo mismo, pero me gustaste tú.
-Pero yo por qué? Solo soy el camarero.
-Hay algo en ti que no sabría explicar, es como si te conociera de más tiempo, tienes un porte y una elegancia que no tiene nadie más aquí. Ese frac te sienta muy bien, y a pesar de que es exactamente igual que el que llevan tus compañeros, a ti se te ve diferente, es como si disfrutaras el usarlo.
-Lo estoy disfrutando, y mucho.
-En verdad? - me dijo abriendo los ojos desmesuradamente.
-Sí, es complicado de explicar
-Simplifícalo.
-Es algo que siento desde muy niño, me encanta la ropa formal.
-Deténme si me equivoco - me interrumpió el Sr. Gibrán- te excitas cuando vistes formal, la vista, el tacto y el olor de la ropa te estimulan sexualmente. Te gusta tocar el cuello de las camisas, sentir las corbatas de seda resbalando sobre tus dedos. Cuando te abrochas el último botón de la camisa tienes una erección que no se va hasta que te masturbas, te ves de traje en el espejo y desearías poder cruzar al otro lado para estar contigo mismo?
-Ay Dios! Cómo sabe todo eso?!
-Yo mismo lo he experimentado desde que era adolescente.
-Usted es como yo entonces.
-Parece que sí, ya sabía yo que algo diferente notaba en ti. Creo que nos vamos a entender muy bien.
Sin decirme más, Gibrán me atrajo hacia él y comenzó a besarme, tímidamente al principio y después con verdadera pasión. Yo estaba preocupado de que Salvatore notara que no estaba haciendo mi trabajo, pero cuando lo busqué con la vista, estaba muy ocupado sentándose sobre el pene erecto de uno de los muy bien dotados muchachitos africanos.
-Ven, vamos a un lugar menos concurrido - y tomándome de la mano me sacó del salón.
Nos acomodamos en un diván que estaba en el pasillo afuera del salón. Tres o cuatro de los invitados habían tenido la misma idea, y follaban escandalosamente en algún otro diván, sofá o sobre la alfombra.
Gibrán escogió un sitio junto a una lámpara, me dijo que quería verme bien, era la primera vez que había conocido a alguien como yo y no quería olvidar este momento. Yo también pude disfrutar de su exquisito esmoquin, pues en verdad era perfecto, el color, la tela, el corte, el brillo de la seda satinada en sus solapas, en su pajarita, el cuello duro, los tirantes, los gemelos y los botones de su camisa, y por supuesto, ese miembro de buen tamaño que se podía palpar a través de sus pantalones.
El también gozó conmigo, estoy seguro. Palpó cada centímetro de mi ropa, prestando especial atención al cuello de mi camisa, lo rozaba con sus labios y me murmuraba cosas en la oreja que no podía entender porque me las decía en árabe, supongo que eran palabras que había tenido guardadas desde que era un jovencito ansioso de tener sexo con otro fetichista como él.
Nos besamos por un largo rato, y nos acariciamos mutuamente, no teníamos prisa en pasar al acto sexual, lo importante era disfrutarnos vestidos así. Cierto era que los dos habíamos tenido sexo muchas veces, pero esta era una primera vez para los dos.
Llegado el momento, no pude más y le pedí que me follara. Él sonrió.
Me hizo quitarme los pantalones y me acostó sobre un tapete persa que había en el suelo, después tomó un par de cojines del diván y me los acomodó bajo la espalda, para que mi trasero quedara un poco levantado del suelo. Tomó lubricante y me lo untó en el ano, que ya empezaba a pedir su recompensa. Se abrió la bragueta y me dejó ver un pene magnífico, circuncidado y rebosante de líquido seminal. Se colocó el condón y se acercó a mí.
-Por la culminación de una fantasía que nunca pensé que podría cumplir- y se hundió en mi.
Yo estaba tan ansioso y excitado que mi trasero no opuso resistencia. El pene del Sr. Gibrán se abrió camino sin dificultad alguna en mi. Yo lo tomé de la espalda y lo acerqué hacia mí y lo besé. Le susurré al oído que me follara duro, que no quería olvidar esa noche nunca.
