martes, 3 de septiembre de 2013

Ep. 19 - Oh oh...



Por unos pocos segundos Mr. Hannigan me correspondió el beso, y después como si volviera en sí, se apartó.

-No, esto no está bien- dijo muy serio.
-Mr. Hannigan por favor discúlpeme! Nunca fue mi intención faltarle al respeto, pero a cómo iban las cosas, yo pensé…
-No te preocupes, no lo digo por ti, lo digo por mí.
-Yo pensé que usted quería…
-Claro que quiero, eres un jovencito muy guapo, pero ya me he metido en problemas antes por esto.
-En verdad?
- Si pero no fue aquí, fue en Irlanda.
-Vaya! Y que fue lo que hizo? – le pregunté ya con el morbo a todo lo que daba.
-Te lo diré pero tienes que prometerme que no se lo vas a contar a nadie.
-Se lo juro!- le dije con total convicción, de cualquier modo, no había modo de contárselo a nadie más sin tener que contarles también como me había enterado.

Y me contó. No sé si haya sido la historia completa, o si la habrá adornado, o le habrá quitado algunas partes, pero lo cierto es que para cuando terminó, yo estaba con una erección de caballo y jadeante de excitación.



Resulta que… Mr. Hannigan se había metido en un problema en Irlanda porque tenía una aventurilla con un jovencito que era alumno de la escuela donde trabajaba. Al principio había sido algo muy inocente, eran amigos y se llevaban bien, pero después el jovencito se enamoró de él, y Mr. Hannigan le dio cabida. Todo habría seguido sin problemas de no ser porque la mamá del muchacho comenzó a sospechar algo. El director de la escuela que por suerte era el confesor de la señora, la convenció de que solo eran figuraciones suyas, pues después de todo, Mr. Hannigan jamás había dado señas de que tuviera esas inclinaciones reprobables, era un señor respetable, casado y con hijos.   Lo que la señora no sabía, es que su confesor había sido ‘maestro’ de Mr. Hannigan cuando estudiaba la preparatoria en un internado de la orden. Al final todo se arregló con la mayor discreción y celeridad, al hijo de la señora lo ‘becaron’ para irse a estudiar a una universidad muy prestigiada de la orden a la que pertenecía el colegio en cuanto terminó la preparatoria, y a Mr. Hannigan le dieron una ‘asignación especial’ aquí como maestro por 5 años. 

Ya que Mr. Hannigan se había sincerado conmigo, pensé que lo menos que podía hacer era sincerarme yo también con él.

Y le conté, todo. Mi afición por los trajes, las corbatas, las camisas almidonadas, la constante frustración que sentía de jamás poder estar solo en casa, el miedo que tenía de perder la beca y tener que dejar de usar el uniforme que para mí era una probadita de cielo cada mañana, y claro, que me masturbaba como maniático cada vez que podía.

Mr. Hannigan no se horrorizó con mi historia (como yo pensaba que haría cualquiera al que le contara), ni me dijo que estuviera mal, ni que era un enfermo ni nada. Realmente es el día en que sigo asombrado de que en esos tiempos alguien se hubiera tomado el cuidado de escucharme y tratado de entenderme.

Sentí como si se hubiera abierto una compuerta dentro de mí, pues no podía dejar de hablar y hablar.

Cuando caí en cuenta, el tiempo se había ido volando, y Mr. Hannigan me tuvo que interrumpir, pues se le hacía tarde para un compromiso que tenía y a mi me esperaban en casa desde hacía por lo menos una hora.