domingo, 13 de marzo de 2016

Ep. 45 - Evento privado

Al paso de unos días, Mateo fue a buscarme a casa muy temprano, me dijo que habría otro ‘evento privado’ esa misma tarde y me preguntó si estaba interesado, yo por supuesto, le dije que sí de inmediato. Me fui preparado y me encontré con él al salir de la universidad.
Esta vez fue un auto el que pasó a recogernos, a diferencia de la ocasión anterior, solo íbamos el chofer, Mateo y yo. Llegamos nuevamente a la enorme casa y entramos por la cocina. Yo esperaba ver a un ejército de jovencitos preparándose para el ‘evento’ y por lo menos a la misma cantidad de cocineros y meseros de la vez anterior, pero no, solo éramos un solitario cocinero y nosotros dos. Mateo me llevó directo a los vestidores donde ya nos estaban esperando un par de fracs que utilizaríamos de uniforme.
Nos dimos una ducha rápida y nos alistamos enseguida. En la cocina el chef ya tenía preparadas algunas bandejas con bocadillos, nos volteó a ver y nos dió una sonrisa de aprobación, como lo mencioné antes, no nos veíamos nada mal vestidos de etiqueta, aunque solo fuera para servir de camareros. Mateo y yo nos dimos a la tarea de surtir el bar del saloncito y preparar la mesa para la cena. Los invitados comenzarían a llegar en apenas media hora, pero nos las arreglamos para tener todo listo.
El anfitrión, Don Giuliano bajó puntual a las 8 de la noche, pidió un whisky y se puso a conversar con Mateo en algún dialecto raro (después me dijo que estaban hablando en siciliano), era obvio que él también era del mismo terruño. Yo medio entendía alguna que otra palabra, pero en general no me enteré de lo que estaban conversando.
Los primeros coches llegaron a las 8:15 y los invitados llegaron uno tras otro, aunque en esta ocasión solo fueron otros 3 caballeros, entre ellos el Sr. Gibrán.



Se sentaron a conversar en los sofás del saloncito mientras se bebían un coctel. Poco antes de las 9 un mayordomo salido de la nada nos indicó que pasáramos a la cocina para ir llevando la cena al salón comedor. A las 9 en punto, entraron Don Giuliano, sus tres invitados y se sentaron a la mesa. Comenzamos a servirles los platos mientras seguían en su plática de negocios. De cuando en cuando el mayordomo les rellenaba las copas de vino, y cada que Don Giuliano terminaba su platillo, los demás dejaban de comer y nosotros hacíamos el cambio de tiempos. Al estar escuchando la plática, me enteré de los nombres de los otros dos, el Sr. Valastro y el Sr. Balbi.
Después de haber recogido los platos del postre, Don Giuliano le indicó al mayordomo que se quedarían a la mesa y pidió que les trajeran whisky y puros para seguir con la velada.
Mateo se apresuró a traer vasos, hielo y el whisky mientras yo les repartía los puros y se los encendía. Nos quedamos en un rincón, al pendiente de lo que se les pudiera ofrecer. Pasados algunos minutos, Don Giuliano le hizo señas a Mateo para que se acercara. Creo que ya lo habían acordado antes o ya lo había hecho con anterioridad, porque sin mediar palabra, Mateo se puso de rodillas y comenzó a hacerle una mamada a Don Giuliano. Los otros 3 caballeros seguían conversando con él como si nada, la charla fluía y Mateo parecía disfrutar de la tarea que tenía encomendada, pues Don Giuliano tenía un miembro razonablemente largo y muy regordete. Escuché que le dijo algo en su dialecto a otro de los invitados, el caballero respondió afirmativamente.
-Eh tú, muchacho, ven, acércate.
-Sí señor?
-Mi invitado desea que le hagas una mamada.
-Perdón?
-Que te hinques y le hagas una mamada.
El Sr. Valastro no era nada feo, un caballero de unos 40 años, bronceado, de cabello y ojos negros, ceja poblada, peinado relamido hacia atrás, nariz levemente aguileña pero de facciones agradables, con una barriga leve.
No me hice del rogar, me puse de rodillas y le abrí la bragueta para encontrarme con un miembro grande y bien formado. Apenas estaba semierecto, pero fue cuestión de darle dos o tres lamidas y cobró vida.
Ahí estábamos Mateo y yo, lado a lado mientras le hacíamos sendas mamadas a los invitados. El Sr. Gibrán y el otro caballero de vez en cuando volteaban y se tocaban el paquete, como si también lo estuvieran deseando pero no quisieran tener la descortesía de interrumpir el disfrute de los otros dos.
La conversación subió de tono muy rápido, el Sr. Balbi, un hombretón de cabello y barba rojiza, de ojos también muy negros, bastante ancho de espaldas y buena estatura se levantó de su silla y comenzó a besarse con Don Giuliano. Yo de reojo podía ver que el Sr. Gibrán solo se sonreía mientras veía la acción, pero no se involucraba activamente, solo se puso de pie y le acariciaba la espalda a los demás mientras me decía cosas como -Sí, disfrútalo, goza de esa verga muchacho, es toda para ti.
Pasaron unos minutos y Don Giuliano me dijo que me detuviera, creo que ya estaba cerca de venirse, así que me levanté y aproveché para ajustarme la pajarita y la chaqueta del frac. De pronto sentí la respiración de alguien en la nuca, era el Sr. Balbi, quien me abrazaba desde atrás al tiempo que me desabrochaba los pantalones. Sin decir más, me tomó en su brazos y me levantó en vilo, colocándome boca arriba sobre una esquina de la mesa. Entre él y el Sr. Gibrán me terminaron de quitar los pantalones, tarea que no era sencilla considerando que llevaba tirantes, pero al final terminé sobre esa mesa, con los tobillos al aire y el culo expuesto y vulnerable. Don Giuliano se acercó, se escupió en la mano y comenzó a lubricar mi agujero, con dedos hábiles y decididos. Yo estaba bastante excitado de por sí, así que no tardé en ceder lugar a esos dedos, pronto no me cabían uno sino tres. Todos los demás, incluído Mateo, se alternaban para besarme o meterme el pene en la boca. Yo cerré los ojos y disfrutaba tratando de adivinar cuál de ellos era el que me estaba besando, o de quién era el pene que estaba saboreando mientras Don Giuliano seguía haciendo lo suyo, lenta y cuidadosamente.
