Tal y como Tony había dicho, nadie parecía prestarnos
atención, la gente iba entretenida en lo suyo y dos tipos vestidos de traje en
domingo eran tan llamativos como una piedra o un árbol.
Sin embargo, yo no podía pasar desapercibido para mí mismo,
pues mientras caminaba, constantemente me volteaba a ver en el reflejo de algún
edificio de oficinas, casa, comercio o
local que tuviera cristales polarizados. Sentía como el cuello de la camisa se
rozaba contra mi piel, sentía como los puños almidonados hacían contacto con
mis muñecas, y sobre todo, con cada paso que daba, sentía el forro de satín de
los pantalones contra mis muslos. Tony tampoco dejó de notarlo, en una
oportunidad que tuvimos que parar para esperar el cambio del semáforo peatonal,
me hizo una foto sin avisarme. Tiempo después me la mostró y se podía ver como
traía las mejillas sonrosadas y una sonrisa un poco tonta en la cara.
A las pocas calles de caminar, decidimos entrar a una
cafetería, Tony tenía por costumbre beber una o dos tazas de café cada mañana y
comenzaba a sentir algo parecido al síndrome de abstinencia. El pidió un café
espresso y yo solo una botella pequeña de agua. En el café había unas cuantas
personas, tal vez alguno que otro ejecutivo que tenía que trabajar horas extras
en domingo, y aunque ninguno de ellos llevaba traje completo, el flujo
constante de gente que pasaba por la calle me compensaba con un trajeado de vez
en cuando.
En cuanto Tony terminó su café, salimos de allí y seguimos
caminando, había un grupo de hombres en el vestíbulo de un hotel, todos ellos
de traje, aunque tal vez un poco desaliñados, con el nudo flojo o en mangas de
camisa.
-Y qué harán ahí?
-Es muy probable que sean de algún servicio de taxis
ejecutivos – me contestó Tony
-Ah sí?-
-Sí, muchos hoteles business class tienen este servicio, y
requieren que los choferes que contratan se esmeren un poquito más en su
presentación personal.
Entramos a una tienda departamental que estaba contra esquina
de ese hotel, había algunas cosas muy llamativas, pero nada que no hubiéramos
visto antes.
-Y tus compras las sueles hacer en lugares como estos?
-Pues, si me lo preguntas, creo que prefiero comprar en tiendas más
pequeñas- me dijo Tony.
-Y cuál es el motivo?
-Por que por lo general tienen un surtido más elegante, en
las tiendas departamentales de ésta misma cadena, si te fijas con cuidado,
notarás que la ropa es siempre la misma en todas sus tiendas, las corbatas, los
zapatos, todo lo volverás a encontrar tienda tras tienda.
-No había pensado en ello.
-En cambio en las tiendas pequeñas como las que visitamos
ayer, los dueños eligen con más cuidado lo que van a vender, rara vez
encuentras dos corbatas del mismo diseño, o dos pares de gemelos iguales,
siempre vas a encontrar algo más clásico y elegante.
-Tienes razón, he estado queriendo encontrar unos garters
para mis calcetines pero no he visto nunca que los vendan en un almacén como
estos.
-Quieres unos? Creo que sé dónde encontrarlos.
-Pues a qué esperamos?! – le dije emocionado.
Salimos nuevamente a la calle, y tras caminar unos cientos de
metros, llegamos frente a un pequeño negocio cerca de la plaza de la
constitución, solo que me sentí decepcionado al ver que estaba cerrado.
-Es la desventaja de los domingos, a veces cierran, y ayer
olvidé por completo traerte aquí, lo siento.
-No te preocupes, ya habrá otra ocasión no?
-Y mientras que te apetece hacer?
-No sé, tú eres el que conoce por aquí, tú dime.
-Esta es la primera vez que pasas tiempo aquí en la capital
verdad?
-Sí.
-Que te parece si tomamos el Turibús? Se para justo aquí
enfrente y el recorrido dura un par de horas.
-Me parece buena idea!
Fue así que cruzamos la calle y Tony se formó en la fila para pagar. El próximo
recorrido salía dentro de 15 minutos, y solo había que esperar a que llegara el
próximo autobús.