El Sr. Gibrán fue muy considerado a pesar de lo que le pedía, comenzó con un vaivén lento, para que me acostumbrara a su cuerpo, cuando él sintió que ya todo estaba en su punto, comenzó a imprimir velocidad a la penetración. Nos miramos a los ojos todo el tiempo, podía sentir como su lujuria acumulada durante años se satisfacía en mí, y él sin duda percibió lo mismo en mis ojos.
Constantemente me ajustaba la pajarita, me alineaba la camisa y el chaleco. En verdad tenía esa obsesión como yo de que nada se moviera de su lugar.
Mi placer no hacía más que incrementarse con cada estocada que me daba, y aunque hacía el intento de pensar en otra cosa, nada podía detener ese calor que iba sintiendo en mis entrañas.
-Siento que ya voy a eyacular!
-Yo también, quieres que lo hagamos al mismo tiempo?
-Síiiii, por favor! - le supliqué en medio de un jadeo.
Y como si lo hubiéramos ensayado, apenas me toqué el glande cuando un abundante trallazo de semen salió volando de mis entrañas. Fue en el mismo momento en que el Sr. Gibrán emitió un gemido de placer que me retumbó en las orejas. Con cada contracción que yo sentía al eyacular, mi ano apretaba el pene del Sr. Gibrán y que a su vez expulsaba sus chorros de semen dentro de mí.

Fue un orgamo de esos que nunca olvidas, que recuerdas perfectamente cada detalle, cada movimiento, cada palabra dicha al calor de la pasión.
Nos quedamos tumbados uno en brazos del otro un buen rato, no fui consciente del tiempo transcurrido hasta que Mateo vino a buscarme.
-Perdón por interrumpir, pero el transporte sale en media hora.
-Lo había olvidado por completo!!!
-Es normal que pase - sonrió.
El Sr. Gibrán y yo nos levantamos, le arreglé el esmoquin, le ajusté de nuevo la pajarita y quedó como si nada hubiera pasado. Insistió en que le diera mi dirección y teléfono, prometió contactarme en los próximos días. Nos despedimos con un beso y un abrazo.
De vuelta en la cocina, Salvatore nos esperaba con nuestro pago, tal y como prometió, fue muy generoso, solo me recordó que lo de la discreción iba en serio. Adicionalmente nos entregó otro sobre con la propina que nos habían dejado los invitados, el equivalente de $1000 USD.
Esa noche, de vuelta en casa no pude pegar ojo, mi mente se empeñaba en rebobinar la película de lo que había pasado ese día, y me excitaba en sobremanera la maravillosa coincidencia de haber conocido a otro hombre que compartía el mismo fetiche que yo. Tantos años pensando que era el único en el mundo, y en el otro lado del mundo y en el lugar menos esperado, lo vine a encontrar. Supe que a partir de ese momento, mi vida ya no volvería a ser igual.

domingo, 9 de agosto de 2015

Ep. 43 - Mi compañero de trabajo

-Noooo, cuéntame más, no creo que pueda esperar - le supliqué. Honestamente me había dejado intrigado.
-Qué curioso resultaste - me dijo divertido.
-No puedes culparme, recuerda que hasta hace unas semanas, pensaba que era el único hombre en el mundo que tenía un fetiche por los trajes y las corbatas.
-Lo sé, a veces olvido que al principio yo también quería saberlo todo de una vez.
-Me dijiste que cuando conseguiste el empleo de camarero pasaron varias cosas, qué tipo de cosas?
-Cosas que tal vez no deberían comentarse en una cena elegante con la familia o amigos. Pero aquí estamos en confianza- dijo y me guiñó un ojo.
-Me alegro de ello!
-Pues bien, te contaré.
Comencé a trabajar en el salón de eventos, al principio solo viernes y sábados, pero conforme fui adquiriendo experiencia, me fueron llamando para más noches a la semana.  Si no tenía deberes por hacer de la universidad, iba y me ganaba un dinero extra, con lo cual el viaje que tenía planeado para el fin del curso se hacía se ponía unas liras más cerca. Para mí era una situación de ganar-ganar, ya que aparte del dinero, podía usar mi amado uniforme prácticamente todas las noches de la semana, incluso a veces me regresaba uniformado al apartamento y me quedaba dormido así. Mi compañero, Antonio, varias veces me encontró en la mañana, roncando en el sofá, impecablemente ataviado, y mi excusa era que llegué cansadísimo y me había quedado dormido nada más al llegar. En realidad yo lo hacía con la intención de que me viera vestido así; disfrutaba muchísimo en privado, pero también me producía una satisfacción especial que él me viera así, no sé, supongo me gustaba sentirme guapo delante de él.