En el momento menos esperado, sentí que me jalaban a la orilla de la mesa y la inconfundible sensación de ser penetrado. Los dedos solo te preparan para lo que viene, pero un pene siempre es más largo y más grueso, y Don Giuliano no estaba siendo precisamente gentil, me follaba rápido y fuerte. Yo trataba de distraerme de esa sensación masturbándome y succionado con más fuerza el pene que tenía en la boca, pero la verdad es que me estaba doliendo al punto de ser incómodo. Traté de decirle que tuviera más cuidado y me ignoró, siguió dándome de empellones. Traté de empujarlo e incorporarme pero los demás invitados me sujetaron de los brazos con fuerza, obligándome a permanecer de espaldas en la mesa, sin que Don Giuliano se detuviera o aminorara el ritmo con que me estaba follando.
Yo estaba genuinamente asustado y deseaba que se detuviera, pero todos mis ruegos continuaron siendo ignorados.
-Por favor Don Giuliano! Me está doliendo! Deténgase!
-’Stai zitto putana schifosa!- me contestó presa de un total frenesí
Yo gritaba del dolor, y genuinamente estaba tratando de zafarme, pero entre los demás me tenían completamente dominado. Me besaban y me decían cosas al oído como:
-No te resistas o te va a doler más!
-Déjate ir, gózalo!
-Lo estás disfrutando, no finjas!
Esto  continuó por no sé cuanto tiempo, pero los minutos se me hicieron eternos. Finalmente Don Giuliano comenzó a gemir más y más fuerte y sentí como eyaculaba dentro de mi. Fue una sensación de alivio cuando finalmente me dejó.
El problema es que no tuve ni un minuto de tregua, porque apenas se retiró Don Giuliano, el pelirrojo Sr. Balbi se abrió camino, sin pedir permiso ni nada, comenzó a follarme también. Su pene era un poco más estrecho que el de Don Giuliano, por lo cual no me dolía tanto, sin embargo sí era más largo, y sentí que llegaba mucho más profundo y comenzaba a estimularme un poco más. Me follaba igual de rápido y fuerte, pero la sensación no era tan dolorosa ya. El Sr. Gibrán y Mateo, quienes me sostenían de los brazos, no habían aflojado ni un poquito todavía, el Sr. Valastro se ocupaba de mi boca, ya fuera dándome besos apasionados o metiéndome el pene a la fuerza en la boca y casi me ahogaba.
Para cuando el Sr. Balbi comenzó a gemir más fuerte, seña inequívoca de que estaba por eyacular, el Sr. Valastro comenzó a masturbarse y al tiempo que uno eyaculaba dentro de mí, el otro lo hacía sobre mi ropa. Pude levantar la cabeza para ver y sentir como los trallazos de semen caían sobre mi pecho y cuello. No sé si sería algo común entre ellos el sincronizarse para eyacular, pero se dieron de palmadas en la espalda y se besaron apasionadamente. Fueron a sentarse junto a Don Giuliano, y le dijeron a Mateo:
-Fóllatelo tú ahora, sé creativo.
Yo estaba agotado, y a pesar de que me sentía genuinamente violado, estaba más caliente que nunca.
Mateo y yo habíamos follado varias veces ya y nos habíamos agarrado el punto, él sabía qué me gustaba y yo sabía que cosas le daban placer.
Comenzó metiéndome el pene a la boca para que le hiciera una mamada mientras yo comenzaba a masturbarme. Me acaricié el torso para sentir las solapas del frac, el chaleco y la camisa almidonada, me excitó sobremanera sentir el semen del Sr. Valastro todavía sobre mi ropa, sobre mi cuello, comencé a esparcirlo sobre las diferentes prendas y lamentándome por dentro de que no podría quedarme con ese frac para futuras sesiones.
Cuando el pene de Mateo estuvo bien duro, se subió a la mesa conmigo, me separó las piernas y me lo metió de un empujón. No me dolió para nada, a esas alturas yo ya me encontraba completamente dilatado, y a pesar de que Mateo tenía un pene de buen tamaño, solo sentí placer desde el primer momento. Comenzó a darme duro y rápido como los dos anteriores, a veces se acercaba a mi y me besaba con pasión, sentía su lengua entrando y saliendo de mi boca y yo me dejaba hacer. Me cambió de postura, y me puso en 4 patas, hizo a un lado las colas del frac y me penetró nuevamente. Comenzó a hacer un juego que me gustaba mucho, me lo metía hasta el fondo y luego me lo sacaba por completo, para volvérmelo a meter. Alternaba la velocidad con que lo hacía, así que no no estaba seguro de en qué momento me iba a volver a entrar, a veces las penetraciones eran muy rápidas, y en otras se tomaba su tiempo para hacerlo, al punto de que yo le decía -ya métemelo por favor!
Don Giuliano y sus invitados nos observaban desde sus sillas, ocasionalmente le decían a Mateo que variara la velocidad, o que me cambiara de postura, cosa que él hacía para complacerlos. Finalmente, me puso boca arriba y comenzó a masturbarse, y sentí sus chorros de semen caliente cayendo sobre mi cara y cuello al tiempo que exhalaba con satisfacción.
-Creo que solo falto yo - dijo el Sr. Gibrán y se acercó a mi.
Me hizo bajar de la mesa y arrodillarme, me metió su pene cabezón a la boca y no tardó en estar duro y dispuesto. Sentía como cada empellón me llegaba hasta la garganta y eso me excitaba todavía más.
Me indicó que le desabrochara y le bajara los pantalones, cosa que hice, dejando al descubierto sus calcetines transparentes con ligas, comencé a acariciarle las piernas, mis lo manos recorrían de arriba a abajo y escuchaba como su respiración aumentaba de ritmo.
Se sentó y me atrajo hacia él. Yo sabía lo que quería, así que tomé su pene, lo acomodé justo para que me entrara y me senté lentamente, sintiendo como su carne me iba entrando centímetro a centímetro. Comencé a darle velocidad y yo también comencé a disfrutar plenamente de la situación. Escuchaba como Don Giuliano volvía a la carga y se besaba ruidosamente con el Sr. Balbi y el Sr. Valastro.
El Sr. Gibrán me acariciaba las solapas del frac, me tomaba de los hombros y me sujetaba para tener más control y penetrarme más rápido, y yo solo gemía de placer y lujuria.
Duramos así un buen rato, hasta que me dijo que quería cambiar de postura. Me volvió a poner en 4 patas, pero esta vez volteando hacia los otros invitados.
Ha sido una de las escenas que mejor se me han quedado grabadas en la mente. Recuerdo perfectamente los sonidos, el olor a semen, la sensación de los besos y de las vergas que entraron y salieron de mi boca esa noche, y sobre todo, la elegancia con la que todos estábamos vestidos.
El Sr. Gibrán no pudo resistir mucho más, y comenzó a exhalar y a gemir muy alto, antes de recargarse sobre mi espalda y abandonarse al placer que sentía.
