Entre todos me ayudaron a quitarme el traje, que estaba
salpicado de semen por donde se le viera. Me quedé desnudo y me
dio un poco de pena, aunque no debería después de lo que había pasado, sin duda
estábamos en otro nivel de familiaridad ellos y yo.
Alguien me trajo una toalla y unas sandalias nuevas y me
señaló una puerta al fondo de la habitación para que fuera a asearme. Era un
baño muy amplio, que me recordó al de un country club, pues no le faltaba nada,
había una zona de regaderas donde podían acomodarse sin problema todos los del
grupo, un sauna, una pileta de agua fría también muy amplia y un jacuzzi, ese
sí de tamaño normal para 4 personas máximo.
Me di una ducha rápida para
quitarme el sudor y la sensación del semen en la cara. Cuando terminé, noté que
había una hilera de casilleros con el nombre de cada quien, me acerqué para ver
y me sorprendió ver mi nombre en uno de ellos. No solo se habían tomado la
molestia de hacerme un espacio ahora que ya era uno de ellos, también habían
puesto varios artículos de higiene personal como pasta y cepillo dental, espuma
de afeitar, bálsamo para después de afeitar, desodorante, spray para los pies,
peine y gel para el cabello.
Hice lo mismo que haría en casa después de darme un baño, ponerme
desodorante, peinarme y estaba a punto de cepillarme los dientes cuando recordé
que en algún lado había leído que después del sexo oral, no es lo más
conveniente lavarse los dientes, pues a veces el cepillado causa que te sangren
las encías o alguna herida previa que tengas en la boca, y por más que todos se
hicieran análisis cada tres meses, no me sentía
con la confianza de arriesgarme todavía por lo que me limité a usar
enjuague bucal.
Salí de ahí con el aliento más fresco que de costumbre,
envuelto en la toalla y preguntándome dónde estaría mi ropa. Mis ahora hermanos
me esperaban afuera del baño, y me llevaron hacia otra habitación anexa. Otra
sorpresa.
Lo que vi allí era nada más y nada menos que el clóset del
que me habían hablado cuando me dijeron las reglas del grupo. Dicho closet yo
lo imaginaba literalmente como un closet normal, como el que tenemos ustedes o
yo en casa, y vaya que estaba lejos de la realidad.
Parecía una boutique para
caballero en toda la extensión de la palabra. Era una habitación bastante
amplia, bien iluminada y que olía a una mezcla de olores entre cuero, lana, y
supongo que por el desodorante ambiental, a frutas tropicales.
A la derecha había dos hileras, una sobre otra de puros
trajes, en todos los colores, estilos y materiales. En la que quedaba de frente
al entrar había un espejo enorme que llegaba del suelo hasta el techo y a los
lados otra había dos bastidores (como un palomar) donde estaban enrolladas
cuidadosamente decenas y decenas de corbatas de todos colores y todos los
diseños imaginables. Había un par de mesas en donde estaban extendidas varias
corbatas más, según las más nuevas me explicaron. En la pared de la izquierda
había una vitrina grandísima donde había accesorios como sets de gemelos,
pisacorbatas, pasadores para corbatas, ligas para usar con calcetines largos,
ligas para ajustar el largo de las mangas de la camisa, pañuelos de seda y
cinturones.
Justo detrás de mí, había varios bastidores con zapatos, cada
par más formal que el par anterior, igual de todos los colores y en todos los
números.
Las camisas estaban colgadas en racks distribuidos por aquí y
por allá, todas eran exclusivamente para usarse con gemelos, al parecer era una
regla no escrita del grupo, pero sin duda no me molestaría seguirla.
Había dos divanes frente al espejo, como para poderse sentar
y pensar cuidadosamente que elegirías para ponerte.
-Hermano, queremos hacerte un regalo de bienvenida – me dijo
Víctor, quien se hizo a un lado para dejar pasar al Rojo, que traía un traje
dentro de una funda.
-Como todo fue muy rápido y queríamos que fuera una sorpresa,
se basaron en mis medidas para ajustarlo para ti, si mal no recuerdo somos la
misma talla, aunque eres apenas un poquito más ancho de cintura que yo – me dijo
el Rojo con un guiño.
Me dieron el traje, y abrí la funda con cuidado.
Simplemente no lo podía creer, era un traje Brioni,
hermosísimo, de color negro, raya diplomática, de tres piezas por supuesto, el
olor que emanaba era delicioso y embriagador, era de una lana más que fina.
