Tardé un poco en acostumbrarme, después de un verano de
levantarse tarde, entrar a las 7 de la mañana no era de lo más atractivo, y
menos el tener que asistir a misa obligatoriamente antes de que empezaran las
clases. Con todo, el saber que todos los días de lunes a viernes podía contar
con usar mi elegante uniforme y ver a otros compañeros vestidos así todo el
día, me daba una razón para madrugar.
Marco tenía razón, el uniforme en sí no era incómodo, uno
termina acostumbrándose a todo, y a pesar de que mis nuevos compañeros para las
9 de la mañana ya se habían aflojado la corbata, yo la mantenía anudada y en su
lugar hasta que salíamos a las 3 de la tarde, ni siquiera cuando Marco y yo
regresábamos caminando me quitaba el blazer o me desfajaba.
Me estaba gustando el colegio católico, aunque no debía
olvidar que estaba ahí por mis buenas calificaciones, y vaya que no me dejaron
hacerlo. Al final del primer período de exámenes que saqué un 7 en inglés, por el altavoz de la escuela se
escuchó un –Le recordamos al alumno Víctor ********, que no paga colegiatura
sino que es becado, por lo tanto debe mantener notas de excelencia en todas las
materias-.
Puta madre! No recuerdo haber sentido más vergüenza en toda
mi vida, pude ver a mis compañeros que me veían de reojo, como compadeciéndose de mi; sin duda eran otros tiempos y ni siquiera existía el
término ‘políticamente incorrecto’ yo creo. Ver hacia abajo a los becados era en aquél entonces algo completamente normal y aceptable según los estándares de la época.
Traté de aplicarme en inglés, pero por más que trataba,
siempre se me iba una letra de más, o me faltaba un apóstrofe, o confundía
‘though’ con ‘thought’ en los trabajos que tenía que entregar. En esos tiempos
en que solo los ricos tenían antenas parabólicas o la posibilidad de viajar a
campamentos de verano en Estados Unidos (como mis compañeros que todos los años
se iban a New Hampshire), mi exposición al inglés era muy limitada.
Fue ahí
cuando el maestro tuvo compasión de mí y me ayudó. Era un irlandés que se apellidaba Hannigan, de unos 40 años, alto, fornido, muy blanco, cabello
castaño y tenía los ojos mas azules que yo hubiera visto jamás. Era muy guapo,
y aquí entre nos, uno de los protagonistas más recurrentes de mis fantasías
masturbatorias, porque aparte de guapo, era muy formal para vestir.
La mayoría
de los maestros eran sacerdotes que andaban de sotana o de pantalones negro,
camisa y alzacuellos; algunos otros pocos, eran maestros comunes y corrientes
que si bien iban de traje, se notaba que lo hacían por trámite… todos menos Mr. Hannigan. Siempre cuidaba cada detalle y se notaba que le ponía ganas, ya fuera
con la camisa de mancuernillas, o con el pisacorbatas, o el chaleco con el
último botón sin abrochar, un reloj de cadena, etc, etc, detalles que me hicieron aficionarme a mí
también al buen vestir.
Un día al terminar la clase me llamó aparte, y me dijo que
teníamos que hacer algo para solucionar mis problemas con el inglés, ya que si
mi promedio bajaba por una mala nota, podía perder la beca. En ese momento para
mí ya era más cuestión de orgullo que de ganas de continuar vistiendo el
uniforme, y le pregunté qué sugerencia tenía. El maestro me propuso que me
quedara una hora extra a la salida para que me diera una asesoría, yo acepté.
A las 3 de la tarde llegué al salón donde me había citado, y
ya se encontraba ahí. Además de mí, había otro alumno que iba un año más
avanzado que yo.
Comenzamos a repasar lo que habíamos visto en la semana, yo
recordaba la mayoría de las cosas cuando tenía los libros enfrente, podía
construir oraciones sencillas y contestar algunas preguntas básicas que me
hacía el maestro, pero todo era cuestión de cerrar el libro y recordaba muy
poco. Mi otro compañero parecía ser igual de cabeza dura que yo, yo veía como
Mr. Hannigan hacía uso de su infinita paciencia con nosotros, pero al final no
podía evitar reírse con mis desatinos.