Cuando su pene se puso flácido, salió solito de mi culo, junto con una gran cantidad de semen. Esto terminó de animar al público que nos observaba, quienes se levantaron de sus sillas y comenzaron a masturbarse frente a mi, para ir eyaculando uno a uno y cubrirme la cara por completo con semen. Yo ya no podía más, me recosté en el piso y me vine casi al instante. Fue la culminación perfecta para una noche bastante inusual.
En el sentido estricto de la palabra, yo había sido violado, pero comenzaba a dudar si en verdad lo habría sido considerando que lo había disfrutado enormemente. Decidí ignorar todas estas cuestiones y me convencí a mi mismo de que simplemente lo había hecho por trabajo.
Los invitados agradecieron a Don Giuliano por la velada y se despidieron. Mateo me ayudó a arreglarme la ropa para regresar a los vestidores, aunque era evidente que cualquier persona que trabajara en esa casa estaba al tanto de lo que ocurría allí cuando el patrón tenía invitados a cenar.
Nos dimos una ducha rápida, pues nos habían dicho que un coche nos llevaría a casa dentro de 20 minutos.
El mayordomo nos entregó un sobre con la paga por nuestros servicios, muy generosa debo decir, era suficiente para cubrir mis gastos por un mes, o para gastarla en algún capricho que tuviera, tal vez un traje hecho a medida? Un frac propio con todo y sus accesorios? Un viaje? Igual no tenía que decidirlo de inmediato, pero supe que a la próxima que Mateo me dijera que había algún evento especial, acudiría sin dudarlo.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Ep. 44 - El empleo de medio tiempo

Un sábado en la madrugada, después de terminar un evento y que habíamos dejado todo reluciente de limpio, Mateo me preguntó si tenía algo que hacer para el martes.
-Nada especial, por?
-De vez en cuando trabajo en eventos privados, y para el del martes nos hace falta un camarero. Deberías venir, el pago es bueno, muy bueno, y las propinas aún más.
-De qué hora a qué hora sería?
-Sería temprano por la tarde, a eso de las 6, tendríamos que estar allí preparándolo todo desde las 3, por lo general se termina a las 10 u 11.
-Creo que podría, mi última clase termina a la 1.
-Perfecto, pasaré por ti.
El martes, Mateo llegó puntual por mí. Me disponía a empacar el típico uniforme de mesero, de pantalón negro, camisa blanca, pajarita negra y dos delantales, uno blanco y uno negro.
-No hará falta, allá nos darán el uniforme, es un evento de otro tipo. Solo lleva tus artículos de higiene personal.
-Si tú lo dices.
Salimos de casa y me sorprendió ver que nos esperaba una minivan. Dentro ya había otros 6 o 7 jóvenes, aunque no les vi mucha pinta de camareros. Se veían de unos 16 o 17 años cuando mucho, muy, y en verdad hay que aclarar, muy guapos todos ellos, de cabello rubio y ojos azules algunos, y de cabello castaño y ojos verdes los otros.
El transporte nos llevó hasta una villa en las afueras de la ciudad, tuve un poco de problemas para orientarme porque nunca había estado por esa parte, pero Mateo notó mi preocupación y me dijo que no me preocupara por esos detalles, que al finalizar la fiesta, nos llevarían de regreso hasta nuestra casa.


Nos hicieron bajar en la parte de atrás de la casa principal, y entramos a una cocina enorme, donde ya estaban trabajando 4 cocineros a toda prisa. Vi a otros dos hombres  jóvenes que estaban puliendo cubiertos así que supuse que serían camareros como yo.
-Hola Mateo, me alegra que hayas podido venir otra vez- dijo una voz cantarina y levemente afeminada.
La voz pertenecía a un individuo bajito y delgado, de unos 50 años que se presentó como Salvatore. Cuando Mateo me presentó como su amigo ‘el que te conté’, me saludó muy efusivamente y me agradeció por haber venido con tan poco tiempo de aviso, ya que ellos normalmente contrataban a los meseros con semanas de anticipación.

Me hizo pasar a una oficinita donde me entregó lo que parecía ser un contrato, yo estaba extrañado de que tuviera que firmar algo para un evento de un solo día, pero cuando lo leí vi que era un acuerdo donde se especificaba que yo me obligaba a mantener en la más estricta confidencialidad cualquier cosa que viera o escuchara.
-Es una mera formalidad, no te asustes - me dijo Salvatore -es solo que a nuestros clientes les gusta mantener su privacidad, y todos los que estamos aquí tenemos que firmar uno, no es nada extraordinario.
Terminé firmando, aunque no muy convencido, fue mas que nada la promesa de un buen pago lo me hizo decidirme, además ya había ido hasta allá y dado que Mateo no parecía darle la menor importancia, me sentí seguro.
Salvatore me llevó de vuelta a la cocina donde me puse a ayudar a los otros camareros. Entre las tareas que tuvimos fue montar el servicio completo en un suntuoso salón comedor donde había una mesa para 30 personas. Terminando allí, nos dedicamos a surtir y preparar un bar para los invitados. Terminamos apenas pasadas las 5 y nos dieron la instrucción de que nos aseáramos y nos vistiéramos con el uniforme.
Salvatore me llevó a una habitación contigua a la cocina, que resultó ser el guardarropa, y aunque él no tenía ni idea, yo me sentí engolosinado de ver todos los uniformes que colgaban ordenados en sus respectivos ganchos. Cuando me dijo que ese día llevaríamos frac, yo casi me desmayo de la emoción. Durante mucho tiempo había ansiado poder vestir de frac y ahora tendría la oportunidad de hacerlo, encima de todo me pagarían por ello!
Buscó entre los que había disponibles en el armario y encontró una chaqueta de mi talla y unos pantalones que me quedaban un poco ajustados, pero él dijo que así se me verían mejor. La camisa estaba perfectamente planchada y almidonada y venía junto con un cuello desprendible, también almidonado de una manera extrema. El chaleco y la pajarita parecían ser del mismo material, una tela muy fina que después supe que se llamaba ‘piqué’. Los tirantes eran de color blanco, con sus respectivas tiras de cuero para abotonarse al pantalón. Los botones y los gemelos también venían en un set, eran de color plateado con el centro de madreperla. Finalmente me entregó unos zapatos negros de charol y unos calcetines transparentes.
-Ve y cámbiate, creo que te quedará perfecto.
Me señaló una puerta y entré a lo que parecía ser un vestidor comunal, había lockers, bancas, regaderas y lavamanos con grandes espejos.
Me di una ducha rápida, estaba que me comían las ansias de ponerme el frac y no quería prolongarlo más.
Mateo se apresuró a ayudarme con el uniforme, parecía que se había autonombrado como mi valet, pues para cuando salí de la ducha, ya le había colocado los tirantes a mis pantalones y me fue pasando las cosas de una por una.