Nos tocó sentarnos junto a unos turistas japoneses, que se la
pasaron tome y tome fotos la mayor parte del recorrido que hicimos junto con
ellos. Uno de ellos hablaba español e iba acompañado de un jovencito que a
todas luces era su ligue del día, el japonés de tanto en tanto le hacía
preguntas respecto a lo que iban viendo en el recorrido, y el jovencito se
inventaba unas respuestas bastante descabelladas con cierto hastío, yo creo que
no era la ilusión de su vida ser guía de turistas supongo.
La ruta que seguía el ‘Turibús’ nos llevó por los lugares más
representativos de la capital, se paraba brevemente frente a edificios y
monumentos y daban una breve explicación de la historia del lugar. Pasada más o
menos una hora del recorrido, Tony me preguntó si tenía hambre.
-Más o menos, por qué?
-Es que acabamos de entrar justo en un barrio donde está
lleno de restaurantes, qué se te antoja?
-Pues lo que sea estará bien no?
-Anda, piénsale, aquí hay de todo lo que te imagines!
-Pues nunca he tenido el gusto de ir a un restaurante árabe.
-Conozco uno que está cerca y la comida es muy sabrosa allí,
te va a gustar.
Nos bajamos en la siguiente parada que hizo el ‘Turibús’. Parte de las ventajas de hacer ese recorrido era que podías descender en
cualquiera de las paradas oficiales y volver a subir más tarde tan solo
enseñando una pulserita que nos habían dado al iniciar el recorrido.
Tony tenía razón, yo nunca había visto tantos restaurantes,
había por lo menos unos 3 o 4 por cuadra.
Tras caminar unas 6 calles, Tony
admitió que se había perdido, pues no dábamos con la calle que buscábamos.
Se acercó a preguntarle a un chico hipster que paseaba a su perro y al parecer
sí estábamos algo lejos.
Enfilamos con la dirección que el joven nos había dicho, pero
apenas caminamos una calle cuando nos topamos con un restaurante pakistaní en
la esquina.
-Pues yo creo que geográficamente están muy cerca, qué te
parece si entramos aquí? – le dije.
-Uy aquí también es buenísima la comida, alguna vez vine a
comer con la que era mi jefa hace ya algunos años, y sirven un pollo Tandoori
muy rico.
Efectivamente, el lugar olía muy diferente a cualquier restaurante
de los que yo hubiera visitado, era un aroma como a especias exóticas, que lo
único que consiguió fue que se me alborotara más el apetito.
Nos sentaron en una mesa del segundo piso, dejamos los sacos
en el respaldo de la silla y Tony fue al baño a refrescarse.
El mesero me trajo el menú y me preguntó si deseaba algo de
beber.
-Me gustaría esperar a mi amigo para ordenar, pero pudiera
traerme un poco de agua?
El mesero me dejó el menú y regresó al minuto con un vaso de
agua con hielo y la botella de agua más pequeña que yo hubiera visto en mi
vida.
Tony también regresó y me preguntó que se me antojaba del
menú.
Dejé que él eligiera, yo no conocía ninguno de los platillos
de la carta, y la única vez que había pedido algo sin preguntar en un
restaurante exótico, me trajeron un pulpo tan fresco que aún se movía.
Tony llamó al mesero que nos tomó la orden de inmediato.
Nos trajeron una bebida de yogurth con cardamomo que estaba
muy sabrosa y refrescante, un lassi según recuerdo. De comer nos trajeron un pollo color naranja con jugo de limón, un
arroz color azafrán que estaba buenísimo y unos aderezos con bolitas de pollo
con un condimento tan extraño que no supe si estaban dulces, saladas, o
picantes (solo sé que estaban muy pero muy sabrosas) y un pan naan para finalizar.
Tal y como prometió Tony, la comida estuvo deliciosa, nos quedamos ahí un momento después de terminar para que se nos bajara
un poco, y después volvimos a la calle.
Sin duda ese barrio no era un lugar para ver trajeados, se
podía ver a cualquier cantidad de jóvenes barbudos, con gafas de pasta,
gorritos calados hasta las orejas y pantalones que parecía que se los habían
pintado con aerosol, eso sí, todos paseando un perro. Las chicas iban por el
mismo estilo, pantalones ajustados, tenis de lona, pulseritas multicolores en
ambos brazos y las infaltables gafas de pasta.