-No sé qué decir.
-No digas nada y acéptalo como un regalo de todos nosotros,
después de lo que le hicimos a tu traje, es lo menos que podemos hacer por ti.
Me dieron una trusa blanca para que me la pusiera, los miré
extrañado, pues no las había usado desde que era niño, pero me explicaron que
eran la prenda clásica para ocasiones como esta. Me la puse no muy convencido,
pero una vez que me la vi puesta me gustó bastante como se veía. Tal vez les
diera una segunda oportunidad.
Entre todos me fueron vistiendo como si fuera un maniquí y fue orgásmico; primero unos calcetines negros con la punta en color dorado;
unas ligas de color azul marino con un broche dorado para asegurarlos a mis
pantorrillas; una camisa blanca almidonada que estaba deliciosa y unos gemelos cuadrados
de plata; después vinieron los pantalones del traje que me ajustaban muy bien
del largo y de la cintura, noté que traían botones cosidos por dentro a la
altura de la pretina, dos de cada lado y otros dos en la parte de atrás para
los tirantes que alguien me ayudó a colocarme. Me senté para ponerme los
zapatos, cuando terminé de anudarme las agujetas, levanté la cara y me
entregaron una caja alargada que traía una corbata de seda bellísima, me
sorprendió lo gruesa que estaba la tela, y de inmediato supe que era más
valiosa que todas las cosas juntas que tenía en mi closet en casa. Alguna vez
había leído sobre ellas, pero jamás pensé que tendría una para mí, era una
corbata de siete pliegues. Me enamoré de ella nomás verla. Era de franjas de
color rosa y azul marino de media pulgada de ancho, cada franja enmarcada por
dos finas líneas de color plata. A pesar de todo lo que había pasado hacía un
momento, volví a tener una erección de caballo y empecé a lubricar en el
momento en que empezaron a anudármela en el cuello.
Víctor la curvó un poco
hacia afuera y me colocó el pisacorbatas para que se quedara en esa posición.
Después me pusieron el chaleco, del que dejaron desabrochado el sexto botón de
abajo. Finalmente me puse el saco, que me quedaba como un guante, de hombros,
del pecho, del largo de las mangas, y que olía exquisito. El último detalle
consistió en un pañuelo de seda color blanco que el Rojo dobló con cuidado y me
lo colocó en el bolsillo de enfrente.
Cuando terminaron de vestirme y me miré al espejo, casi no
podía reconocerme, me sentía extasiado de estar vestido así, simplemente yo era
otro.
-Todos acérquense para la foto por favor- escuché que dijo
uno de mis hermanos.
Obedientemente, todos se fueron acomodando, y a mí me
pidieron que me sentara justo en medio, en el sitio de honor.
Alguien ya había colocado la cámara sobre el trípode y a la
cuenta de tres se tomó la fotografía. Me señalaron una serie de fotografías en
la pared que yo no había notado y me dijeron que cada que ingresaba un nuevo
miembro, tomaban una nueva, y que la mía la tendrían lista y enmarcada para la
siguiente reunión.
El resto de la noche se me fue en platicar con mis nuevos
hermanos, jugar billar, e iniciarme en fumar habanos, un poco fuertes para mi
primera vez, pero lo disfruté muchísimo. Ya era pasada la media noche cuando
algunos comenzaron a despedirse, los casados. Pude ver que se dirigían al baño
y se cambiaron los elegantes trajes por ropa más casual, supuse que una cosa
era inventarle a la esposa la excusa plausible de que se irían a jugar poker
con los amigos y otra muy distinta salir de casa vestido como para ir a una
boda y esperar que no sospechara nada. Todos me dieron un apasionado beso de
despedida, y quedaron de llamarme para ponernos de acuerdo y pasar un día
juntos por separado.
Le pregunté al Rojo si nosotros nos iríamos pronto y me dijo
que nos quedaríamos a dormir allí. Nos excusamos y dimos las buenas noches. Me
llevó a una habitación en la segunda planta y nos quitamos el saco y los
zapatos únicamente. Nos metimos a la cama y nos entrelazamos en un abrazo y nos
dimos un beso largo y húmedo, no pude resistirlo y nuevamente nos masturbamos
uno al otro, aunque esta vez puse especial cuidado en no manchar mis pantalones
ni mi amada corbata. Después de casi una hora de estar jugueteando, finalmente
me ganó el sueño y me quedé dormido en sus brazos.
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