Comencé por los calcetines, de un material muy suave y resbaloso, se veían casi como pantimedias, aunque los hilos eran un poco más gruesos. Lo siguiente fueron los pantalones, que traían un forro de satín negro hasta las rodillas, la sensación fue exquisita. Los zapatos de charol me quedaron como un guante, nunca había usado unos pero me gustó el brillo que tenían. Mateo me pasó después la camisa ya con los botones colocados, se sentía deliciosa, completamente almidonada, la parte del pecho estaba dura y rígida como el cartón; los puños eran sencillos pero se usaban con gemelos, Mateo me ayudó con estos últimos. El cuello desprendible era una total novedad para mi, era algo que solo conocía de su existencia por lo que había leído en libros, pero jamás pensé que llegaría a usar uno yo mismo. Una vez que tuve la camisa abotonada, me coloqué los tirantes blancos y el chaleco. Yo no lo había notado, pero este último traía un elástico que Mateo me indicó que se aseguraba con el botón del pantalón, esto prevenía que el chaleco se alzara y dejara ver la cintura y los tirantes. Cuando estaba a punto de anudarme la pajarita, Mateo me detuvo e insistió en hacerlo él. Lo enseñé bien, porque quedó perfecta a la primera. Finalmente me ayudó a colocarme la chaqueta, y después de algunos ajustes para dejar los puños al largo correcto me miré al espejo y me sentí realizado. Me veía como siempre lo había deseado, guapo, varonil, elegante. Como el hombre que siempre había querido ser.
Mateo y los otros camareros terminaron de alistarse en un santiamén, yo lo ayudé a anudarse la pajarita y le di una nalgada discreta, deseando poder estar solos en algún momento, pero dudaba que eso fuera a ser posible.
Salvatore pasó a inspeccionarnos unos minutos después. Él también venía elegantemente ataviado con un frac, y a pesar de lo llamativo de sus ademanes y su voz que no me terminaba de convencer, debo admitir que se veía guapo.
Todos estuvimos a la altura de sus expectativas, nos dijo que los invitados estarían encantados con nosotros sin duda alguna.
Los primeros comenzaron a llegar a las 6 en punto, eran tres caballeros vestidos de esmoquin, de entre 40 y 50 años, que se saludaron con efusivos abrazos y con besos en la mejilla. Mateo se les acercó con una charola de copas de champaña, que ellos tomaron gustosamente. Otro grupo de 5 caballeros igualmente de esmoquin, entró por la puerta del salón, también saludándose casi  gritos y dando muestras de que les daba mucho gusto encontrarse una vez más. Pronto estuvieron las 20 personas que esperábamos, bebiendo, degustando canapés y charlando animadamente. 



Yo me encontraba en el bar, mezclando bebidas y preparando las charolas con más copas de champaña, y por supuesto hacía una evaluación mental acerca de cuál de todos ellos lucía mejor el esmoquin, de pronto uno de ellos se me acercó. Era un caballero joven, quizá el más joven de los 20 que había reunidos allí, no parecía tener más de 40 años. Era delgado, de piel morena clara, ojos verdes y pestañas muy largas, unas cejas pobladas, nariz aguileña y cabello muy negro. Se veía fabuloso de esmoquin, y por un momento no supe qué decir.
-Cantinero, agua mineral, me regalas un vaso?
-Perdone, no le había entendido bien - le dije cuando salí de mi ensoñación - prefiere de alguna en especial? Tenemos Smeraldina, Perrier y Pellegrino.
-Perrier con limón está bien - me dijo.
Le serví el agua y me dio las gracias.
-Es la primera vez que estás por aquí verdad? No recuerdo haberte visto antes.
-Sí, primera vez aquí - le sonreí.
-No eres italiano verdad? Tu acento no suena como de aquí.
-Soy estudiante, apenas llevo unos meses aquí en Italia, este es un empleo que tomé para ayudarme con los gastos.
Para mi sorpresa, comenzó a hablarme en español, y lo dominaba bastante bien. Me contó que había estado en varios países de América Latina desde muy joven haciendo negocios y había tenido oportunidad de aprenderlo con soltura. Actualmente vivía en Italia, pero era originario de Líbano.
-Soy Gibrán
-Mucho gusto Sr. Gibrán, yo me llamo Roberto.
-Rrrroberto, me gusta como suena - sonrió - te dejo por ahora, pero creo que nos podremos ver más tarde - y se alejó para unirse de nuevo al grupo de invitados.
El coctel duró cerca de dos horas, esos caballeros al parecer tenían bastantes cosas de que hablar, pues un suave murmullo y una que otra carcajada fueron la constante durante ese tiempo. En algún momento vi que Mateo y otro de los camareros desaparecieron, igual a Salvatore no se le veía por ningún lado. Yo seguí atendiendo el bar y el otro camarero continuó sirviendo las bebidas.
De pronto escuché la voz tan particular de Salvatore, anunciando que la cena estaba lista y que por favor pasaran al salón comedor.
La veintena de hombres se encaminó al salón que habíamos preparado durante la tarde, yo hice lo que normalmente haría, empezar a recoger las copas que estaban por aquí y por allá y levantar el bar, pero Salvatore me dijo que de eso se encargarían los mozos de la limpieza, a mi me necesitaba para servir la cena.
Los cocineros habían dispuesto un banquete para los invitados, que servimos en el curso de la cena, el plato de entrada, el principal y terminamos varias opciones de postre. La voz cantante la llevaba el anfitrión, un señor ya de sesenta y pocos años, un poco barrigón y canoso. En un momento de la cena, el caballero al que le había servido el agua mineral propuso un brindis a la salud del anfitrión, su amigo Giuliano. Cuando este terminó de comer, todos los demás se detuvieron también, y se levantó para decir:
-Amigos míos, ha sido un placer compartir la mesa con ustedes esta noche, es siempre una alegría y un honor contar con su presencia en esta casa. Ahora si me permiten, los invito a que me acompañen al salón principal para beber un cognac, fumar un puro y divertirnos un poco.
Los invitados se levantaron y siguieron a su anfitrión hasta un salón que se encontraba a un lado.
Salvatore nos dió la instrucción de entrar a servir las bebidas y repartir habanos, y a mi en especial me dijo -No te asustes de lo que veas y no hagas ningún comentario-
De entrada esas palabras tuvieron el efecto contrario, pues me asusté aún sin saber que estaba pasando ahí dentro.