Los días y semanas transcurrían y el trabajo más la universidad marchaban como una seda. Me di cuenta que en el salón de eventos tenían una rotación de personal un poco alta, así que cuando yo pasé la barrera de los 3 meses, me tomaron confianza. El maitre tan estricto que te mencioné antes, de poco en poco comenzó a delegar más responsabilidades en mí, y no tardé en volverme su mano derecha. A las pocas semanas ya era el encargado de capacitar a los nuevos camareros que iban entrando, y por supuesto, una de las primeras cosas que les exigía era una presentación impecable. Tal y como me había instruido a mí el maitre en su momento, en la empresa no había lugar para cuellos desabotonados, pajaritas mal anudadas, camisas sin almidonar, zapatos sucios ni cabello mal peinado. Para mí ninguna de esas cosas era negociable y era muy tajante cuando de aplicar el código de vestimenta se trataba. Antes de cada evento, les pasaba revista a los camareros, y no era raro que enviara a alguno que otro a afeitarse correctamente, o deshacerle el nudo de la pajarita y atársela yo mismo. El maitre y los dueños de la empresa me hacían el comentario de que mis años de educación en el colegio inglés me habían vuelto un maniático de la disciplina, pero ellos ignoraban mi verdadera motivación. Lo veían como un plus, pues nadie podía quejarse de que sus camareros no lucieran impecables de principio a fin en cada evento.
Un buen día llegó un chico nuevo, Mateo. Guapo, rubio, ojos verdes, cara alargada, nariz grande y una sonrisa muy agradable. Al igual que el maitre, era siciliano, había venido a Firenze para estudiar Literatura y necesitaba el trabajo para mantenerse. Anteriormente trabajaba en una fábrica de bicicletas, pero al cambiar sus horas de clase en la universidad, ya no podía cumplir con el horario que le exigían allí. Pese a que tampoco tenía experiencia, lo contrataron y a mí me correspondió enseñarle a hacer el trabajo.
Mateo aprendió rápido, pronto llegó a ser tan eficiente como los demás camareros e incluso los superó. Los comensales siempre decían que era el camarero más atento que habían conocido, y es que en verdad tenía un carisma tremendo. Era coqueto y eso le servía para echarse a la gente al bolsillo con una simple sonrisa. Siempre se iba a casa con buenas propinas y algún que otro número de teléfono de alguna muchacha o señora atrevida.
Recuerdo que el primer evento que nos tocó atender juntos, se me acercó y me pidió que le anudara la pajarita, pues él no sabía cómo hacerlo. Al tenerlo tan cerca pude percibir su olor, que después supe que era Acqua di Parma, un perfume cítrico muy rico que al mezclarse con su propio olor, se transformaba en una esencia única y seductora. Cuando terminé de hacerle el nudo, las rodillas me temblaban. Creo que él lo notó, pues me guiñó un ojo y me dijo -Grazie!
Transcurrieron unas cuantas semanas y de ser compañeros de trabajo, pasamos a ser buenos amigos. Eventualmente hasta se lo presenté a mi compañero Antonio, y también se entendió con él de inmediato, a veces incluso quedaban para salir sin mi los muy cabrones sabes?. 
Cada noche que salíamos del trabajo, nos íbamos juntos, pues vivíamos muy cerca uno del otro, cerca de la estación de Santa María Novella. Era un barrio enclavado en el centro histórico de Firenze, muy bonito, aunque atestado de turistas la mayor parte del tiempo. Había ocasiones en que salíamos muy tarde de los eventos, así que Mateo se quedaba a dormir en mi sofá, 500 metros que había entre su lugar y el mío no eran muchos, pero la charla era entretenida y preferíamos seguirla en mi apartamento que estaba más cerca, y en la mañana del día siguiente, Antonio se encontraba no a un camarero pulcramente ataviado dormido en el sofá sino a dos.