Así transcurrió esa primera semana de asesorías, teniendo que
quedarme una hora extra en la escuela, aunque mi amigo Marco ya se había puesto
de novio con una chica del colegio de enfrente así que le cayó de perlas que no
le hiciera mal tercio. El viernes de esa misma semana, Mr. Hannigan me preguntó
si tenía algo planeado para el sábado, yo le contesté que no, solo hacer la
tarea.
-Me gustaría entonces que fueras a mi casa para continuar con
las asesorías, tu otro compañero ya ha ido en ocasiones anteriores.
-Claro, no hay problema- le dije, aunque en realidad no me
emocionaba particularmente el tener que levantarme temprano el sábado.
Mr. Hannigan me dio su dirección e indicaciones de cómo
llegar en el metro o en autobús.
Al día siguiente me desperté temprano, y aunque al principio
dudé, me puse mi uniforme de la escuela, después de todo no siempre se tiene
una excusa para usar el uniforme un día extra a la semana verdad? Además, si me
preguntaban en mi casa, tenía una buena excusa.
Mr. Hannigan me había citado a las 9, y yo llegué a su puerta
a las 8:55.
Vivía en una casa sencilla, nada ostentosa, con lo indispensable
para un hombre que vive solo; eventualmente supe que era casado y que su esposa
seguía en Irlanda, que tenía además tres hijos, el mayor de la misma edad que
yo.
Para ser un sábado tan temprano, Mr. Hannigan estaba exquisitamente
presentable, supuse que era uno de esos hombres que no desayunan si no traen
corbata, y bueno, a mi no es que me molestara, a lo mejor me distraía porque
por estarlo viendo no le prestaba atención a lo que me decía.
Mi compañero de asesorías se sorprendió un poco de verme
con el uniforme de la escuela, y hasta me hizo el comentario de que si me había
equivocado de día, yo me limité a decirle que como era una actividad de la
escuela, había asumido que tenía que usarlo (mentira, solo buscaba una excusa
para vestir así).
Estuvimos repasando las lecciones de la semana hasta las 12 más
o menos, fue entonces que Mr. Hannigan
se levantó rumbo a la cocina nos dijo que tomáramos un descanso, nos preguntó
si deseábamos algo de beber, ambos declinamos pero dimos las gracias.
En lo que Mr. Hannigan estaba en la cocina mi compañero y yo
nos pusimos a platicar de otras cosas, más que nada acerca de las chicas del
colegio de enfrente; de hecho lo habíamos estado haciendo toda la semana al
terminar las asesorías, parecía muy interesado en saber si ya había hecho algo
con alguna de ellas, le comenté que fuera de unos besos y acariciarles las
nalgas, no había pasado de ahí.
-Si serán golfas las cabronas! Les encanta provocarlo a uno y
a la mera hora te dejan con el calentón, a poco no?
-Sí, es verdad, me ha pasado un par de veces – mentí- justo cuando ya creí que por lo menos iba a
llegar a segunda base, me salen con que siempre no y ahí me dejan con el dolor
de huevos – le contesté yo esperando no sonar muy falso.
-Pues a mí lo que me gustaría es hacerlo en trío.
-Vaya, tú no te andas por las ramas!
-Lo he visto en revistas y la verdad se me antoja mucho- me
dijo mientras me mostraba un ejemplar de una revista pornográfica.
Yo estaba bastante animado viendo las fotos de aquéllos
cuerpos desnudos haciendo cosas que a mí ni en mis más cochinas fantasías se me
habían ocurrido.
Mr. Hannigan regresó de la cocina con una taza de té, y
rápidamente escondí la revista dentro de mi blazer del uniforme.