Llegamos hasta una fuente donde había una parada del
‘Turibús’, nos subimos sin preguntar y ya cuando íbamos algo avanzados por el
recorrido nos dimos cuenta de que seguía una ruta diferente al que habíamos
tomado al principio.
-Tú relájate, es una de esas sorpresas que te hacen la vida
más interesante- me dijo Tony.
El Turibús nos llevó hacia el sur de la ciudad, y en el
trayecto pasamos por una famosa plaza de toros, un par de estadios de futbol y
la ciudad universitaria. Casualmente el recorrido incluía un centro comercial
enorme, y nos bajamos allí.
Había tiendas de todo lo que uno se pudiera imaginar, incluso
una donde vendían exclusivamente máquinas de café espresso.
Tony se acordó que necesitaba unos zapatos nuevos, de un
color que no había podido encontrar en ningún lado, así que nos recorrimos
todas las zapaterías del centro comercial y un par de tiendas departamentales
tratando de encontrar el par ideal. Tal y como me pasaba a mí en ocasiones,
Tony no encontró ningún par que fuera ‘el color’ que él quería, me pidió
disculpas por traerme de tienda en tienda y le dije:
-Oye, que no pasa nada, te acuerdas de la camisa de ayer? YO
TE ENTIENDO, cuando no es pues NO ES y punto! – le dije divertido.
Duramos un par de horas en el centro comercial, al salir
estuvimos esperando al Turibús cerca de 20 minutos, pero al ver que no pasaba
me dijo:
-Oye, y si nos regresamos de una vez al hotel? De cualquier
manera lo que nos falta del recorrido no era gran cosa.
Fue así que buscamos una estación del metro y en cosa de 20
minutos estábamos de vuelta a unas cuantas calles del hotel. Decidimos pasar
por el monumento a la Revolución que yo no había visitado, y después de
tomarnos unas cuantas fotos, seguimos nuestro camino. Justo una calle antes del
hotel, vimos una tienda de ropa para caballero, con un surtido increíble de
camisas, corbatas y accesorios en el aparador.
-No lo puedo creer! Tuvimos esto aquí a la vuelta todo el
tiempo?!- dijo Tony
-Sorpresas te da la vida – le dije.
La tienda cerraba a las 6, y nosotros entramos a las 5:45.
Sin duda al vendedor que nos atendió le cayó de perlas la última venta del día,
porque vaya que había cosas muy elegantes y no nos pudimos quedar con las ganas.
Tony se compró un par de corbatas de color predominantemente
rosado, a franjas, muy elegantes e ideales para usarse con un traje azul
marino. Yo compré una camisa de vestir de puño doble, de líneas rojas muy
delgadas y un par de pisacorbatas.
Estuvimos viendo todo lo que había en la tienda, y de verdad
me pesó no haberla descubierto antes, pero bueno, ya habría una próxima vez
supongo.
Regresamos al hotel, y después de quitarnos los zapatos y el
saco, nos tumbamos en cama a ver televisión.
-Te apetece salir a cenar algo? – me preguntó Tony.
-Pues justo ahora no, todavía ando un poco lleno, pero más
tarde no estaría mal.
-Sí, sirve y tú te estrenas tu camisa y yo alguna de mis
corbatas- me dijo con una sonrisa.
No me pude resistir y nuevamente nos juntamos en un abrazo,
que devino en besos apasionados y terminó en masturbación mutua. De verdad que
lo sentía por la mucama que tendría que cambiar las sábanas al día siguiente!
Dormimos una siesta breve, para las 9 de la noche ya
estábamos listos para salir nuevamente. Yo me había cambiado la camisa y me
había puesto la que acababa de comprar esa tarde, junto con una corbata de seda
lisa de un color rojo intenso que me prestó Tony. Él se puso una camisa rosa de
puños dobles y una de las corbatas que se había comprado en la última tiendita
que habíamos visitado esa tarde, tenía un acabado satinado y era de franjas
diagonales gruesas en color rosa y azul marino, le quedaba muy pero muy bien
con el traje gris.
Salimos al vestíbulo del hotel y el guardia de la entrada nos
preguntó si necesitábamos un taxi. Tony le dijo que sí y en cosa de un minuto
llegó un auto negro de modelo reciente, incluso me sorprendió que no estuviera
rotulado como un taxi de los que veía circular por las calles, pero como vi que
Tony se subió con la mayor confianza, pues yo hice lo mismo.