Pasaron unos meses y Mateo iba a tener sus examenes finales del semestre, y en la universidad se estilaba que uno fuera a los exámenes lo más presentable posible, esto era de traje y corbata. Lo bueno de vivir en Italia es que las sastrerías son algo común, y puedes estar seguro de que la calidad de los materiales y la mano de obra serán excelentes, y lo mejor, a un precio muy razonable. Recuerdo que lo acompañé al sastre, pues le había dejado entender que los trajes eran mi especialidad, y naturalmente al llegar el momento de tener uno, me pidió mi consejo. En la sastrería tenían un catálogo de todos los estilos que manejaban, que no eran pocos, pues como era natural, en Italia siempre se consigue lo último en moda, aunque yo le sugerí a Mateo que fuera por algo más clásico y formal, ya que le duraría mucho más tiempo y le permitiría hacer más combinaciones en el futuro.
La tela que le sugerí era de lana 100%, en tono gris y un patrón a cuadros, parecido al estilo Príncipe de Gales, a él le gustó mucho y se decidió por esa. Después de verificar el precio y la disponibilidad de los materiales, le hicieron un presupuesto, y gracias a las propinas, se lo pudo permitir. Aceptado el trato, le tomaron medidas y después de dar el anticipo, el sastre nos dijo que podíamos pasar a recogerlo en dos semanas.
Yo creo que estuve más emocionado que Mateo durante ese tiempo de espera. Llegado el día, nos pusimos de acuerdo para ir a recogerlo en la tarde, y le sugerí que antes de ir, fuera a comprar su camisa y corbata, a fin de poder hacerse la prueba ya con el atuendo completo. Nos encontramos después de clase, en el café Rivoire, frente a la Piazza della Signoria, tomamos algo rápido y de ahí caminamos a la Via dè Tornabuoni, la calle donde están las tiendas, boutiques y modistos más reconocidos y donde seguro encontraríamos algo que le gustara y si teníamos suerte, en rebaja. Después de ver en varias tiendas, eligió una camisa muy bonita, de un azul clásico de puño sencillo y la corbata que le gustó fue una de seda satinada, de franjas diagonales azul con blanco que me hizo salivar al momento de verla. Yo hubiera preferido que se comprara una camisa de doble puño, pero él opinó que para un examen hubiera sido demasiado, yo no quise insistir para que no pensara cosas raras.
Pasamos de ahí a la sastrería, a recoger el traje. Naturalmente, le pidieron que se lo probara, y yo le insinué al sastre si no sería mejor que se probara también la camisa y la corbata, solo para ver cómo se vería ya con el traje puesto. Al sastre le gustó la idea, e incluso le dio una planchada rápida a la camisa para quitarle las arrugas. Yo estaba que no cabía de la erección de caballo que tuve en plena sastrería, lubricando y lubricando a chorros y no me quedó de otra que estar cambiado de posición y tratar de ocultarla recargándome contra el mostrador o metiendo las manos a los bolsillos del pantalón.
Mateo había tenido la precaución de llevarse sus mejores zapatos, de cuero café oscuro y de cordones, perfectamente lustrados. El único detalle era que el sastre había dejado botones cosidos en la pretina del pantalón para los tirantes y Mateo solo llevaba su cinturón, pero yo le insistí en que para un traje de 3 piezas, lo ideal es llevar tirantes, pues sería una falta de etiqueta, inaceptable, mostrar la cintura del pantalón o la camisa debajo del chaleco. Por fortuna, en la sastrería tenían todo tipo de accesorios, y yo quise regalarle unos tirantes negros y ya entrados en gastos, un pañuelo de seda, con un diseño tipo paisley, para que tuviera su atuendo completo. Tal y como lo había imaginado, Mateo se veía perfecto, guapísimo.


Él tampoco fue indiferente, era notorio que le fascinaba la imagen que veía en el espejo. Yo tenía los dedos cruzados porque se decidiera a llevarse el traje puesto, y para mi suerte, fue lo que él decidió.
Mateo quiso que lo acompañara a su apartamento a dejar su otra ropa, pues de pronto surgió el plan de salir esa noche a lucir el traje. Sin duda no nos faltaría un lugar donde lucirlo y yo hacía tiempo que buscaba una excusa para salir de traje a la calle.