Entramos al salón por una puerta lateral, y lo que vi, me dejó perplejo. El lugar era amplio, elegantemente decorado, como un palacio renacentista, había fuego en una chimenea, mullidos sofás y divanes por todos lados. Lámparas repartidas por todo el lugar proporcionaban una iluminación tenue que invitaba a relajarse. Lo que me dejó perplejo como te dije, fueron los no menos de 30 jovencitos completamente desnudos que departían con los invitados. En la minivan que nos había llevado hasta allí solo iban 6 o 7, pero los demás probablemente llegaron en otro viaje. Todos eran guapísimos, de cuerpos esbeltos y muy jóvenes, ninguno podía ser mayor de edad. Había de todos los colores que te pudieras imaginar. Rubios de ojos azules, castaños de ojo verde, pelirrojos de ojos negros con el vello púbico tan rojo como sus cabelleras, morenos con el pene tan grande como un asno, asiáticos menuditos que se veían todavía más aniñados que los demás, africanos de cuerpo más fornido y con un pene enorme, en fin, había para todos los gustos.
Yo estaba nervioso, no lo podía ocultar, siempre había fantaseado con la idea de participar aunque fuera de voyeur en una orgía como la que empezaría allí en cuestión de segundos, pero ahora que la tenía de frente, comenzaba a pensar si no habría llegado demasiado lejos.
Mientras yo repartía los tragos, se formó un grupito con 5 jovencitos de los que estaban allí, y comenzaron a dar un espectáculo, se besaban, se tocaban, se daban sexo oral mutuamente y bueno, de todo un poco. Esto evidentemente era con la intención de calentar los ánimos de los presentes, pues regularmente nadie quiere ser el primero. Los caballeros no tardaron en sentirse cómodos, bebían un cognac y fumaban un puro o aspiraban cocaína mientras los jovencitos, hincados frente a ellos, les hacían una mamada, o algunos se enfrascaban en sesiones de besos y caricias, otros más seguían hablando de negocios como si no pasara nada.
Después de una hora, la fiesta estaba en su apogeo. A donde fuera que volteara, había alguien envuelto en alguna actividad sexual. Don Giuliano el anfitrión tenía a 3 jovencitos que le hacían de todo; estaba inclinado apoyado contra una mesa y uno de los asiáticos le hacía una mamada, otro negro lo penetraba analmente y un pelirrojo que estaba convenientemente sobre la mesa le follaba la boca. Escenas similares ocurrían por todo el salón, los caballeros parecían ser de gustos muy peculiares y les daban rienda suelta en la privacidad y complicidad de ese salón, con la confianza de que nada de lo que ocurriera saldría de allí.
Me acerqué al grupito donde se encontraba el Sr. Gibrán y les pregunté si gustaban alguna bebida. Los dos caballeros que lo acompañaban en el sofá se besaban apasionadamente y ni se percataron de mi presencia, Gibrán solo los observaba.
-Gracias, así estoy bien.
-Cualquier cosa que necesite, pídamela.
-En verdad? lo que sea?
-Sí
-Quiero que me la mames.
Volteé a los lados y hacia atrás pensando que se referiría a alguno de los jovencitos que estaban allí, pero todos estaban en lo suyo, era evidente que me lo decía a mí.
-Yo?
-Si tú.
-Habiendo tantos otros que lo harían mucho mejor, quiere que yo se la chupe?
-Los demás son más de lo mismo, pero me gustaste tú.
-Pero yo por qué? Solo soy el camarero.
-Hay algo en ti que no sabría explicar, es como si te conociera de más tiempo, tienes un porte y una elegancia que no tiene nadie más aquí. Ese frac te sienta muy bien, y a pesar de que es exactamente igual que el que llevan tus compañeros, a ti se te ve diferente, es como si disfrutaras el usarlo.
-Lo estoy disfrutando, y mucho.
-En verdad? - me dijo abriendo los ojos desmesuradamente.
-Sí, es complicado de explicar
-Simplifícalo.
-Es algo que siento desde muy niño, me encanta la ropa formal.
-Deténme si me equivoco - me interrumpió el Sr. Gibrán- te excitas cuando vistes formal, la vista, el tacto y el olor de la ropa te estimulan sexualmente. Te gusta tocar el cuello de las camisas, sentir las corbatas de seda resbalando sobre tus dedos. Cuando te abrochas el último botón de la camisa tienes una erección que no se va hasta que te masturbas, te ves de traje en el espejo y desearías poder cruzar al otro lado para estar contigo mismo?
-Ay Dios! Cómo sabe todo eso?!
-Yo mismo lo he experimentado desde que era adolescente.
-Usted es como yo entonces.
-Parece que sí, ya sabía yo que algo diferente notaba en ti. Creo que nos vamos a entender muy bien.
Sin decirme más, Gibrán me atrajo hacia él y comenzó a besarme, tímidamente al principio y después con verdadera pasión. Yo estaba preocupado de que Salvatore notara que no estaba haciendo mi trabajo, pero cuando lo busqué con la vista, estaba muy ocupado sentándose sobre el pene erecto de uno de los muy bien dotados muchachitos africanos.
-Ven, vamos a un lugar menos concurrido - y tomándome de la mano me sacó del salón.
Nos acomodamos en un diván que estaba en el pasillo afuera del salón. Tres o cuatro de los invitados habían tenido la misma idea, y follaban escandalosamente en algún otro diván, sofá o sobre la alfombra.
Gibrán escogió un sitio junto a una lámpara, me dijo que quería verme bien, era la primera vez que había conocido a alguien como yo y no quería olvidar este momento. Yo también pude disfrutar de su exquisito esmoquin, pues en verdad era perfecto, el color, la tela, el corte, el brillo de la seda satinada en sus solapas, en su pajarita, el cuello duro, los tirantes, los gemelos y los botones de su camisa, y por supuesto, ese miembro de buen tamaño que se podía palpar a través de sus pantalones.
El también gozó conmigo, estoy seguro. Palpó cada centímetro de mi ropa, prestando especial atención al cuello de mi camisa, lo rozaba con sus labios y me murmuraba cosas en la oreja que no podía entender porque me las decía en árabe, supongo que eran palabras que había tenido guardadas desde que era un jovencito ansioso de tener sexo con otro fetichista como él.
Nos besamos por un largo rato, y nos acariciamos mutuamente, no teníamos prisa en pasar al acto sexual, lo importante era disfrutarnos vestidos así. Cierto era que los dos habíamos tenido sexo muchas veces, pero esta era una primera vez para los dos.
Llegado el momento, no pude más y le pedí que me follara. Él sonrió.
Me hizo quitarme los pantalones y me acostó sobre un tapete persa que había en el suelo, después tomó un par de cojines del diván y me los acomodó bajo la espalda, para que mi trasero quedara un poco levantado del suelo. Tomó lubricante y me lo untó en el ano, que ya empezaba a pedir su recompensa. Se abrió la bragueta y me dejó ver un pene magnífico, circuncidado y rebosante de líquido seminal. Se colocó el condón y se acercó a mí.
-Por la culminación de una fantasía que nunca pensé que podría cumplir- y se hundió en mi.
