miércoles, 23 de septiembre de 2015

Ep. 44 - El empleo de medio tiempo

Un sábado en la madrugada, después de terminar un evento y que habíamos dejado todo reluciente de limpio, Mateo me preguntó si tenía algo que hacer para el martes.
-Nada especial, por?
-De vez en cuando trabajo en eventos privados, y para el del martes nos hace falta un camarero. Deberías venir, el pago es bueno, muy bueno, y las propinas aún más.
-De qué hora a qué hora sería?
-Sería temprano por la tarde, a eso de las 6, tendríamos que estar allí preparándolo todo desde las 3, por lo general se termina a las 10 u 11.
-Creo que podría, mi última clase termina a la 1.
-Perfecto, pasaré por ti.
El martes, Mateo llegó puntual por mí. Me disponía a empacar el típico uniforme de mesero, de pantalón negro, camisa blanca, pajarita negra y dos delantales, uno blanco y uno negro.
-No hará falta, allá nos darán el uniforme, es un evento de otro tipo. Solo lleva tus artículos de higiene personal.
-Si tú lo dices.
Salimos de casa y me sorprendió ver que nos esperaba una minivan. Dentro ya había otros 6 o 7 jóvenes, aunque no les vi mucha pinta de camareros. Se veían de unos 16 o 17 años cuando mucho, muy, y en verdad hay que aclarar, muy guapos todos ellos, de cabello rubio y ojos azules algunos, y de cabello castaño y ojos verdes los otros.
El transporte nos llevó hasta una villa en las afueras de la ciudad, tuve un poco de problemas para orientarme porque nunca había estado por esa parte, pero Mateo notó mi preocupación y me dijo que no me preocupara por esos detalles, que al finalizar la fiesta, nos llevarían de regreso hasta nuestra casa.


Nos hicieron bajar en la parte de atrás de la casa principal, y entramos a una cocina enorme, donde ya estaban trabajando 4 cocineros a toda prisa. Vi a otros dos hombres  jóvenes que estaban puliendo cubiertos así que supuse que serían camareros como yo.
-Hola Mateo, me alegra que hayas podido venir otra vez- dijo una voz cantarina y levemente afeminada.
La voz pertenecía a un individuo bajito y delgado, de unos 50 años que se presentó como Salvatore. Cuando Mateo me presentó como su amigo ‘el que te conté’, me saludó muy efusivamente y me agradeció por haber venido con tan poco tiempo de aviso, ya que ellos normalmente contrataban a los meseros con semanas de anticipación.

Me hizo pasar a una oficinita donde me entregó lo que parecía ser un contrato, yo estaba extrañado de que tuviera que firmar algo para un evento de un solo día, pero cuando lo leí vi que era un acuerdo donde se especificaba que yo me obligaba a mantener en la más estricta confidencialidad cualquier cosa que viera o escuchara.
-Es una mera formalidad, no te asustes - me dijo Salvatore -es solo que a nuestros clientes les gusta mantener su privacidad, y todos los que estamos aquí tenemos que firmar uno, no es nada extraordinario.
Terminé firmando, aunque no muy convencido, fue mas que nada la promesa de un buen pago lo me hizo decidirme, además ya había ido hasta allá y dado que Mateo no parecía darle la menor importancia, me sentí seguro.
Salvatore me llevó de vuelta a la cocina donde me puse a ayudar a los otros camareros. Entre las tareas que tuvimos fue montar el servicio completo en un suntuoso salón comedor donde había una mesa para 30 personas. Terminando allí, nos dedicamos a surtir y preparar un bar para los invitados. Terminamos apenas pasadas las 5 y nos dieron la instrucción de que nos aseáramos y nos vistiéramos con el uniforme.
Salvatore me llevó a una habitación contigua a la cocina, que resultó ser el guardarropa, y aunque él no tenía ni idea, yo me sentí engolosinado de ver todos los uniformes que colgaban ordenados en sus respectivos ganchos. Cuando me dijo que ese día llevaríamos frac, yo casi me desmayo de la emoción. Durante mucho tiempo había ansiado poder vestir de frac y ahora tendría la oportunidad de hacerlo, encima de todo me pagarían por ello!