Nos volvimos a sentar y nos explicó a grandes rasgos que es
lo que estaríamos viendo en clase esa semana, y que si podíamos ir leyendo las
lecciones desde ese mismo día, mejor.
De pronto se escuchó a un claxon que sonaba afuera en la
calle, y mi compañero preguntó si podía retirarse, pues ya habían llegado por
él. Mr. Hannigan le dijo que sí, que por el día habíamos terminado. Mi
compañero me hizo una seña para decirme que el lunes le devolviera la revista y
salió.
Después que se fue, me
despedí yo también, pues solo de pensar que traía metida esa revista entre la
ropa me ponía de nervios, no quería ni pensar en qué pasaría si el maestro me
descubría.
No obstante, Mr. Hannigan no parecía tener ninguna prisa, al
contrario, me preguntaba sobre mí, mi familia, cuántos hermanos tenía, en qué
escuela estaba antes, etc.
Por el afán de no ser grosero, le contesté todo lo que me
preguntó, pero el notó que yo estaba nervioso por alguna razón, por lo mismo
fue que terminó por decirme:
-Bueno, no te quito mas tu tiempo, nos veremos el lunes en el
colegio- y me tendió la mano.
Yo con la prisa de salir de ahí me levanté torpemente y le
regresé el saludo, con tan poca coordinación que la revista me cayó en los
pies.
En ese instante quería que la tierra me tragara, ya era
suficientemente malo molestar a un maestro en su día de descanso como para
encima faltarle al respeto a su casa. Yo me esperaba un buen regaño y un ‘NO
REGRESES’, pero éste solo se limitó a sonreír.
-Víctor, tan temprano y ya viendo éstas cosas?
-Por favor discúlpeme! No es mía, a mi ni siquiera me gusta
ver esas cosas y…
-Y de quien es entonces?
-Me la dejó este chico antes de irse – le dije delatándolo.
-Y a que te refieres con que no te gustan estas cosas? No te
llaman la atención las mujeres?
-No, digo sí! Bueno, no de ese modo, yo sé que ver pornografía
está mal y no compro revistas, le juro que yo no quería- le dije ya casi al
borde de las lágrimas…o de un ataque de asma.
-Ven – me dijo, tomándome de la mano. Nos sentamos en el sofá
de la sala y comenzó a hojearla conmigo.
Yo no sabía si estaba soñando, o alucinando o algo parecido,
hasta yo sabía que este tipo de cosas estaban totalmente fuera de lugar con
quien fuera, ya no digan con un maestro.
Lo que no sabía, era que Mr. Hannigan ya tenía tiempo
observándome en clases, cómo miraba a mis otros compañeros, cómo me acariciaba
los puños de la camisa o cómo me ajustaba la corbata. De alguna manera y sin
mediar palabra, supo lo que era yo, porque la revista solo fue una excusa para
sentarse junto a mí, conforme avanzaron las páginas, también su mano avanzó de
su rodilla a mi rodilla, y una vez ahí fue subiendo poco a poco.
Yo solo sentía como el corazón se me iba a salir por la boca,
tener tan cerca a ese hombre que era la encarnación de un sueño húmedo para mí,
hacía que todos mis sentidos se dispararan.
Lo observaba con sumo detalle, fijándome
en cosas que antes no había notado, como las finas arrugas de sus ojos (o patas
de gallo como les decía mi madre), una que otra cana que empezaba a aparecer
entre sus cabellos, su oreja derecha que estaba un poco más salida que la
izquierda, sus ojos azules que tenían pequeños lunares dentro del iris, los
labios que se humedecía constantemente con la lengua. También lo podía oler, su
olor a hombre entrando en la madurez, su traje que olía a lana de buena
calidad, su camisa que olía a jabón y almidón, el leve olor a tabaco de alguien
que se fuma un cigarro de cuando en cuando y del sentido del tacto ya ni
hablemos, cada centímetro que su mano firme subía hacia mis partes privadas, lo
sentía milímetro a milímetro.
Y ahí perdí la cabeza, sin pensarlo ni nada, lo besé en los labios.