Por unos pocos segundos Mr. Hannigan me correspondió el beso,
y después como si volviera en sí, se apartó.
-No, esto no está bien- dijo muy serio.
-Mr. Hannigan por favor discúlpeme! Nunca fue mi intención
faltarle al respeto, pero a cómo iban las cosas, yo pensé…
-No te preocupes, no lo digo por ti, lo digo por mí.
-Yo pensé que usted quería…
-Claro que quiero, eres un jovencito muy guapo, pero ya me he
metido en problemas antes por esto.
-En verdad?
- Si pero no fue aquí, fue en Irlanda.
-Vaya! Y que fue lo que hizo? – le pregunté ya con el morbo a
todo lo que daba.
-Te lo diré pero tienes que prometerme que no se lo vas a
contar a nadie.
-Se lo juro!- le dije con total convicción, de cualquier
modo, no había modo de contárselo a nadie más sin tener que contarles también
como me había enterado.
Y me contó. No sé si haya sido la historia completa, o si la
habrá adornado, o le habrá quitado algunas partes, pero lo cierto es que para
cuando terminó, yo estaba con una erección de caballo y jadeante de excitación.
Resulta que… Mr. Hannigan se había metido en un problema en
Irlanda porque tenía una aventurilla con un jovencito que era alumno de la
escuela donde trabajaba. Al principio había sido algo muy inocente, eran amigos
y se llevaban bien, pero después el jovencito se enamoró de él, y Mr. Hannigan
le dio cabida. Todo habría seguido sin problemas de no ser porque la mamá del
muchacho comenzó a sospechar algo. El director de la escuela que por suerte era
el confesor de la señora, la convenció de que solo eran figuraciones suyas, pues
después de todo, Mr. Hannigan jamás había dado señas de que tuviera esas
inclinaciones reprobables, era un señor respetable, casado y con hijos. Lo que la señora no sabía, es que su
confesor había sido ‘maestro’ de Mr. Hannigan cuando estudiaba la preparatoria
en un internado de la orden. Al final todo se arregló con la mayor discreción y
celeridad, al hijo de la señora lo ‘becaron’ para irse a estudiar a una
universidad muy prestigiada de la orden a la que pertenecía el colegio en
cuanto terminó la preparatoria, y a Mr. Hannigan le dieron una ‘asignación
especial’ aquí como maestro por 5 años.
Ya que Mr. Hannigan se había sincerado conmigo, pensé que lo
menos que podía hacer era sincerarme yo también con él.
Y le conté, todo. Mi afición por los trajes, las corbatas,
las camisas almidonadas, la constante frustración que sentía de jamás poder
estar solo en casa, el miedo que tenía de perder la beca y tener que dejar de
usar el uniforme que para mí era una probadita de cielo cada mañana, y claro,
que me masturbaba como maniático cada vez que podía.
Mr. Hannigan no se horrorizó con mi historia (como yo pensaba
que haría cualquiera al que le contara), ni me dijo que estuviera mal, ni que
era un enfermo ni nada. Realmente es el día en que sigo asombrado de que en
esos tiempos alguien se hubiera tomado el cuidado de escucharme y tratado de
entenderme.
Cuando caí en cuenta, el tiempo se había ido volando, y Mr. Hannigan me tuvo que interrumpir, pues se le hacía tarde para un compromiso que tenía y a mi me esperaban en casa desde hacía por lo menos una hora.