Recibí la llamada de Roberto el miércoles por la tarde, un
par de días después de que regresé del ‘fin de semana en el campo’. Esa voz de
un registro tan grave y sensual me hizo sentir escalofríos.
-Muchacho, tengo mi turno esta semana, pero dispongo
solamente del día viernes, crees que te puedas tomar el día?
-Tengo escuela, pero no estoy en periodo de exámenes ni nada,
bien me puedo ir de pinta sin ningún problema.
-Espléndido, a qué hora puedo pasar por ti?
-Te parece bien si nos vemos a las 9 en un café que está
cerca de mi casa? Ya de ahí nos podemos ir a cualquier otra parte que desees.
-Me parece bien, dónde es ese café que dices?
Le di las señas del lugar, y quedamos de vernos ahí el
viernes a las 9 en punto.
En la tarde del jueves estuve chateando con el Rojo y le
comenté que al día siguiente tenía mi cita con Roberto.
-Te recomiendo que lleves una mente muy abierta- me dijo
-Por qué lo dices?
-Roberto es un suitlover tan comprometido como tú y como yo,
pero tiene apetitos un poco fuera de lo común.
-Lo dices por lo de la nalgada que me dio aquélla vez en la
casa?
-Así es, pero es un poco más complicado que eso.
-Creo que me estás asustando.
-No, no hay nada que temer, simplemente puede que sea algo
diferente, además ya sabes que nadie te va a obligar a hacer nada que no
quieras.
-Estás seguro?
-Absolutamente, nuestra hermandad es de caballeros.
Esa noche estuve tratando de decidir que ponerme. El Rojo me
había pasado por la tarde a dejarme un par de trajes del amplio guardarropa de
‘la casa’ a fin de tener más opciones, y dado que la cita sería durante el día,
me decidí por uno gris claro de tres piezas, camisa azul, gemelos de oro y
corbata azul plomizo con pequeños puntos blancos. Los zapatos eran unos
clásicos bostonianos de color café y un cinturón a juego. Ahora el problema
sería cómo salir de casa vestido así sin que alguien más me viera, no era que
les fuera a parecer extraño que saliera de traje y corbata a la escuela, puesto
que ya lo había hecho anteriormente con la excusa de que tenía una exposición,
lo que tal vez pudiera parecerles raro es que de pronto yo tuviera tantos
trajes, camisas y corbatas nuevos, y ahí si no iba a saber cómo explicar de
dónde habían salido.
Los pantalones eran grises y no pensé que nadie los fuera a
notar, la camisa al ser de gemelos la llevaría arremangada, la corbata y el
chaleco los podría traer en mi mochila, y el saco me lo llevaría en la mano.
El viernes me desperté desde las 6, se me fue el sueño por
completo y para las 7 ya estaba bañado, afeitado y perfumado. Traté de ver algo
de tele para que se me pasara el tiempo, pero los segundos se me hacían
eternos. Por fin escuché que mi papá salía a trabajar por ahí de las 7:30, y mi
hermano poco después a las 8 en punto. Ya eran dos testigos menos, ahora solo
faltaba esperar qué estaría haciendo mi madre para cuando tuviera que salir.
A las 8:30 me terminé de acicalar, puse la corbata en mi
mochila, y el saco lo doblé con cuidado y me lo llevé en un brazo. A las 8:40
bajé las escaleras, y tras gritar un –ya me vooooy- salí de allí como alma que
lleva el diablo. El café estaba a escasas 4 calles de mi casa, llegué directo
al baño y me puse la corbata, el chaleco, el pañuelo y los gemelos. Al salir de
ahí, nuevamente era todo un caballero vestido elegantemente de pies a la cabeza.
Roberto llegó justo cuando yo iba saliendo del baño. Nos
dimos un abrazo discreto, como dos amigos que se encuentran por casualidad después
de algún tiempo de no verse.
Tal y como era de esperarse, Roberto iba impecablemente
vestido, traje azul marino con un patrón de cuadros, de 3 botones, camisa
blanca con gemelos de plata cuadrados y una sencilla corbata lisa de seda azul
violeta. Se me hizo lindo el detalle de una argolla de oro en su mano
izquierda, aunque para mí era un poco difícil imaginar siquiera lo que
implicaba llevar una doble vida.