Buscó entre los que había disponibles en el armario y encontró una chaqueta de mi talla y unos pantalones que me quedaban un poco ajustados, pero él dijo que así se me verían mejor. La camisa estaba perfectamente planchada y almidonada y venía junto con un cuello desprendible, también almidonado de una manera extrema. El chaleco y la pajarita parecían ser del mismo material, una tela muy fina que después supe que se llamaba ‘piqué’. Los tirantes eran de color blanco, con sus respectivas tiras de cuero para abotonarse al pantalón. Los botones y los gemelos también venían en un set, eran de color plateado con el centro de madreperla. Finalmente me entregó unos zapatos negros de charol y unos calcetines transparentes.
-Ve y cámbiate, creo que te quedará perfecto.
Me señaló una puerta y entré a lo que parecía ser un vestidor comunal, había lockers, bancas, regaderas y lavamanos con grandes espejos.
Me di una ducha rápida, estaba que me comían las ansias de ponerme el frac y no quería prolongarlo más.
Mateo se apresuró a ayudarme con el uniforme, parecía que se había autonombrado como mi valet, pues para cuando salí de la ducha, ya le había colocado los tirantes a mis pantalones y me fue pasando las cosas de una por una.
Comencé por los calcetines, de un material muy suave y resbaloso, se veían casi como pantimedias, aunque los hilos eran un poco más gruesos. Lo siguiente fueron los pantalones, que traían un forro de satín negro hasta las rodillas, la sensación fue exquisita. Los zapatos de charol me quedaron como un guante, nunca había usado unos pero me gustó el brillo que tenían. Mateo me pasó después la camisa ya con los botones colocados, se sentía deliciosa, completamente almidonada, la parte del pecho estaba dura y rígida como el cartón; los puños eran sencillos pero se usaban con gemelos, Mateo me ayudó con estos últimos. El cuello desprendible era una total novedad para mi, era algo que solo conocía de su existencia por lo que había leído en libros, pero jamás pensé que llegaría a usar uno yo mismo. Una vez que tuve la camisa abotonada, me coloqué los tirantes blancos y el chaleco. Yo no lo había notado, pero este último traía un elástico que Mateo me indicó que se aseguraba con el botón del pantalón, esto prevenía que el chaleco se alzara y dejara ver la cintura y los tirantes. Cuando estaba a punto de anudarme la pajarita, Mateo me detuvo e insistió en hacerlo él. Lo enseñé bien, porque quedó perfecta a la primera. Finalmente me ayudó a colocarme la chaqueta, y después de algunos ajustes para dejar los puños al largo correcto me miré al espejo y me sentí realizado. Me veía como siempre lo había deseado, guapo, varonil, elegante. Como el hombre que siempre había querido ser.
Mateo y los otros camareros terminaron de alistarse en un santiamén, yo lo ayudé a anudarse la pajarita y le di una nalgada discreta, deseando poder estar solos en algún momento, pero dudaba que eso fuera a ser posible.
Salvatore pasó a inspeccionarnos unos minutos después. Él también venía elegantemente ataviado con un frac, y a pesar de lo llamativo de sus ademanes y su voz que no me terminaba de convencer, debo admitir que se veía guapo.
Todos estuvimos a la altura de sus expectativas, nos dijo que los invitados estarían encantados con nosotros sin duda alguna.
Los primeros comenzaron a llegar a las 6 en punto, eran tres caballeros vestidos de esmoquin, de entre 40 y 50 años, que se saludaron con efusivos abrazos y con besos en la mejilla. Mateo se les acercó con una charola de copas de champaña, que ellos tomaron gustosamente. Otro grupo de 5 caballeros igualmente de esmoquin, entró por la puerta del salón, también saludándose casi  gritos y dando muestras de que les daba mucho gusto encontrarse una vez más. Pronto estuvieron las 20 personas que esperábamos, bebiendo, degustando canapés y charlando animadamente. 



Yo me encontraba en el bar, mezclando bebidas y preparando las charolas con más copas de champaña, y por supuesto hacía una evaluación mental acerca de cuál de todos ellos lucía mejor el esmoquin, de pronto uno de ellos se me acercó. Era un caballero joven, quizá el más joven de los 20 que había reunidos allí, no parecía tener más de 40 años. Era delgado, de piel morena clara, ojos verdes y pestañas muy largas, unas cejas pobladas, nariz aguileña y cabello muy negro. Se veía fabuloso de esmoquin, y por un momento no supe qué decir.
-Cantinero, agua mineral, me regalas un vaso?
-Perdone, no le había entendido bien - le dije cuando salí de mi ensoñación - prefiere de alguna en especial? Tenemos Smeraldina, Perrier y Pellegrino.