Yo estaba tan ansioso y excitado que mi trasero no opuso resistencia. El pene del Sr. Gibrán se abrió camino sin dificultad alguna en mi. Yo lo tomé de la espalda y lo acerqué hacia mí y lo besé. Le susurré al oído que me follara duro, que no quería olvidar esa noche nunca.
El Sr. Gibrán fue muy considerado a pesar de lo que le pedía, comenzó con un vaivén lento, para que me acostumbrara a su cuerpo, cuando él sintió que ya todo estaba en su punto, comenzó a imprimir velocidad a la penetración. Nos miramos a los ojos todo el tiempo, podía sentir como su lujuria acumulada durante años se satisfacía en mí, y él sin duda percibió lo mismo en mis ojos.
Constantemente me ajustaba la pajarita, me alineaba la camisa y el chaleco. En verdad tenía esa obsesión como yo de que nada se moviera de su lugar.
Mi placer no hacía más que incrementarse con cada estocada que me daba, y aunque hacía el intento de pensar en otra cosa, nada podía detener ese calor que iba sintiendo en mis entrañas.
-Siento que ya voy a eyacular!
-Yo también, quieres que lo hagamos al mismo tiempo?
-Síiiii, por favor! - le supliqué en medio de un jadeo.
Y como si lo hubiéramos ensayado, apenas me toqué el glande cuando un abundante trallazo de semen salió volando de mis entrañas. Fue en el mismo momento en que el Sr. Gibrán emitió un gemido de placer que me retumbó en las orejas. Con cada contracción que yo sentía al eyacular, mi ano apretaba el pene del Sr. Gibrán y que a su vez expulsaba sus chorros de semen dentro de mí.

Fue un orgamo de esos que nunca olvidas, que recuerdas perfectamente cada detalle, cada movimiento, cada palabra dicha al calor de la pasión.
Nos quedamos tumbados uno en brazos del otro un buen rato, no fui consciente del tiempo transcurrido hasta que Mateo vino a buscarme.
-Perdón por interrumpir, pero el transporte sale en media hora.
-Lo había olvidado por completo!!!
-Es normal que pase - sonrió.
El Sr. Gibrán y yo nos levantamos, le arreglé el esmoquin, le ajusté de nuevo la pajarita y quedó como si nada hubiera pasado. Insistió en que le diera mi dirección y teléfono, prometió contactarme en los próximos días. Nos despedimos con un beso y un abrazo.
De vuelta en la cocina, Salvatore nos esperaba con nuestro pago, tal y como prometió, fue muy generoso, solo me recordó que lo de la discreción iba en serio. Adicionalmente nos entregó otro sobre con la propina que nos habían dejado los invitados, el equivalente de $1000 USD.
Esa noche, de vuelta en casa no pude pegar ojo, mi mente se empeñaba en rebobinar la película de lo que había pasado ese día, y me excitaba en sobremanera la maravillosa coincidencia de haber conocido a otro hombre que compartía el mismo fetiche que yo. Tantos años pensando que era el único en el mundo, y en el otro lado del mundo y en el lugar menos esperado, lo vine a encontrar. Supe que a partir de ese momento, mi vida ya no volvería a ser igual.

domingo, 9 de agosto de 2015

Ep. 43 - Mi compañero de trabajo

-Noooo, cuéntame más, no creo que pueda esperar - le supliqué. Honestamente me había dejado intrigado.
-Qué curioso resultaste - me dijo divertido.
-No puedes culparme, recuerda que hasta hace unas semanas, pensaba que era el único hombre en el mundo que tenía un fetiche por los trajes y las corbatas.
-Lo sé, a veces olvido que al principio yo también quería saberlo todo de una vez.
-Me dijiste que cuando conseguiste el empleo de camarero pasaron varias cosas, qué tipo de cosas?
-Cosas que tal vez no deberían comentarse en una cena elegante con la familia o amigos. Pero aquí estamos en confianza- dijo y me guiñó un ojo.
-Me alegro de ello!
-Pues bien, te contaré.
Comencé a trabajar en el salón de eventos, al principio solo viernes y sábados, pero conforme fui adquiriendo experiencia, me fueron llamando para más noches a la semana.  Si no tenía deberes por hacer de la universidad, iba y me ganaba un dinero extra, con lo cual el viaje que tenía planeado para el fin del curso se hacía se ponía unas liras más cerca. Para mí era una situación de ganar-ganar, ya que aparte del dinero, podía usar mi amado uniforme prácticamente todas las noches de la semana, incluso a veces me regresaba uniformado al apartamento y me quedaba dormido así. Mi compañero, Antonio, varias veces me encontró en la mañana, roncando en el sofá, impecablemente ataviado, y mi excusa era que llegué cansadísimo y me había quedado dormido nada más al llegar. En realidad yo lo hacía con la intención de que me viera vestido así; disfrutaba muchísimo en privado, pero también me producía una satisfacción especial que él me viera así, no sé, supongo me gustaba sentirme guapo delante de él.
Los días y semanas transcurrían y el trabajo más la universidad marchaban como una seda. Me di cuenta que en el salón de eventos tenían una rotación de personal un poco alta, así que cuando yo pasé la barrera de los 3 meses, me tomaron confianza. El maitre tan estricto que te mencioné antes, de poco en poco comenzó a delegar más responsabilidades en mí, y no tardé en volverme su mano derecha. A las pocas semanas ya era el encargado de capacitar a los nuevos camareros que iban entrando, y por supuesto, una de las primeras cosas que les exigía era una presentación impecable. Tal y como me había instruido a mí el maitre en su momento, en la empresa no había lugar para cuellos desabotonados, pajaritas mal anudadas, camisas sin almidonar, zapatos sucios ni cabello mal peinado. Para mí ninguna de esas cosas era negociable y era muy tajante cuando de aplicar el código de vestimenta se trataba. Antes de cada evento, les pasaba revista a los camareros, y no era raro que enviara a alguno que otro a afeitarse correctamente, o deshacerle el nudo de la pajarita y atársela yo mismo. El maitre y los dueños de la empresa me hacían el comentario de que mis años de educación en el colegio inglés me habían vuelto un maniático de la disciplina, pero ellos ignoraban mi verdadera motivación. Lo veían como un plus, pues nadie podía quejarse de que sus camareros no lucieran impecables de principio a fin en cada evento.
Un buen día llegó un chico nuevo, Mateo. Guapo, rubio, ojos verdes, cara alargada, nariz grande y una sonrisa muy agradable. Al igual que el maitre, era siciliano, había venido a Firenze para estudiar Literatura y necesitaba el trabajo para mantenerse. Anteriormente trabajaba en una fábrica de bicicletas, pero al cambiar sus horas de clase en la universidad, ya no podía cumplir con el horario que le exigían allí. Pese a que tampoco tenía experiencia, lo contrataron y a mí me correspondió enseñarle a hacer el trabajo.