Mi apartamento nos quedaba más cerca, así que llegamos ahí para que yo me cambiara de ropa. Me puse el traje que mi padre me había regalado, que era de un color gris, con un patrón de franjas delgadas. La particularidad de este traje era que las solapas terminaban en pico, y el chaleco tenía solapas, algo de lo que mi padre se extrañó un poco en su momento, pues no sabía que yo tuviera ese tipo de gustos, pero no objetó y yo fui feliz cuando lo tuve en mis manos. Elegí una camisa azul celeste y una corbata de seda, en color azul oscuro con pequeñas flores de lis en blanco. Como detalle me puse un pañuelo de seda, con un patrón de puntos pequeños, en color crema con bordes en café oscuro. 


De verdad que estuve tentado a hacerme una paja rápida pero Mateo esperaba, y tampoco quería que después de eyacular, me diera un bajón de ánimo para lo que pensaba hacer.
Cuando salí, Mateo soltó un silbido de aprobación, y eso me dio todavía más ánimos.
-Supongo que te ha gustado.
-No suelo decirle esto a otro hombre, pero te ves guapísimo.
-Gracias amigo - le dije mientras sentía que mi corazón se iba a mil pulsaciones por minuto.
Nos fuimos caminando al apartamento de Mateo, 5 calles en las que ambos íbamos recogiendo miradas de casi todas las personas con las que nos cruzábamos. Finalmente llegamos.
El apartamento de Mateo, era cómo decirlo, hmmm, pequeño. No era un apartamento en el sentido más estricto de la palabra. Era más bien lo que allí se conocía como sottopiano, que es el espacio que queda bajo una escalera. Verás, en Firenza abundan las casonas de tres o cuatro pisos, de esas con las escalinatas de piedra grandes. Y a algún dueño con necesidad de mayores ingresos, se le ocurrió la idea de cerrar el espacio bajo la escalera en la planta baja para que no tuviera acceso a la casa principal. En ese espacio habilitaron un baño muy pequeño y una cocineta. La entrada estaba por un pasillo de servicio. Eso sí, estaba super céntrico y la renta era muy barata, aunque el espacio en verdad que era un reto, pero como le dijo el dueño en su momento, ¿qué tanto espacio necesitas para dormir?.
Vi que Mateo se puso a acomodar la ropa que tenía de la lavandería, y yo le pedí permiso para usar su baño. Abrí la llave del lavamanos y dejé correr el agua un par de minutos, luego salí, aunque con el pequeño detalle de que había dejado mi bragueta abierta. Fingí estar alisando mi cabello con agua, y cuando Mateo me vio, soltó una risita, y me dice.
-Creo que se te olvidó algo
-Qué cosa?
-No te voy a decir, pero quizá quieras arreglarlo antes de salir.
Yo fingía buscar algo en mi saco, una pelusa o alguna mancha, me acerqué a un pequeño espejo que tenía y hacía como que buscaba alguna mancha en mi rostro pero tampoco. Finalmente lo vi acercarse, y se colocó detrás de mí. Pude sentir su aliento en mi cuello y su inconfundible olor a Acqua di Parma, que mezclado con el olor del traje y la camisa nuevos, me me provocó una erección instantánea.
-Ésto - me dijo al momento que ponía su mano en mi bragueta y hacía el intento de cerrarla. Inmediatamente notó mi verga dura, y sin decirme nada, comenzó a acariciarla.
Continuó yo creo por unos 5 minutos, no sé si estaba tomando valor para hacer algo, pero yo estaba temblando y derritiéndome por dentro. Finalmente metió la mano y me apretó el pene. Yo iba a decir algo, pero me puso un dedo en los labios, como si temiera que al romperse el silencio fuera a perder su determinación.
Lentamente me volteó, y me dio un beso en los labios. Eran más carnosos de lo que había imaginado, deliciosos. Al principio fue un besito aquí y otro por allá, como si estuviera tanteando el terreno, después se atrevió a usar la lengua y yo lo dejé. Yo también comencé a explorarlo, su espalda, su pecho, su cuello, sus nalgas, todo lo que iba tocando de él me dejaba fascinado, y era como un sueño hecho realidad.