-Perrier con limón está bien - me dijo.
Le serví el agua y me dio las gracias.
-Es la primera vez que estás por aquí verdad? No recuerdo haberte visto antes.
-Sí, primera vez aquí - le sonreí.
-No eres italiano verdad? Tu acento no suena como de aquí.
-Soy estudiante, apenas llevo unos meses aquí en Italia, este es un empleo que tomé para ayudarme con los gastos.
Para mi sorpresa, comenzó a hablarme en español, y lo dominaba bastante bien. Me contó que había estado en varios países de América Latina desde muy joven haciendo negocios y había tenido oportunidad de aprenderlo con soltura. Actualmente vivía en Italia, pero era originario de Líbano.
-Soy Gibrán
-Mucho gusto Sr. Gibrán, yo me llamo Roberto.
-Rrrroberto, me gusta como suena - sonrió - te dejo por ahora, pero creo que nos podremos ver más tarde - y se alejó para unirse de nuevo al grupo de invitados.
El coctel duró cerca de dos horas, esos caballeros al parecer tenían bastantes cosas de que hablar, pues un suave murmullo y una que otra carcajada fueron la constante durante ese tiempo. En algún momento vi que Mateo y otro de los camareros desaparecieron, igual a Salvatore no se le veía por ningún lado. Yo seguí atendiendo el bar y el otro camarero continuó sirviendo las bebidas.
De pronto escuché la voz tan particular de Salvatore, anunciando que la cena estaba lista y que por favor pasaran al salón comedor.
La veintena de hombres se encaminó al salón que habíamos preparado durante la tarde, yo hice lo que normalmente haría, empezar a recoger las copas que estaban por aquí y por allá y levantar el bar, pero Salvatore me dijo que de eso se encargarían los mozos de la limpieza, a mi me necesitaba para servir la cena.
Los cocineros habían dispuesto un banquete para los invitados, que servimos en el curso de la cena, el plato de entrada, el principal y terminamos varias opciones de postre. La voz cantante la llevaba el anfitrión, un señor ya de sesenta y pocos años, un poco barrigón y canoso. En un momento de la cena, el caballero al que le había servido el agua mineral propuso un brindis a la salud del anfitrión, su amigo Giuliano. Cuando este terminó de comer, todos los demás se detuvieron también, y se levantó para decir:
-Amigos míos, ha sido un placer compartir la mesa con ustedes esta noche, es siempre una alegría y un honor contar con su presencia en esta casa. Ahora si me permiten, los invito a que me acompañen al salón principal para beber un cognac, fumar un puro y divertirnos un poco.
Los invitados se levantaron y siguieron a su anfitrión hasta un salón que se encontraba a un lado.
Salvatore nos dió la instrucción de entrar a servir las bebidas y repartir habanos, y a mi en especial me dijo -No te asustes de lo que veas y no hagas ningún comentario-
De entrada esas palabras tuvieron el efecto contrario, pues me asusté aún sin saber que estaba pasando ahí dentro.
Entramos al salón por una puerta lateral, y lo que vi, me dejó perplejo. El lugar era amplio, elegantemente decorado, como un palacio renacentista, había fuego en una chimenea, mullidos sofás y divanes por todos lados. Lámparas repartidas por todo el lugar proporcionaban una iluminación tenue que invitaba a relajarse. Lo que me dejó perplejo como te dije, fueron los no menos de 30 jovencitos completamente desnudos que departían con los invitados. En la minivan que nos había llevado hasta allí solo iban 6 o 7, pero los demás probablemente llegaron en otro viaje. Todos eran guapísimos, de cuerpos esbeltos y muy jóvenes, ninguno podía ser mayor de edad. Había de todos los colores que te pudieras imaginar. Rubios de ojos azules, castaños de ojo verde, pelirrojos de ojos negros con el vello púbico tan rojo como sus cabelleras, morenos con el pene tan grande como un asno, asiáticos menuditos que se veían todavía más aniñados que los demás, africanos de cuerpo más fornido y con un pene enorme, en fin, había para todos los gustos.
Yo estaba nervioso, no lo podía ocultar, siempre había fantaseado con la idea de participar aunque fuera de voyeur en una orgía como la que empezaría allí en cuestión de segundos, pero ahora que la tenía de frente, comenzaba a pensar si no habría llegado demasiado lejos.