Mateo aprendió rápido, pronto llegó a ser tan eficiente como los demás camareros e incluso los superó. Los comensales siempre decían que era el camarero más atento que habían conocido, y es que en verdad tenía un carisma tremendo. Era coqueto y eso le servía para echarse a la gente al bolsillo con una simple sonrisa. Siempre se iba a casa con buenas propinas y algún que otro número de teléfono de alguna muchacha o señora atrevida.
Recuerdo que el primer evento que nos tocó atender juntos, se me acercó y me pidió que le anudara la pajarita, pues él no sabía cómo hacerlo. Al tenerlo tan cerca pude percibir su olor, que después supe que era Acqua di Parma, un perfume cítrico muy rico que al mezclarse con su propio olor, se transformaba en una esencia única y seductora. Cuando terminé de hacerle el nudo, las rodillas me temblaban. Creo que él lo notó, pues me guiñó un ojo y me dijo -Grazie!
Transcurrieron unas cuantas semanas y de ser compañeros de trabajo, pasamos a ser buenos amigos. Eventualmente hasta se lo presenté a mi compañero Antonio, y también se entendió con él de inmediato, a veces incluso quedaban para salir sin mi los muy cabrones sabes?. 
Cada noche que salíamos del trabajo, nos íbamos juntos, pues vivíamos muy cerca uno del otro, cerca de la estación de Santa María Novella. Era un barrio enclavado en el centro histórico de Firenze, muy bonito, aunque atestado de turistas la mayor parte del tiempo. Había ocasiones en que salíamos muy tarde de los eventos, así que Mateo se quedaba a dormir en mi sofá, 500 metros que había entre su lugar y el mío no eran muchos, pero la charla era entretenida y preferíamos seguirla en mi apartamento que estaba más cerca, y en la mañana del día siguiente, Antonio se encontraba no a un camarero pulcramente ataviado dormido en el sofá sino a dos.
Pasaron unos meses y Mateo iba a tener sus examenes finales del semestre, y en la universidad se estilaba que uno fuera a los exámenes lo más presentable posible, esto era de traje y corbata. Lo bueno de vivir en Italia es que las sastrerías son algo común, y puedes estar seguro de que la calidad de los materiales y la mano de obra serán excelentes, y lo mejor, a un precio muy razonable. Recuerdo que lo acompañé al sastre, pues le había dejado entender que los trajes eran mi especialidad, y naturalmente al llegar el momento de tener uno, me pidió mi consejo. En la sastrería tenían un catálogo de todos los estilos que manejaban, que no eran pocos, pues como era natural, en Italia siempre se consigue lo último en moda, aunque yo le sugerí a Mateo que fuera por algo más clásico y formal, ya que le duraría mucho más tiempo y le permitiría hacer más combinaciones en el futuro.
La tela que le sugerí era de lana 100%, en tono gris y un patrón a cuadros, parecido al estilo Príncipe de Gales, a él le gustó mucho y se decidió por esa. Después de verificar el precio y la disponibilidad de los materiales, le hicieron un presupuesto, y gracias a las propinas, se lo pudo permitir. Aceptado el trato, le tomaron medidas y después de dar el anticipo, el sastre nos dijo que podíamos pasar a recogerlo en dos semanas.
Yo creo que estuve más emocionado que Mateo durante ese tiempo de espera. Llegado el día, nos pusimos de acuerdo para ir a recogerlo en la tarde, y le sugerí que antes de ir, fuera a comprar su camisa y corbata, a fin de poder hacerse la prueba ya con el atuendo completo. Nos encontramos después de clase, en el café Rivoire, frente a la Piazza della Signoria, tomamos algo rápido y de ahí caminamos a la Via dè Tornabuoni, la calle donde están las tiendas, boutiques y modistos más reconocidos y donde seguro encontraríamos algo que le gustara y si teníamos suerte, en rebaja. Después de ver en varias tiendas, eligió una camisa muy bonita, de un azul clásico de puño sencillo y la corbata que le gustó fue una de seda satinada, de franjas diagonales azul con blanco que me hizo salivar al momento de verla. Yo hubiera preferido que se comprara una camisa de doble puño, pero él opinó que para un examen hubiera sido demasiado, yo no quise insistir para que no pensara cosas raras.
Pasamos de ahí a la sastrería, a recoger el traje. Naturalmente, le pidieron que se lo probara, y yo le insinué al sastre si no sería mejor que se probara también la camisa y la corbata, solo para ver cómo se vería ya con el traje puesto. Al sastre le gustó la idea, e incluso le dio una planchada rápida a la camisa para quitarle las arrugas. Yo estaba que no cabía de la erección de caballo que tuve en plena sastrería, lubricando y lubricando a chorros y no me quedó de otra que estar cambiado de posición y tratar de ocultarla recargándome contra el mostrador o metiendo las manos a los bolsillos del pantalón.
Mateo había tenido la precaución de llevarse sus mejores zapatos, de cuero café oscuro y de cordones, perfectamente lustrados. El único detalle era que el sastre había dejado botones cosidos en la pretina del pantalón para los tirantes y Mateo solo llevaba su cinturón, pero yo le insistí en que para un traje de 3 piezas, lo ideal es llevar tirantes, pues sería una falta de etiqueta, inaceptable, mostrar la cintura del pantalón o la camisa debajo del chaleco. Por fortuna, en la sastrería tenían todo tipo de accesorios, y yo quise regalarle unos tirantes negros y ya entrados en gastos, un pañuelo de seda, con un diseño tipo paisley, para que tuviera su atuendo completo. Tal y como lo había imaginado, Mateo se veía perfecto, guapísimo.


Él tampoco fue indiferente, era notorio que le fascinaba la imagen que veía en el espejo. Yo tenía los dedos cruzados porque se decidiera a llevarse el traje puesto, y para mi suerte, fue lo que él decidió.
Mateo quiso que lo acompañara a su apartamento a dejar su otra ropa, pues de pronto surgió el plan de salir esa noche a lucir el traje. Sin duda no nos faltaría un lugar donde lucirlo y yo hacía tiempo que buscaba una excusa para salir de traje a la calle.
Mi apartamento nos quedaba más cerca, así que llegamos ahí para que yo me cambiara de ropa. Me puse el traje que mi padre me había regalado, que era de un color gris, con un patrón de franjas delgadas. La particularidad de este traje era que las solapas terminaban en pico, y el chaleco tenía solapas, algo de lo que mi padre se extrañó un poco en su momento, pues no sabía que yo tuviera ese tipo de gustos, pero no objetó y yo fui feliz cuando lo tuve en mis manos. Elegí una camisa azul celeste y una corbata de seda, en color azul oscuro con pequeñas flores de lis en blanco. Como detalle me puse un pañuelo de seda, con un patrón de puntos pequeños, en color crema con bordes en café oscuro. 