Nos sentamos en una de las mesas del fondo. Pedimos café y
pan dulce que nos trajo enseguida un mesero con el pelo engominado y camisa
blanca con pajarita negra.
Roberto preguntó que tal me había ido en el viaje, qué tal
iba en la escuela y demás y pues le conté algunos detalles, aunque lo que me
interesaba era saber de él.
Me contó que era catedrático universitario, aunque tenía un
par de años que era coordinador de la carrera de Licenciatura en Economía en
una universidad privada, de mucho renombre, ahí en la ciudad. Casado desde
hacía 20 años, tenía dos hijos varones, uno de 16 y otro de 13 años.
-Oye, no es asunto mío ni nada, pero no te causa algún
conflicto ser parte de la hermandad con la vida de señor casado?
-No, para nada, son dos cosas totalmente separadas, cada una
tiene su tiempo y su espacio y no se mezclan para nada.
-Y nunca han estado cerca de descubrirte?
-No, al menos no que yo haya sabido, esto de tener como
hermanos a varias personas más ayuda mucho a la hora de cubrir huellas,
proporcionar coartadas y eso.
-Y a tu esposa no se le hace raro que salgas tan guapo y bien
trajeado los fines de semana?
-Ella sabe que me gusta vestir así, no le parece raro, lo
acepta como parte de mi personalidad y ya.
-Es una suerte, a mí todavía me da un poquito de pena andar
así en mi casa.
-Pero por qué? Te ves muy bien de traje, se nota que lo sabes
llevar!
-Muchas gracias, pero como no tengo una buena razón para
usarlos, pues luego empezarían las preguntas y no me siento con ánimos de
inventar razones.
-Tal vez al principio, pero más temprano que tarde verás que
se acostumbrarían y después sería lo más normal del mundo.
-Sí, pero todavía queda lo de la escuela.
-Ya pensarás en algo – me dijo mientras yo le daba el último
sorbo a mi café – nos vamos?
-Claro, cuando quieras.
Roberto le pidió la cuenta al camarero y pagó, ya estaba
intentando sacar mi billetera pero él se negó rotundamente.
Nos subimos a su coche y después de unos 15 minutos, llegamos
a un edificio de apartamentos. El estacionamiento era subterráneo, y el espacio
donde aparcamos estaba justo junto a la escalera.
Curiosamente, el departamento
al que íbamos también resultó ser el primero al que llegamos.
El lugar estaba bien decorado, elegante. Para ser un
departamento me pareció muy amplio y cómodo. Había una salita con sillones de
cuero color café y un tapete persa, una cocina pequeña pero se veía que estaba
bien equipada, un cuarto de lavado, un baño de visitas y dos recámaras. Eso sí, todas las ventanas estaban cubiertas por cortinas oscuras y gruesas.
En las paredes había varias fotografías enmarcadas, entre ellas una de
Víctor en sus años de colegial con el famoso uniforme que tanto le ponía; otras
del Sr. Gibran con sus parientes varones allá en Líbano, una de Roberto solo en
el día de su boda, muy serio de traje gris oscuro, corbata color plata y camisa
blanca de gemelos, muy guapo. Me llamó mucho la atención una foto grupal donde
salían todos vestidos de frac, le pregunté a Roberto de cuando había sido y me
contó que del año anterior, en la fiesta de aniversario de la hermandad.
-Y de quién es éste apartamento? – le pregunté
-La renta y los servicios los pagamos entre Leonardo, Alejandro y yo. La limpieza la hacemos entre todos, no nos sentimos cómodos trayendo a una persona ajena a nosotros para que se encargue del aseo. Como
somos casados, comprenderás que no podemos ir a un hotel o motel, es un riesgo
innecesario. También como te habrás dado cuenta, el apartamento es el primero al
entrar, así evitamos que nos vean incluso los vecinos. No venimos
todas las semanas ni siempre que venimos es para hacer cosas de las que nos gustan, a veces simplemente es para pasar un rato a solas y tranquilos. Tenemos asignados los días por rol. Los lunes y los jueves le
toca a Leonardo, martes y viernes a mí y los miércoles y los sábados a
Alejandro. El domingo por lo general lo pasamos con la familia.