Mateo seguía sin decir nada, solo me besaba y me acariciaba el paquete. Finalmente, se atrevió, me lo sacó por completo, y se inclinó para mamarlo. Igual que con el beso, fue tímido al principio, se lo metió a la boca y estuvo tal vez un par de minutos sin moverse ni nada, solo sentía que apretaba la lengua un poco, como si lo estuviera midiendo. Lentamente comenzó a meterlo y sacarlo de su boca, mientras yo gemía por lo bajo. Cuando estuve a punto de eyacular, lo hice ponerse de pie, y le regresé el favor. Su pene era de un largo medio, grueso, con un par de bolas rasuradas y rosaditas. Su vello púbico estaba cuidadosamente recortado y para mi fue fácil engolosinarme con esa herramienta que ponía a mi disposición. Fue una lástima que Mateo haya estado tan excitado, porque apenas habían pasado unos cuantos minutos y pude escuchar como gemía y se retorcía. Sentí sus trallazos de semen caliente en mi garganta. Continué con la succión por varios minutos, para que él extendiera su placer lo más posible, me bebí hasta la última gota.
Pensé que después de eyacular, Mateo perdería las ganas de continuar con el juego, pero no fue así. En cuanto me levanté, me abrazó por detrás y comenzó a besarme el cuello, las orejas y nuevamente, los labios. Nos trenzamos en un beso apasionado, donde solo se escuchaba el chasquido de nuestras lenguas. Él no dejaba de friccionar mi pene y finalmente yo también llegué al orgasmo. Me vine en un chorro abundante en su mano, que no me soltó en ningún momento. El orgasmo lo sentí tan fuerte que en algún momento hasta perdí el equilibrio, y de no haber sido porque me tenía tomado firmemente del talle, habría terminado en el suelo.
Mateo fue el primero en romper el silencio.
-Llevaba tiempo deseando esto.
-Yo también, desde ese día que te anudé la pajarita.
-Sí noté esa mirada en tus ojos, esos gestos que hacías con la boca, aunque no estaba para nada seguro y no quise arriesgar nada en mi primer día de trabajo, luego nos hicimos amigos y tampoco quise hacer nada que perjudicara la amistad.
-Mateo, yo te desee desde el primer momento en que te vi con ese uniforme. Te ves tan elegante, tan formal, no tienes idea de como me pone verte así.
-Supongo entonces que después de esto queda claro que ya tenemos más actividades que hacer para divertirnos el uno con el otro verdad?
-Oh no tienes idea amigo, acabas de abrir una caja de Pandora.
-Excepto que esta caja no es de males y desgracias - me dijo con una sonrisa.
-Ya verás que no.
Esa noche salimos a cenar, después de lavarnos la cara obviamente, y ahora que conocíamos cada uno el secreto del otro, se desarrolló una complicidad que por fortuna duró por todo el tiempo que estuvimos juntos en la ciudad. Cada vez que salíamos y veíamos a un hombre guapo, nos hacíamos una seña y mirábamos, disimuladamente, de arriba a abajo con detalle, y después platicábamos de todas las cosas que nos hubiera gustado hacerle de tener la oportunidad.
A los pocos días, me di cuenta que Mateo no era tan inocente como yo pensaba, tenía algo de experiencia y otro secreto que no compartió conmigo sino hasta un par de semanas más tarde.

miércoles, 29 de julio de 2015

Ep. 42 - Los años mas felices de mi vida

Terminando el colegio fui directo a la Universidad. A los 18 años, mi deseo sexual estaba en su apogeo, y aunque ciertamente había muchas chicas hermosas, yo solo podía pensar en trajes y corbatas (y en alguien dándome mi merecido en uno de ellos). No tenía necesidad ni deseo alguno de echarme novia, pero acabé teniendo 3, aunque solo lo hice por cumplir con las expectativas que otros tenían de mí. Al final siempre encontraba una excusa para dejarlas y eso me permitía espaciar el tiempo entre una y otra. Con mis recuerdos del colegio me bastaba. Con los recuerdos y con los uniformes de mi hermano para ser exacto. Esperaba siempre los viernes que se iba a las prácticas del futbol y dejaba su uniforme sobre la cama, y era como si me pusiera al día con un querido amigo.

Los 4 años de la universidad se fueron como agua, recuerdo haber sentido que recién acababa de iniciar mi primer semestre y un día haber despertado en el octavo.