Mientras yo repartía los tragos, se formó un grupito con 5 jovencitos de los que estaban allí, y comenzaron a dar un espectáculo, se besaban, se tocaban, se daban sexo oral mutuamente y bueno, de todo un poco. Esto evidentemente era con la intención de calentar los ánimos de los presentes, pues regularmente nadie quiere ser el primero. Los caballeros no tardaron en sentirse cómodos, bebían un cognac y fumaban un puro o aspiraban cocaína mientras los jovencitos, hincados frente a ellos, les hacían una mamada, o algunos se enfrascaban en sesiones de besos y caricias, otros más seguían hablando de negocios como si no pasara nada.
Después de una hora, la fiesta estaba en su apogeo. A donde fuera que volteara, había alguien envuelto en alguna actividad sexual. Don Giuliano el anfitrión tenía a 3 jovencitos que le hacían de todo; estaba inclinado apoyado contra una mesa y uno de los asiáticos le hacía una mamada, otro negro lo penetraba analmente y un pelirrojo que estaba convenientemente sobre la mesa le follaba la boca. Escenas similares ocurrían por todo el salón, los caballeros parecían ser de gustos muy peculiares y les daban rienda suelta en la privacidad y complicidad de ese salón, con la confianza de que nada de lo que ocurriera saldría de allí.
Me acerqué al grupito donde se encontraba el Sr. Gibrán y les pregunté si gustaban alguna bebida. Los dos caballeros que lo acompañaban en el sofá se besaban apasionadamente y ni se percataron de mi presencia, Gibrán solo los observaba.
-Gracias, así estoy bien.
-Cualquier cosa que necesite, pídamela.
-En verdad? lo que sea?
-Sí
-Quiero que me la mames.
Volteé a los lados y hacia atrás pensando que se referiría a alguno de los jovencitos que estaban allí, pero todos estaban en lo suyo, era evidente que me lo decía a mí.
-Yo?
-Si tú.
-Habiendo tantos otros que lo harían mucho mejor, quiere que yo se la chupe?
-Los demás son más de lo mismo, pero me gustaste tú.
-Pero yo por qué? Solo soy el camarero.
-Hay algo en ti que no sabría explicar, es como si te conociera de más tiempo, tienes un porte y una elegancia que no tiene nadie más aquí. Ese frac te sienta muy bien, y a pesar de que es exactamente igual que el que llevan tus compañeros, a ti se te ve diferente, es como si disfrutaras el usarlo.
-Lo estoy disfrutando, y mucho.
-En verdad? - me dijo abriendo los ojos desmesuradamente.
-Sí, es complicado de explicar
-Simplifícalo.
-Es algo que siento desde muy niño, me encanta la ropa formal.
-Deténme si me equivoco - me interrumpió el Sr. Gibrán- te excitas cuando vistes formal, la vista, el tacto y el olor de la ropa te estimulan sexualmente. Te gusta tocar el cuello de las camisas, sentir las corbatas de seda resbalando sobre tus dedos. Cuando te abrochas el último botón de la camisa tienes una erección que no se va hasta que te masturbas, te ves de traje en el espejo y desearías poder cruzar al otro lado para estar contigo mismo?
-Ay Dios! Cómo sabe todo eso?!
-Yo mismo lo he experimentado desde que era adolescente.
-Usted es como yo entonces.
-Parece que sí, ya sabía yo que algo diferente notaba en ti. Creo que nos vamos a entender muy bien.
Sin decirme más, Gibrán me atrajo hacia él y comenzó a besarme, tímidamente al principio y después con verdadera pasión. Yo estaba preocupado de que Salvatore notara que no estaba haciendo mi trabajo, pero cuando lo busqué con la vista, estaba muy ocupado sentándose sobre el pene erecto de uno de los muy bien dotados muchachitos africanos.
-Ven, vamos a un lugar menos concurrido - y tomándome de la mano me sacó del salón.
Nos acomodamos en un diván que estaba en el pasillo afuera del salón. Tres o cuatro de los invitados habían tenido la misma idea, y follaban escandalosamente en algún otro diván, sofá o sobre la alfombra.
Gibrán escogió un sitio junto a una lámpara, me dijo que quería verme bien, era la primera vez que había conocido a alguien como yo y no quería olvidar este momento. Yo también pude disfrutar de su exquisito esmoquin, pues en verdad era perfecto, el color, la tela, el corte, el brillo de la seda satinada en sus solapas, en su pajarita, el cuello duro, los tirantes, los gemelos y los botones de su camisa, y por supuesto, ese miembro de buen tamaño que se podía palpar a través de sus pantalones.