El chofer para ser tan joven iba muy bien vestido, la camisa
azul y la corbata de franjas plateadas le combinaban muy bien con el traje
negro, recto y de tres botones, definitivamente me estaba gustando y mucho la
Capital.
Llegamos al restaurante en aproximadamente 20 minutos,
resultó ser un lugar al aire libre, de tipo italiano, y muy pero muy animado a pesar
de ser un domingo por la noche, igual la gente se reunía para despedir al fin
de semana de una forma alegre ante la perspectiva del despiadado Lunes que
vendría después. La hostess nos pidió que esperáramos unos 20 minutos, pues no
habíamos hecho reservación y estaban llenos. Nos fuimos al Café de la ‘Sirena
de Dos Colas’…o de las dos piernas extremadamente flexibles según se le vea, y
ordenamos un par de smoothies. Noté que dos o tres personas nos voltearon a ver
cuando nos sentamos a la mesa, pero no duró más de dos segundos, tal vez y solo
les gustó la corbata de Tony, que de verdad estaba muy padre.
Los 20 minutos se nos fueron muy rápido, hablamos de los
arreglos que había hecho Tony para mí al día siguiente. Mi vuelo salía hasta
las 4 de la tarde, y Tony tenía una reunión también más o menos a la misma
hora, así que tendríamos la mañana para salir a caminar por ahí y entonces sí,
hartarme de ver trajeados en su hábitat natural.
Regresamos al restaurante y ordenamos una pizza, una ensalada
y unos martinis de pepino que estaban buenísimos.
-Y qué tal te ha parecido el fin de semana?
-Tony, no tengo palabras para agradecerte, de verdad que ha
sido una experiencia increíble para mí. Hasta hace unas semanas yo pensaba que
era el único loquito en este mundo que se excitaba con la ropa formal, y de la
noche a la mañana tengo una familia que me entiende y con la que puedo
compartir esto que había sido el secreto mejor guardado de mi vida, es
simplemente algo que me sobrepasa.
-Ya, ya, no hace falta agradecer, yo lo hago con todo el gusto
del mundo, este tiempo tan breve que hemos compartido me ha permitido conocerte
y acercarme a ti, y ver que eres ante todo una persona muy sincera y honesta
con sus sentimientos, espero no te lo tomes a mal, pero ha sido como llevar de
la mano a un niño pequeño y ver como descubre el mundo, me has hecho recordar
el por qué yo también amo esto que nos une como familia, y te agradezco que me
hayas permitido acompañarte.
Y fue así que brindamos por el fin de semana, una experiencia
genial para mí en todos los sentidos.
Tomamos un taxi de regreso al hotel, donde un bellman de
elegante uniforme nos abrió la puerta. Tony pasó un momento a la recepción en
donde le entregaron unos mensajes que le habían dejado mientras estuvimos
fuera.
Entramos a nuestra habitación en el décimo piso, la ciudad
seguía su marcha allá abajo, siempre ruidosa y caótica, me acerqué a la ventana
para contemplarla esa última noche que pasaría allí. Pude ver en el reflejo de
la ventana como Tony se iba acercando, primero puso sus manos en mi cintura y
después apoyó su mentón en mi hombro. Yo quise terminar bien esa noche, y
comencé a tocarle el paquete, aunque no había necesidad, Tony ya lo traía
durísimo.
Comenzó acariciándome las nalgas, y rápidamente pasó a la hebilla
de mi cinturón que desabrochó hábilmente, después cayeron mis pantalones y
finalmente mi calzoncillo.
En el reflejo del cristal se podía ver como sacaba un preservativo
del bolsillo de su traje y se lo ponía, lubricó un poco con su saliva y sin
decir más, me penetró. No tuve ningún problema en recibirlo, me da un poco de
pena admitirlo, pero me excitaba muchísimo la idea de hacerlo a la vista de
todo aquél que se tomara la molestia de voltear diez pisos más arriba del nivel
de la calle, aunque la verdad, dudo que alguien tuviera el tino tan exacto de
fisgonear precisamente hacia nuestra ventana. Yo recibía gustoso los empellones
de Tony al tiempo de que me masturbaba como loco. Tanto él como yo disfrutamos
mucho de ese momento en particular, y cuando llegamos al orgasmo, fue
prácticamente en sincronía.