En ese último semestre, comencé mis prácticas profesionales en una Editorial. La norma ahí por supuesto era traje y corbata para los caballeros, así que durante esos 4 meses fui la persona más feliz de esa oficina. Levantarme cada día y saber que me esperaban 8 horas de usar traje y corbata me hacía trabajar con una sonrisa todo el día.
Lamentablemente, cuando menos pensé, ya era momento de graduarme y buscar en que ocuparme de ahí en adelante, pues en la Editorial me habían dejado muy en claro que a pesar de que estaban muy satisfechos con mi trabajo, no había ninguna vacante disponible en el corto plazo.
Cuando fui a la última revisión de la memoria de las prácticas, mi asesor me preguntó que pensaba hacer después de graduarme. Le conté lo que me habían dicho en la editorial, el ya clásico -Sí...pero no.
-Por qué no solicitas una beca? Justo ahora está abierta una convocatoria para que estudies una maestría, por ejemplo en Italia, qué te parecería?
-Usted cree profesor? Yo no tengo tanta suerte.
-Roberto, esto no es cuestión de suerte sino de calificaciones, y tu promedio es excelente, necesitas mas que nada recomendaciones de dos o tres catedráticos. Yo te podría redactar una en este mismo momento y no creo que tengas problema en que otros dos profesores te den las otras. Piénsalo.
Estudiar fuera no sonaba mal, nada mal. Mientras crecía siempre había soñado con la oportunidad de estar solo, en algún sitio lejano, donde nadie me conociera, y tal vez así podría por fin ser yo mismo, o por lo menos vestirme como me gustaba sin que me cuestionaran algo.
Apenas salí del despacho de mi profesor asesor y fui directo con el coordinador de mi carrera. Le pedí información sobre las becas disponibles para estudiar una maestría. Había en muchos lugares, pero le hice caso a la intuición de mi maestro y pregunté por las que eran en Italia.
Tardé poco menos de un mes en hacer el papeleo, y con las cartas de recomendación de mi maestro asesor y del coordinador, conseguí la beca. No estaba nada mal, incluía el pasaje, el costo de la matrícula y una asignación mensual para gastos de manutención.
La primera parada sería en la Universidad de Bologna, donde pasaría 3 meses aprendiendo italiano, y de ahí, me iría a Florencia, donde pasaría los 2 años estudiando la maestría.
El día de hacer mis maletas llegó, y claro, lo primero que empaqué fueron mis mejores corbatas, ansiaba poder usarlas a diario lo antes posible, eso a pesar de que no tenía ni idea de cómo se vestían los italianos para ir a la universidad.
Mi padre había insistido en comprarme un traje nuevo, pues ‘nunca se sabe cuando lo puedes necesitar’. Yo no me hice del rogar, e incluso lo convencí de que sería buena idea si me llevaba también un par de zapatos nuevos. Me compró unos de cuero negro y cordones, muy bonitos, elegantes y formales, y que gracias a que eran de excelente calidad y que yo me tomaba el tiempo de limpiarlos y lustrarlos tal y como me había enseñado mi padre, los pude conservar durante muchos años.
A la siguiente semana, emprendí el viaje.
Llegué a Italia durante el verano, justo a tiempo para iniciar los cursos de italiano. Me decepcionó un poco ver que a pesar de que en el curso había estudiantes de todo el mundo, la informalidad parecía ser lo único que tenían en común.
El curso era de inmersión total, y de verdad que sentí pena por los estudiantes de otros países. No es que al término de los 3 meses yo dominara completamente el italiano, pero al hablar español, se me facilitó infinitamente aprenderlo, pues son muy similares.
Durante el curso hice amistad con otro estudiante de mi país, y lo que son las coincidencias, ambos íbamos a estudiar nuestras respectivas maestrías en la ciudad de Florencia. Al terminar los 3 meses, lo más natural fue buscar un apartamento para los dos, y encontramos uno a muy buen precio, lo mejor fue que nos quedaba caminando desde la universidad.