El también gozó conmigo, estoy seguro. Palpó cada centímetro de mi ropa, prestando especial atención al cuello de mi camisa, lo rozaba con sus labios y me murmuraba cosas en la oreja que no podía entender porque me las decía en árabe, supongo que eran palabras que había tenido guardadas desde que era un jovencito ansioso de tener sexo con otro fetichista como él.
Nos besamos por un largo rato, y nos acariciamos mutuamente, no teníamos prisa en pasar al acto sexual, lo importante era disfrutarnos vestidos así. Cierto era que los dos habíamos tenido sexo muchas veces, pero esta era una primera vez para los dos.
Llegado el momento, no pude más y le pedí que me follara. Él sonrió.
Me hizo quitarme los pantalones y me acostó sobre un tapete persa que había en el suelo, después tomó un par de cojines del diván y me los acomodó bajo la espalda, para que mi trasero quedara un poco levantado del suelo. Tomó lubricante y me lo untó en el ano, que ya empezaba a pedir su recompensa. Se abrió la bragueta y me dejó ver un pene magnífico, circuncidado y rebosante de líquido seminal. Se colocó el condón y se acercó a mí.
-Por la culminación de una fantasía que nunca pensé que podría cumplir- y se hundió en mi.
Yo estaba tan ansioso y excitado que mi trasero no opuso resistencia. El pene del Sr. Gibrán se abrió camino sin dificultad alguna en mi. Yo lo tomé de la espalda y lo acerqué hacia mí y lo besé. Le susurré al oído que me follara duro, que no quería olvidar esa noche nunca.
El Sr. Gibrán fue muy considerado a pesar de lo que le pedía, comenzó con un vaivén lento, para que me acostumbrara a su cuerpo, cuando él sintió que ya todo estaba en su punto, comenzó a imprimir velocidad a la penetración. Nos miramos a los ojos todo el tiempo, podía sentir como su lujuria acumulada durante años se satisfacía en mí, y él sin duda percibió lo mismo en mis ojos.
Constantemente me ajustaba la pajarita, me alineaba la camisa y el chaleco. En verdad tenía esa obsesión como yo de que nada se moviera de su lugar.
Mi placer no hacía más que incrementarse con cada estocada que me daba, y aunque hacía el intento de pensar en otra cosa, nada podía detener ese calor que iba sintiendo en mis entrañas.
-Siento que ya voy a eyacular!
-Yo también, quieres que lo hagamos al mismo tiempo?
-Síiiii, por favor! - le supliqué en medio de un jadeo.
Y como si lo hubiéramos ensayado, apenas me toqué el glande cuando un abundante trallazo de semen salió volando de mis entrañas. Fue en el mismo momento en que el Sr. Gibrán emitió un gemido de placer que me retumbó en las orejas. Con cada contracción que yo sentía al eyacular, mi ano apretaba el pene del Sr. Gibrán y que a su vez expulsaba sus chorros de semen dentro de mí.

Fue un orgamo de esos que nunca olvidas, que recuerdas perfectamente cada detalle, cada movimiento, cada palabra dicha al calor de la pasión.
Nos quedamos tumbados uno en brazos del otro un buen rato, no fui consciente del tiempo transcurrido hasta que Mateo vino a buscarme.
-Perdón por interrumpir, pero el transporte sale en media hora.
-Lo había olvidado por completo!!!
-Es normal que pase - sonrió.
El Sr. Gibrán y yo nos levantamos, le arreglé el esmoquin, le ajusté de nuevo la pajarita y quedó como si nada hubiera pasado. Insistió en que le diera mi dirección y teléfono, prometió contactarme en los próximos días. Nos despedimos con un beso y un abrazo.
De vuelta en la cocina, Salvatore nos esperaba con nuestro pago, tal y como prometió, fue muy generoso, solo me recordó que lo de la discreción iba en serio. Adicionalmente nos entregó otro sobre con la propina que nos habían dejado los invitados, el equivalente de $1000 USD.
Esa noche, de vuelta en casa no pude pegar ojo, mi mente se empeñaba en rebobinar la película de lo que había pasado ese día, y me excitaba en sobremanera la maravillosa coincidencia de haber conocido a otro hombre que compartía el mismo fetiche que yo. Tantos años pensando que era el único en el mundo, y en el otro lado del mundo y en el lugar menos esperado, lo vine a encontrar. Supe que a partir de ese momento, mi vida ya no volvería a ser igual.