-Es un arreglo muy conveniente para todos – le dije y me
acerqué a darle un abrazo.
Me urgía sentir con mis manos la ropa de Roberto, oler el
cuello de su camisa, pasar mis labios por su cuello y rozar los puños de su
camisa contra los míos.
Él también pareció responder a mis avances, pues en cuanto
tuvo oportunidad, me tocó las nalgas y me las apretó, y como no queriendo la
cosa me dio un golpecito suave, como si estuviera tanteando la situación. Yo ya
iba prevenido por el Rojo y más o menos sabía que podía esperar, pero iba
decidido a probar lo que hubiera para mí ese día.
Nos sentamos en uno de los sillones de la sala, y yo comencé
a recorrer con mis manos todo su cuerpo. Su traje olía delicioso, a lana recién salida de la
tintorería. El cuello y los puños de su camisa estaban duros y firmes, al
acariciarle el pecho y la espalda a manos llenas, la tela de su camisa hacía
ese crujido que solo se escucha cuando está perfectamente almidonada y
planchada. Su corbata era de una seda muy suave y mis labios resbalaban sin
problema y me causaban cosquillas.
Después de un momento de estar jugueteando, Roberto cambió de
posición, ahora era él quien me exploraba a mí, sus manos recorrían mi cuerpo
de arriba abajo, y no se detenía de curiosear cuando algo le gustaba, por
ejemplo el cuello de mi camisa, mis puños, se pasó un buen rato sobando esas
partes duras de la camisa que él dijo que le enloquecían. Besó con todo cuidado
mis gemelos y después comenzó a recorrer con su nariz la zona de mi cuello que
se juntaba con el cuello de la camisa.
De pronto me pidió que me quitara el saco, quería jugar
libremente con la espalda satinada de mi chaleco. Así lo hice y me sentó a
horcajadas sobre él.
Ahora que estábamos frente a frente podía ver en sus ojos esa
mirada que ya había observado en otros de mis hermanos pero no él, y era una
mirada de lujuria total, una ansiedad por tocar y disponer del cuerpo y las
ropas de otra persona que tiene lo mismo en la mente que uno.
Me besó con ganas, nada de besitos tiernos, Roberto me estaba
follando la boca con su lengua mientras con una mano recorría mi espalda
cubierta de satín resbaloso y con la otra me iba tocando el pecho, el cuello y
de vez en cuando sus dos brazos se encontraban alrededor de mí y me estrujaban
en un abrazo estrecho y fuerte.
Tras un buen rato de juguetear, yo estaba mas que excitado, creo que incluso estaba a punto de venirme, incluso sin tocarme, la
personalidad tan fuerte y masculina de Roberto me excitaba hasta ese grado. Me
abrí la bragueta y saqué mi miembro, dispuesto a aliviar esa tensión que estaba
crecida a más no poder en mí, cuando él me detuvo.
-Te quiero proponer algo – me dijo, con una mirada que era
una mezcla entre súplica, pena y deseo.
-Tú dirás.
-Hay algo que me gustaría probar contigo, tal vez es un poco
diferente a lo que has hecho hasta ahora, pero te prometo que si te dejas
guiar, será un placer del que no te arrepentirás.
-Eso me intriga – le dije, aunque comenzaba a imaginar por
dónde iría la cosa.
-Es un juego de roles, una de las cosas que me apasionan en
este mundo es educar, y la educación tiene muchas aristas, y con este juego, tú
y yo exploraríamos una de ellas, que no se ve muy a menudo.
-Nos quedaremos en traje?
-Te lo garantizo, es casi que la parte más importante del
juego – me dijo ya con una sonrisa.
-Pues entonces soy material dispuesto! Tú dime qué es lo que
hay que hacer.
-Bien, te explicaré unas reglas básicas que tendrás que
seguir – me dijo mientras me tomaba de la mano y me llevaba hasta una de las
habitaciones.