Mi amigo estudiaba un curso diferente al mío, por lo cual nuestros horarios no siempre coincidían, así que a veces aprovechaba para ir a clase un poco más formal, claro, no mucho para no llamar la atención. En ocasiones me iba de chaleco, en otras alguna corbata, si era lunes me iba de chaleco y corbata, ya sabes. En las tardes, saliendo de clase, me iba al apartamento y salía de allí transformado en todo un señor, con mi corbata perfectamente anudada, chaleco, gemelos, pañuelo y unos lentes oscuros a los que me aficioné. A veces lo único que hacía caminar por ahí al azar y sentarme en alguna cafetería a leer el periódico y beber un café.
A mi compañero lo veía por las noches y los fines de semana, y a veces cuando no teníamos deberes pendientes, nos íbamos a recorrer la ciudad. Llegó un momento en que habíamos visitado todos los sitios de interés, y queríamos ver más, pero para eso hacía falta dinero. Mi beca me era suficiente para pagar el alquiler, la matrícula de la escuela y la comida, pero no era tan generosa como para poder permitirme un viaje fuera de la ciudad con todo lo que eso incluía.
Fue así como comenzamos a buscar empleo de medio tiempo para poder financiarnos los viajes por Europa. Mi amigo me habló de un lugar donde él había ido y que tenían vacantes. Era en un salón de banquetes donde necesitaban hombres jóvenes para servir de camareros en fiestas y recepciones. No le había interesado porque era un lugar un poco rígido en cuanto a la disciplina y sobre todo el uniforme, y dijo que eso no era lo suyo.
En cuanto mencionó las palabras ‘disciplina’ y ‘uniforme’, sentí como la sangre se me subía de golpe a la cabeza, creo que fue muy notoria mi reacción ya que hasta me preguntó si me pasaba algo, que estaba muy rojo.
Me dio el nombre de la empresa, la dirección, y fui al día siguiente en cuanto salí de clase.
Iba sumamente nervioso, más que en cualquier otro momento de mi vida hasta ese entonces. Cuando llegué al lugar, me entrevistaron los dueños. Aparentemente les guste, pues cumplía bien con el perfil que necesitaban, lo de mi falta de experiencia no importaba porque eso se adquiría rápidamente según me dijeron. Lo único que me exigieron fue responsabilidad, obediencia, compromiso, seriedad, capacidad de trabajo y una presentación impecable, esto era, bien afeitado siempre, cabello corto y bien peinado, etc.
Como parte de mi uniforme, me dieron un gafete negro con mi nombre en dorado, unas ligas con forro de gamuza para regular el largo de mangas de la camisa, un par de gemelos de color negro y una  preciosa pajarita también de color negro.
Me tomaron medidas para las camisas y los pantalones del uniforme, que iban a ser de mi propiedad, así que los tuve que pagar, creo que tendrían algún acuerdo con un sastre local porque me los cobraron muy baratos.
El resto del uniforme eran dos chalecos, ambos de  pechera, de una tela de brocado. Uno era de color rojo oscuro con diseño floreado y el otro era amarillo oro de diseño cuadriculado,  la parte de atrás de ambos era de satín negro, delicioso al tacto.





Cuando vi el uniforme, me emocioné mucho, no veía la hora de usarlo, pues me excitaba el solo imaginarlo puesto. Desde la primera vez que lo use adquirí una personalidad  menos tímida. Me volvía más abierto, más desinhibido, pero también muy servicial, obediente y gentil, con ganas de hacer DE TODO vestido así.
Además del uniforme , la forma de trabajo era intensa y el trato semi militarizado. Tenía un maitre siciliano que nos mandaba  firme; donde  se debían hacer las cosas rápido y bien a la primera; donde  siempre tenía la razón el cliente y bueno, todo eso para mí era lo mejor, muy cachondo, provocaba que  me excitara muchísimo, vivía en una perpetua erección.  Junto con el maitre éramos al menos cinco camareros que nos vestíamos juntos, en cuartos pequeños o baños pero siempre todos juntos poniéndonos las almidonadas camisas, gemelos, ajustándonos los chalecos y pajaritas unos a otros. Más de una cosa pasó en esos menesteres, y modestia aparte, me veía muy varonil y muy atractivo.
Vi hombres italianos de todas las edades guapísimos y vestidos de traje por lo general, Ufffffff!!! imposible olvidarlos. Muchas pajas y otras cosas me surgieron entre invitados y clientes, pero eso ya te contaré después con más calma.