De verdad que estuve tentado a hacerme una paja rápida pero Mateo esperaba, y tampoco quería que después de eyacular, me diera un bajón de ánimo para lo que pensaba hacer.
Cuando salí, Mateo soltó un silbido de aprobación, y eso me dio todavía más ánimos.
-Supongo que te ha gustado.
-No suelo decirle esto a otro hombre, pero te ves guapísimo.
-Gracias amigo - le dije mientras sentía que mi corazón se iba a mil pulsaciones por minuto.
Nos fuimos caminando al apartamento de Mateo, 5 calles en las que ambos íbamos recogiendo miradas de casi todas las personas con las que nos cruzábamos. Finalmente llegamos.
El apartamento de Mateo, era cómo decirlo, hmmm, pequeño. No era un apartamento en el sentido más estricto de la palabra. Era más bien lo que allí se conocía como sottopiano, que es el espacio que queda bajo una escalera. Verás, en Firenza abundan las casonas de tres o cuatro pisos, de esas con las escalinatas de piedra grandes. Y a algún dueño con necesidad de mayores ingresos, se le ocurrió la idea de cerrar el espacio bajo la escalera en la planta baja para que no tuviera acceso a la casa principal. En ese espacio habilitaron un baño muy pequeño y una cocineta. La entrada estaba por un pasillo de servicio. Eso sí, estaba super céntrico y la renta era muy barata, aunque el espacio en verdad que era un reto, pero como le dijo el dueño en su momento, ¿qué tanto espacio necesitas para dormir?.
Vi que Mateo se puso a acomodar la ropa que tenía de la lavandería, y yo le pedí permiso para usar su baño. Abrí la llave del lavamanos y dejé correr el agua un par de minutos, luego salí, aunque con el pequeño detalle de que había dejado mi bragueta abierta. Fingí estar alisando mi cabello con agua, y cuando Mateo me vio, soltó una risita, y me dice.
-Creo que se te olvidó algo
-Qué cosa?
-No te voy a decir, pero quizá quieras arreglarlo antes de salir.
Yo fingía buscar algo en mi saco, una pelusa o alguna mancha, me acerqué a un pequeño espejo que tenía y hacía como que buscaba alguna mancha en mi rostro pero tampoco. Finalmente lo vi acercarse, y se colocó detrás de mí. Pude sentir su aliento en mi cuello y su inconfundible olor a Acqua di Parma, que mezclado con el olor del traje y la camisa nuevos, me me provocó una erección instantánea.
-Ésto - me dijo al momento que ponía su mano en mi bragueta y hacía el intento de cerrarla. Inmediatamente notó mi verga dura, y sin decirme nada, comenzó a acariciarla.
Continuó yo creo por unos 5 minutos, no sé si estaba tomando valor para hacer algo, pero yo estaba temblando y derritiéndome por dentro. Finalmente metió la mano y me apretó el pene. Yo iba a decir algo, pero me puso un dedo en los labios, como si temiera que al romperse el silencio fuera a perder su determinación.
Lentamente me volteó, y me dio un beso en los labios. Eran más carnosos de lo que había imaginado, deliciosos. Al principio fue un besito aquí y otro por allá, como si estuviera tanteando el terreno, después se atrevió a usar la lengua y yo lo dejé. Yo también comencé a explorarlo, su espalda, su pecho, su cuello, sus nalgas, todo lo que iba tocando de él me dejaba fascinado, y era como un sueño hecho realidad.
Mateo seguía sin decir nada, solo me besaba y me acariciaba el paquete. Finalmente, se atrevió, me lo sacó por completo, y se inclinó para mamarlo. Igual que con el beso, fue tímido al principio, se lo metió a la boca y estuvo tal vez un par de minutos sin moverse ni nada, solo sentía que apretaba la lengua un poco, como si lo estuviera midiendo. Lentamente comenzó a meterlo y sacarlo de su boca, mientras yo gemía por lo bajo. Cuando estuve a punto de eyacular, lo hice ponerse de pie, y le regresé el favor. Su pene era de un largo medio, grueso, con un par de bolas rasuradas y rosaditas. Su vello púbico estaba cuidadosamente recortado y para mi fue fácil engolosinarme con esa herramienta que ponía a mi disposición. Fue una lástima que Mateo haya estado tan excitado, porque apenas habían pasado unos cuantos minutos y pude escuchar como gemía y se retorcía. Sentí sus trallazos de semen caliente en mi garganta. Continué con la succión por varios minutos, para que él extendiera su placer lo más posible, me bebí hasta la última gota.
Pensé que después de eyacular, Mateo perdería las ganas de continuar con el juego, pero no fue así. En cuanto me levanté, me abrazó por detrás y comenzó a besarme el cuello, las orejas y nuevamente, los labios. Nos trenzamos en un beso apasionado, donde solo se escuchaba el chasquido de nuestras lenguas. Él no dejaba de friccionar mi pene y finalmente yo también llegué al orgasmo. Me vine en un chorro abundante en su mano, que no me soltó en ningún momento. El orgasmo lo sentí tan fuerte que en algún momento hasta perdí el equilibrio, y de no haber sido porque me tenía tomado firmemente del talle, habría terminado en el suelo.
Mateo fue el primero en romper el silencio.
-Llevaba tiempo deseando esto.
-Yo también, desde ese día que te anudé la pajarita.
-Sí noté esa mirada en tus ojos, esos gestos que hacías con la boca, aunque no estaba para nada seguro y no quise arriesgar nada en mi primer día de trabajo, luego nos hicimos amigos y tampoco quise hacer nada que perjudicara la amistad.
-Mateo, yo te desee desde el primer momento en que te vi con ese uniforme. Te ves tan elegante, tan formal, no tienes idea de como me pone verte así.
-Supongo entonces que después de esto queda claro que ya tenemos más actividades que hacer para divertirnos el uno con el otro verdad?
-Oh no tienes idea amigo, acabas de abrir una caja de Pandora.
-Excepto que esta caja no es de males y desgracias - me dijo con una sonrisa.
-Ya verás que no.
Esa noche salimos a cenar, después de lavarnos la cara obviamente, y ahora que conocíamos cada uno el secreto del otro, se desarrolló una complicidad que por fortuna duró por todo el tiempo que estuvimos juntos en la ciudad. Cada vez que salíamos y veíamos a un hombre guapo, nos hacíamos una seña y mirábamos, disimuladamente, de arriba a abajo con detalle, y después platicábamos de todas las cosas que nos hubiera gustado hacerle de tener la oportunidad.
A los pocos días, me di cuenta que Mateo no era tan inocente como yo pensaba, tenía algo de experiencia y otro secreto que no compartió conmigo sino hasta un par de semanas más tarde.