Después de unos apasionados besos, nos dimos un baño caliente
y nos fuimos a dormir.
A la mañana siguiente desperté y Tony ya se estaba afeitando
en el baño, para ese día había decidido usar un traje de un tono gris un poco más
oscuro que el del día anterior, camisa blanca, una corbata de franjas color
naranja con negro y zapatos de color café.
Yo me decidí por un traje azul marino, una camisa blanca de
gemelos y una corbata morada con puntos
blancos, y un pañuelo a juego.
Tony me llevó hasta el espejo, en donde nos vimos reflejados
y nos ajustamos la corbata el uno al otro, nos dimos un larguísimo beso, para
empezar bien el día.
Salimos hacia la avenida a eso de las 9 de la mañana, donde
ya había por todos lados, trajeados y mas trajeados, hice el intento de contarlos, pero tal y como Tony había
adivinado, me rendí cuando llegué a 100, era imposible llevar la cuenta.
Caminamos hacia lo que era el edificio de la Secretaría de
Relaciones Exteriores, al parecer es un requisito para el trabajo tener buen gusto,
porque uno tras otro vimos desfilar a varios trajeados que fácilmente habrían
podido pasar por miembros de nuestra hermandad por su atención al detalle. Vi
zapatos muy bien lustrados, camisas de puño doble con sus correspondientes
gemelos, corbatas de seda que se antojaban exquisitas al tacto, trajes cortados
a medida, en fin, todo un banquete para un par de fetichistas como nosotros.
En una oportunidad Tony me pidió que me colocara junto a unas
bancas e hizo como que me tomaba una foto, aunque la verdad, solo le seguí el
juego para que le tomara la foto a un trajeado que estaba sentado por ahí y que
llevaba una corbata rosa espectacular.
Deambulamos un buen rato por el centro, y no me cansaba de
admirar a tantos y tantos trajeados, la ventaja de estar en una ciudad donde
viven millones de personas y que hay un clima fresco la mayor parte del año es
que los trajes son garantía.
Desafortunadamente la mañana se nos fue como agua, apenas si
tuvimos tiempo de entrar a una cafetería que estaba en el último piso de una
tienda departamental desde donde se podía ver un parque y los edificios del
centro histórico. Tony le pidió a un mesero que nos hiciera una foto para el
recuerdo.
Llegamos al hotel poco antes de la 1, yo tenía que estar en
el aeropuerto a más tardar a las 2 de la tarde, y ni siquiera había tenido la
precaución de dejar mi maleta lista.
Entre los dos recogimos mis cosas y las empacamos, ya casi
para cerrarla, me quité el saco y me aflojé la corbata, dispuesto a volverme a
poner los jeans, la camiseta y las zapatillas deportivas, Tony me detuvo.
-Porqué te cambias?
-Es que no puedo irme así, que tal si alguien me ve?
-Y qué importa que te vean?
-Pues con lo chismosa que puede ser la gente, que tal si es
alguien conocido y le dice a mis padres?
-Y cómo crees que sería más fácil que te identificaran?
Vestido impecablemente de traje y corbata, o en tus fachas habituales? Si
alguien te ve muy elegante, a lo más que podrán llegar es a tener la duda de si
eras tú, en cambio con tus jeans y tu camiseta, tendrán la seguridad- me dijo
guiñándome el ojo.
Me convenció.
El taxi pasó por mí a la 1:30, el trayecto al aeropuerto se
hacía en media hora desde allí así que a menos que tuviera la mala fortuna de
toparme con una manifestación o marcha, llegaría con buen tiempo.
Tony me dio un abrazo y me agradeció nuevamente por ese fin
de semana, yo hice lo mismo.
Mientras el taxi se alejaba, revivía en mi mente
todo lo que había sucedido en los días anteriores, había estado fabuloso, sin
mayor explicación. No me entristeció dejarlo porque sabía que lo vería
nuevamente en pocos días en ‘la casa’, lo que me entristeció fue darme cuenta
que yo difícilmente podría regalarle a él una experiencia como la que él me
había dado a mí.